Según se lee en los periódicos del 30 de abril son sólo 13 los países libres de Covid-19. En muchos otros los sepultureros trabajan a doble turno. En el resto, la gente se atrinchera en sus casas o se juega la vida haciéndole fintas al virus en las calles. Todos los gobiernos se esfuerzan, con mayor o menor éxito, por restablecer la normalidad. Pero ¿A qué normalidad nos quieren regresar con tanta prisa? ¿Cuál es esa normalidad idealizada que nos quieren imponer como meta común?
El más reciente reporte de Naciones Unidas sobre refugiados declara que nunca antes en la historia de la humanidad habían existido tantos desplazados. Para los errantes el cierre de fronteras y los controles migratorios no son nada nuevo. Justo antes de la cuarentena global la gente se tomaba las calles de Santiago, Quito, Bogotá, Paris y Beirut, en históricas revueltas populares que todavía pulsan como heridas abiertas. Los grafitis aún estampados en las paredes, como aquel rumor de colegio, parecen decir «a la salida nos vemos». Jamás hubo tanta gente tan pobre y tan poca gente tan rica en el planeta.
Antes del confinamiento los científicos anunciaban que nos quedan sólo 10 años para detener el colapso ambiental, y el aviso de las guerras por empezar preocupaba más que las guerras en curso. En Colombia el asesinato de líderes y lideresas sociales, la deforestación, la minería ilegal, el narcotráfico y la corrupción estaban en alza. Por eso hemos querido dedicar esta entrega de El Comején a los asuntos pendientes.
Somos seres desconcertados que empiezan a sentir sobre sus cabezas los instrumentos de amansamiento con los que nos han hecho buenos ciudadanos (…)
La pandemia es lesiva, tanto para los grandes negocios del empresario, como para las ventas de semáforo del «emprendedor» pauperizado, pero es ante todo una pausa obligada en la esclavitud personalizada del frenético régimen neoliberal. En las pausas, con o sin hambre, se piensa. Comenzar a pensar es comenzar a estar minado, escribió Albert Camus imaginando una roca rodando loma abajo. A pesar de los esfuerzos del poder por hacer de la pandemia una cortina de humo, y de su contención un circo, el desastre planetario creado por el neoliberalismo va quedando en evidencia.
En el confinamiento nos movemos menos y más lento(s), con miedo. Somos seres desconcertados que empiezan a sentir sobre sus cabezas los instrumentos de amansamiento con los que nos han hecho buenos ciudadanos. Navegando a la deriva, reconocemos que lo único seguro es el torrente que nos arrastra, pero persistimos en la lucha contra el olvido, como Jean-Dominique Bauby, el escritor que dictó un libro entero parpadeando con un solo ojo. No es la ceguera de Saramago, pero este virus revela la irracionalidad de la normalidad neoliberal. Es un momento propicio para levantar la voz y gritar juntos que el emperador está desnudo.