En Hambre-Carnaval: dos miradas a la crisis de la modernidad, el mexicano Armando Bartra expone un planteamiento que, ante el retorno del fascismo, bien puede estar al orden del día en Colombia, aunque con mayor evidencia en el sur del país -donde el verde es todos los colores-, en Nariño tierra de Carnaval. Dice Bartra: quizá porque la historia de nuestros pueblos está tachonada de matazones, quizá porque aquí los movimientos contestatarios suelen terminar en cruentas represiones, quizá porque muchos de nuestros líderes sociales terminaron muertos o encarcelados, tenemos una visión necrológica y panteonera de la rebeldía social y con frecuencia olvidamos su lado jubiloso, festivo, lúdico, carnavalesco.
La propuesta de Bartra radica en carnavalizar la acción política de los movimientos sociales sirviéndose de las artes burlescas e irreverentes: el teatro, la música, el performance y el carnaval. Su idea guarda similitud con el planteamiento desacralizador que el filósofo Giorgio Agamben expone en Elogio de la profanación. Sin embargo, no se trata de una acción política carnavalesca para evadir la lucha desde una cómoda postura posmoderna frente a la actual crisis civilizatoria del capitalismo, en medio de la que resurge el fascismo, sino de asumir el carnaval como un poderoso recurso de la lucha popular. El carnaval como resistencia y transgresión colectiva. La revolución como teatro en las calles. Un carnaval capaz de organizar revueltas. El carnaval como maniobra para vencer.
Los gobiernos departamentales de Parmenio Cuellar, Antonio Navarro, Raúl Delgado y Camilo Romero, que algunos señalan de alternativos no lo fueron tanto.
Sin lugar a duda, algunos leninistas dirán que por ahí no va el agua al molino. Pero si continuamos caminado arrastrando los dogmas, si no logramos superar el carácter instrumental de la política y abandonar su visión pragmática heredada de Maquiavelo, si no dejamos atrás el utilitarismo político, nunca comprenderemos que los movimientos sociales no son meras acciones colectivas agenciadas por individuos racionales movidos por el simple cálculo de costos y beneficios. Si abres bien los ojos, Comején, observarás que la acción colectiva contestataria viene trasegando desde la lucha revolucionaria o reivindicativa hasta llegar al performance. Así lo relata Bartra:
[…] desde el siglo pasado, la acción política callejera rejuvenece y se teatraliza, de tal forma que hasta las legendarias batallas con bastones de kendo entre la policía y la Federación Japonesa de Asociaciones Estudiantiles, brazo combatiente de la Liga Comunista Revolucionaria, además de reales y contundentes combates callejeros, son también representaciones rituales […] La juventud que hoy sale a la calle a bailar y cantar su indignación nos recuerda que, como decía Carlos Monsiváis: “la seriedad es un robo”, y, como escribió Alexander Herzen: “la risa es revolucionaria” […] La clave de los movimientos que cambian el rumbo de las sociedades está en que ponen en juego la inventiva política para saltar fuera del tiempo lineal en un ejercicio semejante al que Gastón Bachelard veía en la “imaginación poética (que) escapa a la causalidad” y en el que al “despedirnos del pasado y de la realidad, se abre al porvenir”. En esta perspectiva, las revoluciones y los grandes movimientos sociales son los poetas de la historia.
La revolución no se logrará con un disparo fulminante al corazón del sistema porque resulta que el capital está en todas partes y su apabullante poderío domina la totalidad social.
Tú bien sabes, querido Comején, que en el Sur vivimos el carnaval y que no en vano se nace al pie de un volcán ¿Te has percatado que en Nariño lo peculiar del asunto en materia política consiste en que la izquierda, los progres y los tibios solo olvidan el sectarismo a fin de año, cuando se van de Carnaval? El ritual comienza tempranito, el 28 de diciembre, día de Inocentes, discurre por la sátira política en el desfile de años viejos para florecer en el Carnaval Andino de negros y blancos que -con sus máscaras, sus comparsas, sus colectivos coreográficos y el arte escultórico de las carrozas- se resiste a la modernidad capitalista desde una cultura regional que es la amalgama de civilizaciones prehispánicas, hispánicas y africanas.
¿Te acuerdas, Comején, de cómo era -años atrás- el día de Inocentes, día de bromas y de baño purificador, día preámbulo al Carnaval, cuando en Pasto teníamos la libertad de lavar al vecino, al amigo o enemigo, con un baldado de agua fría, con bombazos o mangueras? ¿Has reparado en cómo ese día se fue transformado de a poco -mediante la movilización cultural- en cuadras y cuadras de calles multicolores, en arcoíris en el asfalto pintado con tiza, para generar conciencia sobre el cuidado del agua como bien común? Descubriste que la estrategia avanzó lentamente, pero funcionó.
Querido Comején, la revolución no se logrará con un disparo fulminante al corazón del sistema porque resulta que el capital está en todas partes y su apabullante poderío domina la totalidad social. Los cambios históricos son lentos, inciertos, fractales. Por eso habremos de trabajar con el estoicismo del artesano del Barniz de Pasto, con la paciencia de quien labora el arte del Mopa-Mopa. El socialismo, si todavía quieres llamarlo así, no vendrá con la velocidad de la fibra óptica, solo puede llegar en bicicleta.
Y únicamente la locura será la encargada de ponernos a buen resguardo. Por eso los zapatistas demandan a los rebeldes “mantenerse en la locura hasta el último momento”. El príncipe Kropotkin asegura que “el rebelde anarquista debe ser un loco”. Montaigne propone: “a quien quiera sacudirse de la torpeza le hace falta un poco de locura” y Erasmo de Róterdam habla de la “locura sabia”, de la “demencia sensata”, porque “la locura vence toda la sabiduría del mundo, la suma de toda la felicidad humana depende de la locura.” Por eso los gobiernos departamentales de Parmenio Cuellar, Antonio Navarro, Raúl Delgado y Camilo Romero, que algunos señalan de alternativos no lo fueron tanto. Ese séquito de políticos regionales, algunos venidos del campo popular, solo sirvió para demostrar aquello que no se debe hacer si quieres ser poder alternativo: no se trata de “gobernar como es debido” ni de dominar las artes de la “correcta” administración, sino de subvertir el poder, de ponerlo cabeza abajo, de hacer las cosas al revés, es decir, de actuar como locos.
A esos gobernantes locales les asistió un problema cardinal: la incapacidad para interpretar en clave teórico-práctico el momento histórico y político que atravesaron. ¡La praxis transformadora no perdona el menor error teórico! La carencia de músculo teórico-práctico no posibilitó que el Nariño liderado por los “progres” aprovechara su potencial político-cultural alternativo -su esencia carnavalesca- para avanzar en la construcción un proceso local de desconexión de la lógica capitalista que permitiera forjar y poner a prueba verdaderos espacios de autonomía regional, de soberanía alimentaria, de administración comunitaria de los bienes comunes, de agroecología, de moneda y banca local, de transporte alternativo, de comercio justo. Parmenio Cuellar, Antonio Navarro, Raúl Delgado y Camilo Romero se achilaron, trataron al poder instituido en Colombia con el “debido respeto.” No lo desacralizaron, no lo profanaron, en suma: no carnavalearon.