Una noche de marzo, unos pocos minutos antes de acostarse, mis padres estaban sentados en el borde de su cama hablando en susurros. “¿Las noticias están hablando de nosotros? ¿Verdad? ¿Nosotros somos los que ahora llaman población vulnerable? ¿Seremos los primeros en morir?” me preguntaron.
En este momento me quedó claro la gran irresponsabilidad de mi profesión no sólo durante esta crisis sino también para tiempos más normales. Dos personas ancianas, pero cuerdas, estaban saturadas por las noticias y condenadas a morir antes de tiempo por la hipérbole periodística. Mediante la televisión, los periódicos, Internet y las redes sociales tenemos acceso, aparentemente, a más información que nunca. Pero frente al mayor flujo estamos paradójicamente menos informado. No es casual.
Cada vez es más notorio que los medios de comunicación son en su mayoría una mera “colección de cables y luces en una caja”, como lo advirtió el periodista Edward R. Murrow en 1958. Informar, educar e iluminar, los verbos guías del periodismo, parecen hoy día vocablos huecos.
Para mí lo más ofensivo y angustiante, lo mismo que para mis padres, es la lógica defendida por ciertos gobiernos europeos de limitar el acceso a las Unidades de Cuidados Intensivos a las personas vulnerables.
En la sala de redacción de una gran corporación mediática de los Estados Unidos escuché por primera vez la expresión “inundar la zona”, un término deportivo aplicado al periodismo. En el fútbol americano, denota una táctica sin sutilezas, de movilizar el máximo número de cuerpos a una zona reducida de juego para aplastar al contrincante. En el periodismo es igual. Significa dedicar un gran número de reporteros a cubrir un solo tema para ganar la batalla a los medios rivales por volumen de televidentes, lectores o clics. El premio es convertir clics en dólares. Las noticias son materia prima para llenar el espacio entre la pauta publicitaria.
«Una consecuencia de la táctica de inundación de zona es que quita recursos a la reportería sobre temas realmente importantes«
Una consecuencia de la táctica de inundación de zona es que quita recursos a la reportería sobre temas realmente importantes para la población e ignora a zonas geográficas del mundo. Una especie de autocensura basada no en el temor de generar controversias, sino en el miedo de no ganar dinero. Como agravante adicional está la abolición progresiva de la responsabilidad de los editores en jefe. Su rol tradicional de jerarquizar las noticias según su relevancia política, social o económica quedó subyugado a un algoritmo.
Los algoritmos son una predicción computarizada a futuro, derivada de nuestros comportamientos, hábitos y gustos del pasado. Nuestros datos digitales son sometidos a un extensivo análisis. El algoritmo puede determinar con precisión qué queremos ver, cómo y cuándo. El lector o televidente se reduce a consumidor y las noticias pasaron a llamarse “contenidos”. El periodismo, entonces, se transforma en más entretenimiento que educación, en menos libertad de expresión y más mercadeo.
Para mí lo más ofensivo y angustiante, lo mismo que para mis padres, es la lógica defendida por ciertos gobiernos europeos de limitar el acceso a las Unidades de Cuidados Intensivos a las personas vulnerables. Restringir el acceso a ventiladores mecánicos de acuerdo a la edad y otros factores es deleznable. “Primero vinieron por los viejitos pero no levanté la voz porque no era viejito”, diría Martin Niemöller, el pastor luterano que luchó contra el nazismo. Mis colegas periodistas, con muy pocas excepciones, no levantan la voz sobre esta situación porque les resulta más cómodo ser el “cuarto apéndice” del poder político y económico, que ser el “cuarto poder” haciendo vigilancia y contrapeso.
Por fortuna tengo una solución individual y familiar que me permite asegurar a mis padres dormir tranquilos: cierro la reja de la casa para que el virus no nos invada sus cuerpos y desenchufo el cable de las noticias para que los conglomerados de la comunicación no siguen cuestionando el derecho de todos a sobrevivir.
En Europa, por ejemplo, los medios están promocionando la aplicación de teleconferencia Zoom, la cual incrementa su valor en la bolsa. Hay portales de noticias que reportan, sin ninguna prevención, que los gigantes Apple y Google ayudarán a rastrear el virus con un nuevo software implantado en nuestros celulares. No es por nada que Facebook, Apple ,Amazon, Netflix y Google son conocidas en inglés por la sigla FAANG (Colmillo). Pocos medios se preguntan sobre qué y a quién seguirán rastreando los “hermanos colmillo” cuando el virus merme.
Para mí lo más ofensivo y angustiante, lo mismo que para mis padres, es la lógica defendida por ciertos gobiernos europeos de limitar el acceso a las Unidades de Cuidados Intensivos a las personas vulnerables. Restringir el acceso a ventiladores mecánicos de acuerdo a la edad y otros factores es deleznable. “Primero vinieron por los viejitos pero no levanté la voz porque no era viejito”, diría Martin Niemöller, el pastor luterano que luchó contra el nazismo. Mis colegas periodistas, con muy pocas excepciones, no levantan la voz sobre esta situación porque les resulta más cómodo ser el “cuarto apéndice” del poder político y económico, que ser el “cuarto poder” haciendo vigilancia y contrapeso.
Por fortuna tengo una solución individual y familiar que me permite asegurar a mis padres dormir tranquilos: cierro la reja de la casa para que el virus no nos invada sus cuerpos y desenchufo el cable de las noticias para que los conglomerados de la comunicación no siguen cuestionando el derecho de todos a sobrevivir.
Hace tiempo el algoritmo mostró que el consumidor tiene un morbo inevitable hacia las situaciones de crisis. Por esta razón las corporaciones mediáticas están inundando la zona con el tema “virus” desde todas sus facetas sin importar el pánico que esto genera entre la población. No hay esfuerzo por organizar las noticias de las más importantes a las más superficiales. Nada es mejor que una crisis para hacer pruebas de mercados, establecer nuevas ideas, conceptos y productos. La pandemia es una escenario ideal para lanzar balones de prueba.
En Europa, por ejemplo, los medios están promocionando la aplicación de teleconferencia Zoom, la cual incrementa su valor en la bolsa. Hay portales de noticias que reportan, sin ninguna prevención, que los gigantes Apple y Google ayudarán a rastrear el virus con un nuevo software implantado en nuestros celulares. No es por nada que Facebook, Apple ,Amazon, Netflix y Google son conocidas en inglés por la sigla FAANG (Colmillo). Pocos medios se preguntan sobre qué y a quién seguirán rastreando los “hermanos colmillo” cuando el virus merme.
Para mí lo más ofensivo y angustiante, lo mismo que para mis padres, es la lógica defendida por ciertos gobiernos europeos de limitar el acceso a las Unidades de Cuidados Intensivos a las personas vulnerables. Restringir el acceso a ventiladores mecánicos de acuerdo a la edad y otros factores es deleznable. “Primero vinieron por los viejitos pero no levanté la voz porque no era viejito”, diría Martin Niemöller, el pastor luterano que luchó contra el nazismo. Mis colegas periodistas, con muy pocas excepciones, no levantan la voz sobre esta situación porque les resulta más cómodo ser el “cuarto apéndice” del poder político y económico, que ser el “cuarto poder” haciendo vigilancia y contrapeso.
Por fortuna tengo una solución individual y familiar que me permite asegurar a mis padres dormir tranquilos: cierro la reja de la casa para que el virus no nos invada sus cuerpos y desenchufo el cable de las noticias para que los conglomerados de la comunicación no siguen cuestionando el derecho de todos a sobrevivir.
Hace tiempo el algoritmo mostró que el consumidor tiene un morbo inevitable hacia las situaciones de crisis. Por esta razón las corporaciones mediáticas están inundando la zona con el tema “virus” desde todas sus facetas sin importar el pánico que esto genera entre la población. No hay esfuerzo por organizar las noticias de las más importantes a las más superficiales. Nada es mejor que una crisis para hacer pruebas de mercados, establecer nuevas ideas, conceptos y productos. La pandemia es una escenario ideal para lanzar balones de prueba.
En Europa, por ejemplo, los medios están promocionando la aplicación de teleconferencia Zoom, la cual incrementa su valor en la bolsa. Hay portales de noticias que reportan, sin ninguna prevención, que los gigantes Apple y Google ayudarán a rastrear el virus con un nuevo software implantado en nuestros celulares. No es por nada que Facebook, Apple ,Amazon, Netflix y Google son conocidas en inglés por la sigla FAANG (Colmillo). Pocos medios se preguntan sobre qué y a quién seguirán rastreando los “hermanos colmillo” cuando el virus merme.
Para mí lo más ofensivo y angustiante, lo mismo que para mis padres, es la lógica defendida por ciertos gobiernos europeos de limitar el acceso a las Unidades de Cuidados Intensivos a las personas vulnerables. Restringir el acceso a ventiladores mecánicos de acuerdo a la edad y otros factores es deleznable. “Primero vinieron por los viejitos pero no levanté la voz porque no era viejito”, diría Martin Niemöller, el pastor luterano que luchó contra el nazismo. Mis colegas periodistas, con muy pocas excepciones, no levantan la voz sobre esta situación porque les resulta más cómodo ser el “cuarto apéndice” del poder político y económico, que ser el “cuarto poder” haciendo vigilancia y contrapeso.
Por fortuna tengo una solución individual y familiar que me permite asegurar a mis padres dormir tranquilos: cierro la reja de la casa para que el virus no nos invada sus cuerpos y desenchufo el cable de las noticias para que los conglomerados de la comunicación no siguen cuestionando el derecho de todos a sobrevivir.
En Europa, por ejemplo, los medios están promocionando la aplicación de teleconferencia Zoom, la cual incrementa su valor en la bolsa. Hay portales de noticias que reportan, sin ninguna prevención, que los gigantes Apple y Google ayudarán a rastrear el virus con un nuevo software implantado en nuestros celulares. No es por nada que Facebook, Apple ,Amazon, Netflix y Google son conocidas en inglés por la sigla FAANG (Colmillo). Pocos medios se preguntan sobre qué y a quién seguirán rastreando los “hermanos colmillo” cuando el virus merme.
Para mí lo más ofensivo y angustiante, lo mismo que para mis padres, es la lógica defendida por ciertos gobiernos europeos de limitar el acceso a las Unidades de Cuidados Intensivos a las personas vulnerables. Restringir el acceso a ventiladores mecánicos de acuerdo a la edad y otros factores es deleznable. “Primero vinieron por los viejitos pero no levanté la voz porque no era viejito”, diría Martin Niemöller, el pastor luterano que luchó contra el nazismo. Mis colegas periodistas, con muy pocas excepciones, no levantan la voz sobre esta situación porque les resulta más cómodo ser el “cuarto apéndice” del poder político y económico, que ser el “cuarto poder” haciendo vigilancia y contrapeso.
Por fortuna tengo una solución individual y familiar que me permite asegurar a mis padres dormir tranquilos: cierro la reja de la casa para que el virus no nos invada sus cuerpos y desenchufo el cable de las noticias para que los conglomerados de la comunicación no siguen cuestionando el derecho de todos a sobrevivir.
Hace tiempo el algoritmo mostró que el consumidor tiene un morbo inevitable hacia las situaciones de crisis. Por esta razón las corporaciones mediáticas están inundando la zona con el tema “virus” desde todas sus facetas sin importar el pánico que esto genera entre la población. No hay esfuerzo por organizar las noticias de las más importantes a las más superficiales. Nada es mejor que una crisis para hacer pruebas de mercados, establecer nuevas ideas, conceptos y productos. La pandemia es una escenario ideal para lanzar balones de prueba.
En Europa, por ejemplo, los medios están promocionando la aplicación de teleconferencia Zoom, la cual incrementa su valor en la bolsa. Hay portales de noticias que reportan, sin ninguna prevención, que los gigantes Apple y Google ayudarán a rastrear el virus con un nuevo software implantado en nuestros celulares. No es por nada que Facebook, Apple ,Amazon, Netflix y Google son conocidas en inglés por la sigla FAANG (Colmillo). Pocos medios se preguntan sobre qué y a quién seguirán rastreando los “hermanos colmillo” cuando el virus merme.
Para mí lo más ofensivo y angustiante, lo mismo que para mis padres, es la lógica defendida por ciertos gobiernos europeos de limitar el acceso a las Unidades de Cuidados Intensivos a las personas vulnerables. Restringir el acceso a ventiladores mecánicos de acuerdo a la edad y otros factores es deleznable. “Primero vinieron por los viejitos pero no levanté la voz porque no era viejito”, diría Martin Niemöller, el pastor luterano que luchó contra el nazismo. Mis colegas periodistas, con muy pocas excepciones, no levantan la voz sobre esta situación porque les resulta más cómodo ser el “cuarto apéndice” del poder político y económico, que ser el “cuarto poder” haciendo vigilancia y contrapeso.
Por fortuna tengo una solución individual y familiar que me permite asegurar a mis padres dormir tranquilos: cierro la reja de la casa para que el virus no nos invada sus cuerpos y desenchufo el cable de las noticias para que los conglomerados de la comunicación no siguen cuestionando el derecho de todos a sobrevivir.
Hace tiempo el algoritmo mostró que el consumidor tiene un morbo inevitable hacia las situaciones de crisis. Por esta razón las corporaciones mediáticas están inundando la zona con el tema “virus” desde todas sus facetas sin importar el pánico que esto genera entre la población. No hay esfuerzo por organizar las noticias de las más importantes a las más superficiales. Nada es mejor que una crisis para hacer pruebas de mercados, establecer nuevas ideas, conceptos y productos. La pandemia es una escenario ideal para lanzar balones de prueba.
En Europa, por ejemplo, los medios están promocionando la aplicación de teleconferencia Zoom, la cual incrementa su valor en la bolsa. Hay portales de noticias que reportan, sin ninguna prevención, que los gigantes Apple y Google ayudarán a rastrear el virus con un nuevo software implantado en nuestros celulares. No es por nada que Facebook, Apple ,Amazon, Netflix y Google son conocidas en inglés por la sigla FAANG (Colmillo). Pocos medios se preguntan sobre qué y a quién seguirán rastreando los “hermanos colmillo” cuando el virus merme.
Para mí lo más ofensivo y angustiante, lo mismo que para mis padres, es la lógica defendida por ciertos gobiernos europeos de limitar el acceso a las Unidades de Cuidados Intensivos a las personas vulnerables. Restringir el acceso a ventiladores mecánicos de acuerdo a la edad y otros factores es deleznable. “Primero vinieron por los viejitos pero no levanté la voz porque no era viejito”, diría Martin Niemöller, el pastor luterano que luchó contra el nazismo. Mis colegas periodistas, con muy pocas excepciones, no levantan la voz sobre esta situación porque les resulta más cómodo ser el “cuarto apéndice” del poder político y económico, que ser el “cuarto poder” haciendo vigilancia y contrapeso.
Por fortuna tengo una solución individual y familiar que me permite asegurar a mis padres dormir tranquilos: cierro la reja de la casa para que el virus no nos invada sus cuerpos y desenchufo el cable de las noticias para que los conglomerados de la comunicación no siguen cuestionando el derecho de todos a sobrevivir.
Hace tiempo el algoritmo mostró que el consumidor tiene un morbo inevitable hacia las situaciones de crisis. Por esta razón las corporaciones mediáticas están inundando la zona con el tema “virus” desde todas sus facetas sin importar el pánico que esto genera entre la población. No hay esfuerzo por organizar las noticias de las más importantes a las más superficiales. Nada es mejor que una crisis para hacer pruebas de mercados, establecer nuevas ideas, conceptos y productos. La pandemia es una escenario ideal para lanzar balones de prueba.
En Europa, por ejemplo, los medios están promocionando la aplicación de teleconferencia Zoom, la cual incrementa su valor en la bolsa. Hay portales de noticias que reportan, sin ninguna prevención, que los gigantes Apple y Google ayudarán a rastrear el virus con un nuevo software implantado en nuestros celulares. No es por nada que Facebook, Apple ,Amazon, Netflix y Google son conocidas en inglés por la sigla FAANG (Colmillo). Pocos medios se preguntan sobre qué y a quién seguirán rastreando los “hermanos colmillo” cuando el virus merme.
Para mí lo más ofensivo y angustiante, lo mismo que para mis padres, es la lógica defendida por ciertos gobiernos europeos de limitar el acceso a las Unidades de Cuidados Intensivos a las personas vulnerables. Restringir el acceso a ventiladores mecánicos de acuerdo a la edad y otros factores es deleznable. “Primero vinieron por los viejitos pero no levanté la voz porque no era viejito”, diría Martin Niemöller, el pastor luterano que luchó contra el nazismo. Mis colegas periodistas, con muy pocas excepciones, no levantan la voz sobre esta situación porque les resulta más cómodo ser el “cuarto apéndice” del poder político y económico, que ser el “cuarto poder” haciendo vigilancia y contrapeso.
Por fortuna tengo una solución individual y familiar que me permite asegurar a mis padres dormir tranquilos: cierro la reja de la casa para que el virus no nos invada sus cuerpos y desenchufo el cable de las noticias para que los conglomerados de la comunicación no siguen cuestionando el derecho de todos a sobrevivir.
En Europa, por ejemplo, los medios están promocionando la aplicación de teleconferencia Zoom, la cual incrementa su valor en la bolsa. Hay portales de noticias que reportan, sin ninguna prevención, que los gigantes Apple y Google ayudarán a rastrear el virus con un nuevo software implantado en nuestros celulares. No es por nada que Facebook, Apple ,Amazon, Netflix y Google son conocidas en inglés por la sigla FAANG (Colmillo). Pocos medios se preguntan sobre qué y a quién seguirán rastreando los “hermanos colmillo” cuando el virus merme.
Para mí lo más ofensivo y angustiante, lo mismo que para mis padres, es la lógica defendida por ciertos gobiernos europeos de limitar el acceso a las Unidades de Cuidados Intensivos a las personas vulnerables. Restringir el acceso a ventiladores mecánicos de acuerdo a la edad y otros factores es deleznable. “Primero vinieron por los viejitos pero no levanté la voz porque no era viejito”, diría Martin Niemöller, el pastor luterano que luchó contra el nazismo. Mis colegas periodistas, con muy pocas excepciones, no levantan la voz sobre esta situación porque les resulta más cómodo ser el “cuarto apéndice” del poder político y económico, que ser el “cuarto poder” haciendo vigilancia y contrapeso.
Por fortuna tengo una solución individual y familiar que me permite asegurar a mis padres dormir tranquilos: cierro la reja de la casa para que el virus no nos invada sus cuerpos y desenchufo el cable de las noticias para que los conglomerados de la comunicación no siguen cuestionando el derecho de todos a sobrevivir.
Hace tiempo el algoritmo mostró que el consumidor tiene un morbo inevitable hacia las situaciones de crisis. Por esta razón las corporaciones mediáticas están inundando la zona con el tema “virus” desde todas sus facetas sin importar el pánico que esto genera entre la población. No hay esfuerzo por organizar las noticias de las más importantes a las más superficiales. Nada es mejor que una crisis para hacer pruebas de mercados, establecer nuevas ideas, conceptos y productos. La pandemia es una escenario ideal para lanzar balones de prueba.
En Europa, por ejemplo, los medios están promocionando la aplicación de teleconferencia Zoom, la cual incrementa su valor en la bolsa. Hay portales de noticias que reportan, sin ninguna prevención, que los gigantes Apple y Google ayudarán a rastrear el virus con un nuevo software implantado en nuestros celulares. No es por nada que Facebook, Apple ,Amazon, Netflix y Google son conocidas en inglés por la sigla FAANG (Colmillo). Pocos medios se preguntan sobre qué y a quién seguirán rastreando los “hermanos colmillo” cuando el virus merme.
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Por fortuna tengo una solución individual y familiar que me permite asegurar a mis padres dormir tranquilos: cierro la reja de la casa para que el virus no nos invada sus cuerpos y desenchufo el cable de las noticias para que los conglomerados de la comunicación no siguen cuestionando el derecho de todos a sobrevivir.
Hace tiempo el algoritmo mostró que el consumidor tiene un morbo inevitable hacia las situaciones de crisis. Por esta razón las corporaciones mediáticas están inundando la zona con el tema “virus” desde todas sus facetas sin importar el pánico que esto genera entre la población. No hay esfuerzo por organizar las noticias de las más importantes a las más superficiales. Nada es mejor que una crisis para hacer pruebas de mercados, establecer nuevas ideas, conceptos y productos. La pandemia es una escenario ideal para lanzar balones de prueba.
En Europa, por ejemplo, los medios están promocionando la aplicación de teleconferencia Zoom, la cual incrementa su valor en la bolsa. Hay portales de noticias que reportan, sin ninguna prevención, que los gigantes Apple y Google ayudarán a rastrear el virus con un nuevo software implantado en nuestros celulares. No es por nada que Facebook, Apple ,Amazon, Netflix y Google son conocidas en inglés por la sigla FAANG (Colmillo). Pocos medios se preguntan sobre qué y a quién seguirán rastreando los “hermanos colmillo” cuando el virus merme.
Para mí lo más ofensivo y angustiante, lo mismo que para mis padres, es la lógica defendida por ciertos gobiernos europeos de limitar el acceso a las Unidades de Cuidados Intensivos a las personas vulnerables. Restringir el acceso a ventiladores mecánicos de acuerdo a la edad y otros factores es deleznable. “Primero vinieron por los viejitos pero no levanté la voz porque no era viejito”, diría Martin Niemöller, el pastor luterano que luchó contra el nazismo. Mis colegas periodistas, con muy pocas excepciones, no levantan la voz sobre esta situación porque les resulta más cómodo ser el “cuarto apéndice” del poder político y económico, que ser el “cuarto poder” haciendo vigilancia y contrapeso.
Por fortuna tengo una solución individual y familiar que me permite asegurar a mis padres dormir tranquilos: cierro la reja de la casa para que el virus no nos invada sus cuerpos y desenchufo el cable de las noticias para que los conglomerados de la comunicación no siguen cuestionando el derecho de todos a sobrevivir.