Hace un poco más de un año leí de The Game, el libro de Alessandro Bárico, que es a las nuevas tecnologías lo que es el E.H. Gombrich a la historia del arte. A través de una cartografía de la insurrección digital, el autor analiza las mutaciones que está sufriendo nuestra sociedad debido al impacto de las nuevas tecnologías. Si ya tenía dudas de ese elefante en el salón, este libro fue decisorio para dedicarme a investigar el tema.
La pandemia y el confinamiento fueron el tiempo perfecto para investigar y estudiar a fondo sobre algoritmos, minería de datos, internet de las cosas, redes, capitalismo de vigilancia y humanismo entre otras cosas. Me suscribí a varios blogs de Sillicon Valley para hacer seguimiento al día sobre el tema y saqué todos mis conocimientos de matemáticas y programación debajo de la alfombra donde los tenía, para intentar tocar todas las aristas posibles.
El crecimiento económico desmedido de las empresas tecnológicas, el robo de datos, la cibervigilancia, el enganche a las redes sociales, el sabotaje a la democracia, el desbordamiento de nuestra subjetividad corpórea y la mutación identitaria de la humanidad.
Lo único que siento que me falta es un espacio de debate, colectivo y asambleario. Me sentía sola viendo como este Ciberleviatán se levanta sobre nosotros con toda su fuerza sin encontrar ninguna resistencia, como una dictadura digital que se proyecta en el horizonte y con apenas algún cuestionamiento sobre el entramado sobre el que se sostiene, erigiéndose como una nueva soberanía en el planeta inmune a la regulación legal y democrática.
¿Qué es exactamente lo que está fallando? La primera alerta que recibimos viene de esa “cacofonía de quejas y escándalos” global, como explica Tristán Harris, diseñador ético de Google en la serie de Netflix El dilema de las redes sociales. La polarización global alimentada por las burbujas individuales de información en la que vivimos; creadas por algoritmos sin ningún criterio ético y nada transparentes que nos impiden ver el mapa completo; el crecimiento económico desmedido de las empresas tecnológicas, el robo de datos, la cibervigilancia, el enganche a las redes sociales, el sabotaje a la democracia, el desbordamiento de nuestra subjetividad corpórea y la mutación identitaria de la humanidad. Claramente estamos inaugurando una época absolutamente digitalizada, la pandemia aceleró ese proceso y abrió las puertas de par en par al Ciberleviatán que viene a imponer un totalitarismo digital que amenaza con erradicar la democracia.
Estamos asistiendo a un “alineamiento entre lo técnico, lo económico, y lo político; hacia un mismo punto del horizonte del que se beneficia plenamente un grupo relativamente restringido de personas que detentan un poder desmesurado sobre un cierto número de nuestras actividades que aumenta sin cesar, entre las cuales dependen del poder soberano, como la educación o la salud, y que pretenden instaurar una mercantilización integral de la vida del hombre y modelar el mundo a partir de sus meros intereses”, como explica Jean-François Fogel en su texto Veinte apuntes sobre el ciberLeviatán. En mi opinión, lo que está fallando es que todo esto está sucediendo en nuestras narices y apenas nos estamos enterando. Bienvenidas a la Matrix.
Creemos vivir en libertad, pero lo cierto es que cada vez más las decisiones que tomamos en el día a día están sometidas por lo que sugieren las máquinas, que ya son una extensión de nuestro cuerpo para asegurarse de que se cumpla su cometido, ahí está el teléfono movil. Funciona como una espiral debido a complejos algoritmos. La información que consumimos nos indica el camino que debemos seguir y qué acciones abordar según los datos que se van generando de nuestra huella digital.
China y Estados Unidos lideran los modelos que, desde el espacio privado o estatal, tratan de fomentar la instauración de una dictadura tecnológica, allanando el camino hacia esa distopia de absoluto control digital que infantiliza al ser humano despojándolo de su capacidad de decisión.
La capacidad humana de decidir libremente está colapsando, desactivando la ciudadanía como eje de gravedad política ante un monopolio de poder absoluto e inédito en la historia de la humanidad, que no necesita la violencia ni la fuerza para imponerse, y utiliza principalmente la complejidad de las matemáticas como arma letal.
No es la primera vez que las matemáticas se convierten en un arma de destrucción masiva. La crisis financiera dejó bien claro que “no solo estaban profundamente involucradas en los problemas del mundo, sino que además agravaban muchos de ellos”, y combinadas con la tecnología podían multiplicar el caos, según explica Cathy O Neil en su libro Armas de destrucción matemática.
El actual poder en el mundo es tecnológico y se basa en la soberanía de los datos. China y Estados Unidos lideran los modelos que, desde el espacio privado o estatal, tratan de fomentar la instauración de una dictadura tecnológica, allanando el camino hacia esa distopia de absoluto control digital que infantiliza al ser humano despojándolo de su capacidad de decisión.
Desde el 2011, cuando se materializó el movimiento 15M en España, y se puso sobre la mesa un montón de cuestiones sociales que debían ser atendidas con urgencia, fue cuando vi la Doctrina del Shock de la que habla la economista Naomi Klein. Estábamos desbordados de problemas y por esto mismo era muy difícil enfocar nuestra lucha en cuestiones puntuales que nos unieran. Esa sensación persiste y se agrava, porque los problemas que se ciernen sobre el planeta son cada vez más complejos y requieren de soluciones globales que precisamente hacen que sean más difíciles de abordar.
Espero que se puedan abrir más espacios para abordar este debate, antes de que sean las máquinas las que tomen las decisiones sobre lo que es mejor para nosotras.