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El 21 de noviembre ¿nos dimos cuenta que todo empezó a cambiar?

Abogado Universidad Nacional, especialista en Gobierno Pontificia Universidad Javeriana.

Foto de Daniel Cifuentes en Pixabay

Foto de Daniel Cifuentes en Pixabay

Mucha gente se pregunta si el 21 de noviembre de 2019 fue el día en que nos dimos cuenta que todo cambio para el activismo y la movilización social en Colombia. La pregunta parece justificada si se tiene en cuenta que ese día comenzó la movilización más masiva, heterogénea y urbana de los últimos 40 años en un país asolado por la guerra, y en el que el activismo y la movilización social, además de ser fuertemente reprimida ha sido fuertemente estigmatizada.

Pero ¿cuáles fueron los factores que salieron a la luz ese día? ¿qué implicaciones tiene para el activismo y cuál puede ser su permanencia en el tiempo? Aquí algunas ideas:

La guerra ya no articula la política colombiana

La firma del Acuerdo final de paz entre la ex guerrilla de las FARC y el Estado colombiano en cabeza de Juan Manuel Santos; más allá de la discusión sobre su precaria implementación legislativa, ha tenido hondas repercusiones en la vida colombiana, quizá la más importante de ellas, la de lograr que la guerra dejara de ser el eje articulador del conjunto de la política del país, hecho que beneficia ampliamente el ejercicio de la movilización social y el activismo. Hoy la protesta, el reclamo y la calle no son vistos por la mayoría de las y los colombianos con los ojos de la guerra ni se entienden como actos de terrorismo o como accionar soterrado de las guerrillas para tomarse el poder, como sí fue entendido por muchos años; y el discurso del uribismo y de una parte de las élites locales que intenta reforzar esa idea, ya no cautiva como antes, no interpela al país y se siente más como una explicación paranoica, extremista y desconectada de la realidad. Tanto así que como no había ocurrido en Colombia en décadas, el sentido común era estar con el Paro, no contra él.

Hoy se entienden como existentes, reales y justificadas las causas de las protestas y del activismo. Siempre se nos dijo en Colombia que la guerra, en el sentido mayúsculo de la palabra, y las insurgencias, eran las grandes responsables de nuestras numerosas tragedias. Hoy, que los combates no acaparan los principales titulares de los noticieros, (y como la realidad es terca), empiezan a mostrarse con más claridad los desfalcos y coimas de la élite corrupta; la imposibilidad de acceder a derechos básicos como la alimentación y la salud; la precariedad absoluta en la que vive la mayoría del país y por supuesto, el sistemático asesinato de líderes sociales. ¿Hoy que la guerra no está, a quién le echamos la culpa? al Gobierno, es la respuesta que cada vez crece más en Colombia.

Una nueva generación a la calle

El activismo y la movilización social en Colombia está siendo desarrollada en lo fundamental por una nueva generación. Lo que se vio el 21 de noviembre y los días posteriores y en buena parte de las movilizaciones anteriores, son miles de jóvenes y de personas que interpretan el mundo desde nuevas coordenadas y sensibilidades distintas.

Buena parte de esta nueva generación no fue educada en el embrujo uribista; asimila a este personaje con todo lo que le es contrario, y asume como bandera destituirlo de la política nacional y de la suya propia. Aunque Álvaro Uribe no sea hoy en lo formal el presidente de Colombia, la mayoría de reclamos, gritos y consignas iban contra él. No es casual que cada viernes a las 7 p.m. en Colombia la principal tendencia de las redes sociales sea #Matarife, el nombre que le ha dado un abogado a una serie sobre los numerosos crímenes cometidos por el hoy Senador de la República.

Esta generación, sobre todo en las ciudades, está conectada por lo menos de forma digital, en tiempo real con hechos globales; de hecho, se podría decir que en muchas ocasiones está más enterada de lo que sucede en París, que de lo que pasa en el municipio vecino. Esto hace que, aunque hoy el activismo y la movilización se ejerza desde lo local, se entiende plenamente articulado a causas y repertorios internacionales la creación de redes en las que, por ejemplo, se articulan activistas de Cali, Colombia, y Barcelona en Cataluña. También la popularización en Colombia de las primeras líneas al estilo chileno, de los pañuelos verdes y de el cántico de El violador eres tú durante el Paro Nacional, son apenas una muestra de eso. Esta generación se siente parte de un activismo global. 

Esta generación tiene nuevas sensibilidades, crecen de forma exponencial en Colombia el activismo en contra del machismo, el cambio climático, el antropocentrismo depredador, la segregación urbana y la corrupción, entre otras causas que no han sido las que históricamente han centrado la movilización social en el país, más ligadas al conflicto capital trabajo, la necesidad de una reforma agraria integral, la defensa de la educación pública y la búsqueda de la paz con justicia social. Esta generación no entiende estas causas como antagónicas sino como complementarias. Lastimosamente no parecen entender lo mismo buena parte de quienes hoy lideran algunas de las organizaciones sociales con más años en el país.

El activismo y la movilización social en Colombia está siendo desarrollada en lo fundamental por una nueva generación. Lo que se vio el 21 de noviembre y los días posteriores y en buena parte de las movilizaciones anteriores, son miles de jóvenes y de personas que interpretan el mundo desde nuevas coordenadas y sensibilidades distintas.

Encuentro potente y conflictivo entre lo espontáneo, lo nuevo y el activismo ya organizado.

El Paro Nacional permitió evidenciar una afortunada pero conflictiva coincidencia que se está presentado en Colombia entre lo espontáneo, lo nuevo y el activismo organizado años atrás. La movilización del año anterior, en lo fundamental fue compuesta por miles de personas que seguramente nunca se habían movilizado o participado de protesta alguna, que no leyeron el pliego del Paro y que, aunque saben que existen instancias organizativas formales de la movilización, no les interesa hacer parte de alguna de ellas, pero sí demandan de éstas sensatez y reconocimiento. Personas que hoy están mucho más dispuestas a asumir algún activismo esporádico por alguna causa en particular o por cambiarlo todo.

Así mismo jugaron un papel vital en la movilización organizaciones y activistas locales, liderazgos ejercidos individual o colectivamente en proceso, y causas barriales en defensa de alguna cuenca de un río aledaño, organizaciones animalistas, redes feministas o de  reivindicaciones transgénero, que aunque con niveles de organización y acción más o menos estables no hacen parte de los movimientos sociales que más protagonismo han tenido en Colombia, ni de las diferentes dinámicas de articulación nacional. Estas organizaciones se mueven, inciden, articulan, pero cuidan con ahínco su autonomía y anclaje territorial. De igual forma, la existencia e insistencia importante de organizaciones nacionales con órganos de coordinación y representación definidos, ligados a la lucha sindical, el movimiento agrario o la lucha estudiantil animaron y contribuyeron en mucho a las movilizaciones en el marco del 21N.

Fue precisamente este afortunado encuentro el que permitió la masividad de la protesta, pero también cómo juntar y entender estas diferencias y coincidencias es donde reside el mayor reto. Lastimosamente se intentó entender y asimilar todo en un molde homogéneo asumiendo el Paro y la movilización, no como un proceso con actores, roles y repertorios coincidentes, pero distintos; primó la visión de un modelo único de organización que derivó, como suele ocurrir, en un espacio copado por las organizaciones anteriormente existentes, enfrascadas en una discusión interna que casi nadie entiende y lo que es peor que a poca gente le importa.

¿Y el Covid qué?

Aún es pronto para saber los impactos que tendrá la pandemia y todos los fenómenos asociados a ésta en el activismo y los movimientos sociales en Colombia. Sin embargo, hay dos caras de una misma moneda que tendrán que tenerse en cuenta. Por un lado, un evidente crecimiento del autoritarismo plasmado en un presidente que gobierna por decreto con escaso control político o judicial, la justificación de medidas de vigilancia digital masiva con la excusa de controlar el contagio del virus, y manifestaciones sociales de corte fascista como amenazas y atropellos contra el personal médico y personas supuestamente infectadas con el Covid. Por otro lado, un aumento exponencial del hambre, el desempleo y la miseria. Protestas por física hambre.

En todo caso, aunque caigan rayos y centellas, y reconociendo la gravedad del asesinato de líderes sociales, no tengo duda que estamos en el mejor momento para hacer activismo en Colombia, no en el más fácil, pero sí en el más interesante y con mayores posibilidades de transformación. Si este fue el momento o el día en que todo cambió lo sabremos en unos años, pero una respuesta positiva a esta pregunta dependerá en mucho de seguir defendiendo la paz, protegiendo y reconociendo a la nueva generación, que deberá asumir críticamente lo que los más grandes han construido, y haciendo de la diversidad del activismo y del movimiento social colombiano su mayor potencia.

Abogado Universidad Nacional, especialista en Gobierno Pontificia Universidad Javeriana.

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