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Las bellas artes de la democracia

Cualquier artefacto constitucional se vuelve irrelevante si un gobierno de izquierda no pone el acento en la economía y no les da la vuelta a las ideas hegemónicas. Iván Cepeda, lo mismo que Gustavo Petro, han demostrado que con la ley en la mano se pueden librar y ganar batallas.

Graffiti en Cape Down

Cape Down. Imagén de Sincerely Media para Unsplash

El 29 de junio de 2009 Denny Chin, natural de Hong Kong y juez de la Corte de Nueva York, condenó al corredor de bolsa Bernard L. Maddof a 150 años de cárcel por protagonizar una de las más grandes estafas de la historia. El expresidente del índice Nasdaq dejó un agujero de 65.000 millones de dólares. El 6 de julio de 2019 Richard Berman, juez de la Corte de Nueva York, ordenó el arresto del multimillonario Jeffrey Epstein por tráfico sexual de menores. Epstein, considerado un depredador sexual, apareció muerto en su celda llevándose consigo información sobre lo que ocurría en la llamada “Isla del Pedófilo”, lugar de las Bahamas en el que eran invitados importantes personajes de la política internacional. Andrés Pastrana, expresidente de Colombia, fue relacionado con Epstein. 

La idea de hacerse al Estado para destruirlo y sobre las ruinas levantar otro es una ficción

Cuando un ciudadano corriente como el juez Chin o Berman aprieta las tuercas a un hombre poderoso como Maddof o Epstein, estamos ante una obra de arte de la democracia. Son las acciones que salvan la idea de democracia. Estas cosas ocurren a menudo en los Estados Unidos. En Latinoamérica es raro que esto suceda, en Colombia no hay antecedentes de esta naturaleza. Por esta razón el arresto del expresidente Álvaro Uribe se mira como una extravagancia. La lógica colombiana es que los poderosos pongan a los jueces en la picota pública o los envíen a la cárcel. 

Los propagandistas del uribismo han puesto el ojo en el quinteto de magistrados que ordenaron el arresto del expresidente. No conciben que unas personas anodinas se hayan atrevido a tanto. Fuera de Colombia nadie podía entender cómo un hombre con cientos de acusaciones y varios de sus principales colaboradores condenados continuara libre, como si nada. En una dictadura pasan estas cosas. En una democracia no.  

La justicia colombiana es una montaña rusa. El proceso contra el exmandatario no puede seguirse como si fuera un match futbolero

El senador Iván Cepeda ganó al expresidente Álvaro Uribe una de las más extenuantes y dificultosas maratones jurídicas ocurridas en Colombia. Cepeda, un reconocible líder de izquierda, siguió al milímetro los meandros legales para ganar la liza. Es una asignatura que bien vale estudiar porque la vieja izquierda ha mirado con desdén todo aquello que despida algún tufo de derecho burgués. Es la izquierda que concibe al Estado como una máquina de dominación de clase y el Derecho como la voluntad de la clase dominante, porque lo escribieron Lenin y Marx. La idea de hacerse al Estado para destruirlo y sobre las ruinas levantar otro es una ficción. Cualquier artefacto constitucional se vuelve irrelevante si un gobierno de izquierda no pone el acento en la economía y no les da la vuelta a las ideas hegemónicas. Iván Cepeda, lo mismo que Gustavo Petro, han demostrado que con la ley en la mano se pueden librar y ganar batallas. Con la Constitución del 91 y los Acuerdos de Paz de La Habana hay más que suficiente para gobernar. No más inventos. 

El juicio contra el expresidente Álvaro Uribe no puede hacernos perder los papeles. Viene un proceso electoral en las que las papeletas pueden cambiar

Quienes hemos pasado por el embudo de la justicia colombiana sabemos de sus aciertos y desafueros. Hay magistrados justos y magistrados marionetas. A veces te encuentras con un juez bondadoso que te mira como a un hijo y decide enmendar los excesos que han cometido contra ti. Yo tuve la mala suerte de encontrarme a merced de fiscales y jueces sin rostro y testigos clonados que cumplían ordenes del Ejecutivo. La orden era impedir mi libertad. Pagué más de la cuenta. Volví a la calle y rehice mi vida. El arresto de Uribe debe observarse con mesura. La justicia colombiana es una montaña rusa. El proceso contra el exmandatario no puede seguirse como si fuera un match futbolero. El asunto es tan serio que resulta insensato que los contradictores del expresidente sub iudice celebren el arresto como lo hacen los hinchas de un club deportivo. Esto mismo vale para los uribistas. 

El affaire Uribe sucede en un tinglado contaminado por la peste y en el que algunos actores principales y secundarios han olvidado su libreto. Quiero recordarles a mis amigos de la izquierda lo difícil que fue insertar el libreto de la paz y la reconciliación en un país en que la violencia aún es considerada una obra de culto. El juicio contra el expresidente Álvaro Uribe no puede hacernos perder los papeles. Viene un proceso electoral en las que las papeletas pueden cambiar. Quizá cambié en 2022 el sentido del gobierno. Cualquiera que sea el gobierno tendrá que vérselas con el desastre dejado por la peste. Un país derrumbado en su economía y su moral. No pierdan esto de vista, comejenes.   

Escritor y analista político. Blog: En el puente: a las seis es la cita.

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