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Del Cáucaso al Cauca, el Covid-19 exponiendo desigualdades educativas

El triunfo homogeneizante del modelo de desarrollo basado en el desprecio a la vida y adoración de las cosas subordinó, según Felwine Sarr (2018), al resto de sociedades a seguir el ordenamiento del ser como en lugar de ser y contrario a ser más, empujando a la humanidad a ser menos.

Foto de Harrison Cuero

Foto de Harrison Cuero

En Tbilisi, capital de la República de Georgia, en el corazón del Cáucaso, los estudiantes de un prestigioso colegio a quienes doy clase online empiezan a mostrar síntomas de cansancio, después de más de dos meses de educación virtual. Al mismo tiempo, en la zona rural la falta de conectividad, de equipos y de formación en tecnologías informáticas hacen imposible para los estudiantes y docentes avanzar con el año escolar.

Al otro lado del planeta está el Cauca, un departamento con salida al océano Pacífico y una extensión e importancia geoestratégica similar, en sus tiempos de gloria, a la de su medio tocayo, el Cáucaso. Llegó a regir los destinos de la región tanto en tiempos coloniales como republicanos. Hoy, estudiantes y profesores de la costa caucana luchan por mantener a flote el sistema educativo históricamente debilitado por la exclusión estructural del Estado.

De globalización y universos paralelos

A finales de marzo, cuando el gobierno georgiano implementó las medidas de contención del Covid-19, la mayoría de mis estudiantes señalaban con entusiasmo sentir más cómodo el método de aprendizaje virtual que el tradicional y rígido sistema presencial. El privilegiado aislamiento social les permitía atender las clases desde sus casas, incluso desde sus camas, y sin tener que usar el aburrido uniforme de camisa de cuello rígido y corbata, haciendo uso al mismo tiempo de distintos dispositivos electrónicos que servían más como distracción que como ayuda educativa.

A diferencia de las zonas rurales de Georgia, que cuentan con medianas vías de acceso y presencia del Estado para coordinar las acciones requeridas, en López de Micay la histórica exclusión social obliga a docentes y estudiantes a hacer frente a la pandemia en ausencia de todos los servicios públicos requeridos

Con el paso de las semanas, el entusiasmo comenzó a descender, algunos simplemente dejaron de asistir a clase y otros empiezan a mostrar claros signos de cansancio. La comodidad del colegio virtual implicaba estar más de cuatro horas al día frente al computador y esto, sumado al hecho de no poder hacer vida social fuera de casa, pasaba de ser cool a insoportable.

Georgia está privilegiadamente ubicada en la cordillera del Cáucaso y con salida al mar Negro. Desde Batumi, su más dinámica ciudad costera, habría que atravesar tres mares interiores (mar Negro, mar de Mármara y mar Mediterráneo), el océano Atlántico y todo el territorio colombiano, de norte a sur y de este a oeste, para llegar hasta el municipio de López de Micay, en la costa pacífica colombiana. Además de ser uno de los municipios más desconectados del país socioeconómicamente, y aunque muchos colombianos no lo saben, López de Micay ha llegado a ocupar la primera posición como el lugar más lluvioso del planeta. Esta particularidad atmosférica y social le pasa factura cuando se trata de atender las demandas del Covid -19.

A diferencia de las zonas rurales de Georgia, que cuentan con medianas vías de acceso y presencia del Estado para coordinar las acciones requeridas, en López de Micay la histórica exclusión social obliga a docentes y estudiantes a hacer frente a la pandemia en ausencia de todos los servicios públicos requeridos. Una capacidad hospitalaria incapaz de atender las más comunes patologías; los servicios de energía eléctrica y conectividad como privilegio controlado por particulares con antenas privadas; y el bajo nivel de competencias para las TICs de docentes y estudiantes, terminan de definir el escenario.

Del Estado y otros demonios.

Además de tener que lidiar con las difíciles condiciones que supone el ejercicio docente en una zona controlada por bandas criminales, presencia de narcotráfico y guerrillas post-FARC y ELN, el personal educativo debe inventarse los medios para implementar la brillante idea del Ministerio de Educación de enviarles las mismas directrices que a sus colegas de las grandes ciudades andinas: “El MEN nos manda unas orientaciones y guías, pero se les olvida que sólo hay energía y un muy limitado acceso a Internet en la cabecera municipal” reclamaba una docente, mientras que otra denunciaba: “Nos piden que apliquemos el método virtual cuando el actual gobierno nos quitó el único kiosco digital que teníamos porque, según ellos, era muy costoso y que con uno rural podían conectar a tres colegios en la zona urbana”. En el Micay la deficiente conexión a internet, a través de pequeñas antenas y limitada por las condiciones atmosféricas, sólo permite el uso de aplicaciones ligeras como WhatsApp y Facebook, y a un precio que muy pocos se pueden permitir.  

Por lo anterior, los docentes privilegian el método de talleres con material que ellos mismos elaboran, pues el material del MEN, señalan, no está adaptado y es de difícil comprensión para los estudiantes. Algunos docentes, ante la falta de computadores, elaboran el material didáctico a mano alzada para luego enviarle copias a los estudiantes. Pero allí surgen otros obstáculos. El bajo nivel de formación de los padres, sumado a las múltiples ocupaciones laborales agravadas por las presiones económicas de la pandemia, no les permite apoyar apropiadamente a sus hijos en momentos cuando es indispensable su guía. Incluso, algunos padres, ante la ausencia de los maestros han asignado a sus hijos las tareas agrícolas propias de la época de vacaciones.

Así las cosas, tanto en el Cauca como el Cáucaso, el Covid-19 está develando los abismos sociales dejado por un modelo de desarrollo impuesto que se basa en el Producto Interno Bruto -PIB- y no en la Felicidad Nacional Bruta -FNB- (Sarr, 2018), a sabiendas que el primero solo mide el nivel de acumulación de las cada vez más reducidas y mezquinas élites locales (OXFAM, 2014).

Natural de Guapi, Cauca. Ecólogo, especialista en derecho ambiental, master en Planificación Territorial y Gestión Ambiental de la Universidad de Barcelona, y Doctorando en Sostenibilidad de la Universidad Politécnica de Cataluña. Investigador y consultor en temas territoriales, de derechos humanos y derechos étnicos.

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