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Cuentos de criadas que no son cuentos

Episodio 1: Ciudad laberinto, sin cielo y sin horizonte

Cuentos de la criada

Imagen de Denise Litchfield en Pixabay

La historia a la que me referiré sucedió en Barcelona. Pero podría haber sucedido en París, Berlín, Nueva York o Los Angeles, o tal vez en Buenos Aires o en Sidney. En cualquiera de esas ciudades sin cielo, repletas de gente anónima. Esas ciudades donde los centros comerciales son todos iguales y las vitrinas ofrecen las mismas prendas de ropa. Allí, donde los habitantes se convirtieron en topos yendo y viniendo en laberintos de trenes subterráneos durante todo el día.

Era un lunes de otoño por la mañana. Flora se disponía a realizar un recado por la Avenida Meridiana. Al doblar en una calle vio a una señora sentada en un banco con la cabeza entre las manos. Siguió de largo, pero algún pensamiento la hizo retroceder. Tal vez fueron los recuerdos de sus primeros tiempos en la ciudad. Se acercó. La señora lloraba desconsoladamente. Se dio cuenta de que podría ser compatriota suya y le preguntó qué le sucedía. “Me desorienté”, era la única frase que podía hilvanar la señora entre su llanto. Flora se sentó a su lado e intentó consolarla. La señora le explicó que debía presentarse en su trabajo, pero que, al salir del subterráneo, todo estaba distinto. Trabajaba de interna las 24 horas cuidando a una anciana y tenía permiso para salir cada seis meses a visitar a su marido. Había salido el viernes y se disponía a volver, pero “todo estaba distinto”. ¿Qué es lo distinto? Flora todavía no terminaba de entender.  

Aquella mañana, la marea humana que salió de su vagón tomó otro rumbo. Unas vallas de publicidad tapaban el camino por dónde ella salió la última vez, y se encontró de pronto caminando dentro de esa marea humana por una serie de laberintos y escaleras que la llevaron a la superficie. Al salir, no estaba la tienda de zapatos que era su referencia para luego encontrar la calle de su trabajo. Las obras de la estación de tren habían cambiado por completo el paisaje urbano, el único paisaje que le resultaba algo familiar en esa ciudad. Unas obras faraónicas para construir la intermodal más grande del país por donde pasaría un tren de alta velocidad. Y allí estaba, perdida en un laberinto, sin saber para dónde ir, sin rumbo, sin cielo y sin horizonte. 

Flora la consoló y le ofreció su ayuda. Ella seguía llorando y llorando. Si no se presentaba en su trabajo, su jefa la echaría. Si su jefa la echaba, su marido se enojaría y, quien sabe, si se enojaba le volvería a pegar porque no tendrían dinero. Con sus 64 años y su estado de salud ya no podría conseguir otro trabajo. Era su única oportunidad desde que la tiendecita de Pacata se fundió. El encierro en la ciudad laberinto era su libertad. Con el dinero que recibía, su marido ya no le pegaba e incluso podía guardarse unos ahorritos para cuando fuera más vieja. Ahora, sus ahorritos se habían difuminado en el laberinto y su llanto no cesaba. 

Flora vio que la señora tenía un papelito en la mano. Era un teléfono móvil al cual Flora enseguida llamó. Tuvo que hacer tres intentos para que alguien respondiera. Era la hija de la anciana que ella cuidaba. Flora le explicó lo que sucedía. La mujer le dijo que en 15 minutos estaría allí y recogería a la señora. Flora esperó con ella. Aún tenía tiempo de completar su recado y la señora ya había dejado de llorar. Le habló de sus hijos, de las cosechas, de la tiendecita y de cómo se animó a subir a un avión por primera vez. La mujer apareció en exactos 15 minutos. La señora se levantó de un salto y comenzó a rogarle disculpas. La mujer no parecía escuchar las disculpas, ella también tenía que llegar a su trabajo. Dio media vuelta y las dos se marcharon rápidamente casi sin saludar a Flora. Flora vio cómo ambas se alejaban y desaparecían por la ciudad laberinto. Una ciudad laberinto similar a otras, pero donde de pronto el paisaje es distinto. Ciudad de gente anónima y de injusticias anónimas. Ciudad de encierros y libertades. Ciudad de encuentros y desencuentros.  

De Buenos Aires, migrante en Barcelona. Antropóloga especializada en migraciones internacionales. Investigadora social de la Universidad Autónoma de Barcelona. Directora de Europa Sense Murs.

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