A diferencia de otros países latinoamericanos, Colombia no ha tenido una tradición de medios de comunicación alternativos o independientes, hecho que se ve reflejado en el lamentable nivel político de la gran mayoría de sus ciudadanos.
Sin espacios de comunicación verdaderamente plurales, nuestra sociedad ha quedado a merced de unos medios mediocres, instrumentalizados por las élites para mantener a raya cualquier corriente que amenace sus negocios. Aparte de mentirosos y sesgados, estos aparatos de propaganda también se han usado para hacer sonar los tambores de la guerra, convirtiéndose en actores de vital importancia en los tenebrosos ciclos de violencia de los últimos cien años.
Dice la leyenda urbana que Gabriel García Márquez intentó romper el monopolio de El Tiempo, El Espectador, El Siglo, El Colombiano y El Heraldo, fundando un diario que habría de llamarse El Otro
Durante el largo reinado de los medios impresos, antes de que la radio cobrara la tremenda importancia que ha tenido, no hubo en nuestro país ningún impreso que hiciera mella sobre el monopolio de los periódicos tradicionales. Todos ellos estuvieron al servicio los negocios de sus dueños -las élites nacionales y regionales-, arropados en las banderas de los partidos tradicionales. Durante la tétrica época de La Violencia, instigada por los directorios de los partidos Liberal y Conservador, los periódicos fueron trincheras de la plomacera, fomentaron odios y fanatizaron a sus audiencias, sembrando las semillas del alma intolerante y el espíritu violento que habita hoy en Colombia.
Excepto algunas publicaciones gaitanistas, así como la eternamente marginal Voz Proletaria, por aquellos días aciagos sólo se escuchó la versión de los poderosos. Sin embargo, desde mediados de los cincuenta, por algunas rendijas mal vigiladas se colaron a las salas de redacción varias camadas de jóvenes apasionados e intelectualmente inquietos, muchos de ellos entusiastas seguidores de la Revolución cubana o contagiados por las sucesivas explosiones de rebelión juvenil de la época. El paradigma por excelencia de ellos fue García Márquez, primero reportero de El Universal de Cartagena, también columnista de El Heraldo, y luego cronista estrella de El Espectador desde 1954. Si bien esa camada de jóvenes renovó la forma de hacer periodismo, introduciendo en la agenda informativa nuevos temas magníficamente escritos, el país siguió huérfano de un medio que se saliera del molde y rompiera el unanimismo derivado del excluyente pacto del Frente Nacional.
Valga a estas alturas, sin embargo, mencionar el periódico quincenal Frente Unido dirigido por el padre Camilo Torres, que dejó oír nuevas voces y dedicó la mayoría de sus doce páginas de formato tabloide a reseñar las luchas de los excluidos de siempre. Su primera edición circuló el 26 de agosto de 1965 y vendió cincuenta mil ejemplares, poniendo patas arriba la escena mediática nacional. A pesar de su éxito arrasador, el periódico sucumbió trece ediciones más tarde, poco antes de que Camilo decidiera echar pal monte, donde Fabio Vázquez, temiendo que el cura le hiciera sombra, lo mandó a morir desarmado en el matadero de Patio Cemento.
La mayoría de ellas terminaron en manos de caciques políticos locales y regionales o terminaron transmitiendo desde las sacristías de la iglesia católica.
La irrupción de la radio, derivada del desarrollo industrial y la consiguiente ampliación de los mercados, no hizo más que reforzar el monopolio elitista de los medios de comunicación. Ni la más minuciosa exploración arqueológica en los territorios de la radio podría dar fe de la existencia de una emisora alternativa o tan siquiera de un programa de radio de avanzada entre los años cuarenta y noventa. Al contrario, cuando la radio adquirió la tremenda influencia que aún tiene hoy, cabalgando sobre los caballitos de acero de La Vuelta a Colombia, los cacaos de la época se apresuraron a comprar emisoras y a obtener licencias, creando cadenas radiales dedicadas a pastorear a sus audiencias cual rebaños de mansas ovejas.
Fue sólo hacia 1991, tras la Constituyente, que el espectro se abrió a las emisoras comunitarias. Algunas de ellas jugaron un papel de cohesión social en apartadas regiones e intentaron introducir nuevas agendas y formatos, hasta que fueron satanizadas por las cruzadas paramilitares que salvaban a Colombia del comunismo. La mayoría de ellas terminaron en manos de caciques políticos locales y regionales o terminaron transmitiendo desde las sacristías de la iglesia católica.
En los setenta -mientras la programación de los canales de televisión era repartida por el presidente de turno- ocurrió el único milagro transgresor que ha tenido nuestra prensa: la revista Alternativa. Circuló durante seis años, entre febrero de 1974 y marzo de 1980 y sacó 257 números. Enfrentó gobiernos, denunció corruptelas y atropellos, develó la podredumbre del poder y alcanzó a revelar los primeros indicios de la alianza entre el Estado y los nacientes escuadrones paramilitares. Vivió de las ventas, así como de unos pocos avisos y del bolsillo generoso de García Márquez, fundador de aquella memorable aventura junto a Enrique Santos Calderón, Antonio Caballero, Orlando Fals Borda y otros periodistas e intelectuales. Hasta que quebró y cerró. De hecho, dice la leyenda urbana que varios años después Gabo intentó romper el monopolio de El Tiempo, El Espectador, El Siglo, El Colombiano, El Heraldo y demás “El”, fundando un diario que habría de llamarse El Otro, pero su mujer, Mercedes Barcha, se opuso rotundamente tras el desangre de las finanzas familiares que ocasionó Alternativa.
En el 2005 participé junto a colegas de todo el continente en la creación de Telesur. Con una inversión considerable, derivada de la voluntad política del Gobierno venezolano, este canal logró meterse en las grandes ligas de la televisión, compitiendo de tú a tú con CNN en Español.
No recuerdo el nombre de un bellísimo y prometedor periódico que sacó en los ochenta el periodista Ramón Jimeno junto a otros colegas, entre ellos la asesinada Silvia Duzán, pero sí tengo claro que no llegó a su quinta edición.
Las experiencias alternativas en nuestra televisión se cuentan con los dedos de una mano: Zoociedad y Quac de Jaime Garzón, Antonio Morales, Diego León Hoyos; La Tele, El Siguiente Programa, La Tele Letal de Moure y De Francisco; La Franja de Señal Colombia; Los Puros Criollos de Señal Colombia. El noticiero AM/PM de franca oposición. También algunos programas de los canales regionales como Rastros y Rostros de Telepacífico.
Sólo para reafirmar lo dicho, mencionaré a modo de contraste algunos de los medios de comunicación de otros países latinoamericanos y España que compiten de tú a tú con los medios tradicionales y nivelaron la balanza de la información desde hace años en sus países, permitiendo a los ciudadanos acceder a visiones y versiones distintas de la realidad. Allí, obviamente, hay un nivel político promedio muchísimo más alto que en Colombia, y se ejercen y disfrutan y luchan los derechos de otra manera La Jornada de México; El Regionalista, El Ciudadano y la Voz de Maipú de Chile; Página 12 en periódico y radio de Argentina; Brecha de Uruguay; Público y diario.es de España; El Faro de El Salvador o efsyn de Grecia.
Al cierre: En el 2005 participé junto a colegas de todo el continente en la creación de Telesur. Con una inversión considerable, derivada de la voluntad política del Gobierno venezolano, este canal logró meterse en las grandes ligas de la televisión, compitiendo de tú a tú con CNN en Español y demás yerbas del camino. Hizo visibles a los que nunca habían tenido rostro ni voz. Estuvo presente en los grandes acontecimientos de la región durante años y sacó a la luz un continente diverso, profundo, pluricultural, multiétnico y maravilloso que nunca se había visto en las pantallas de televisión.
Sin embargo, la coyuntura política y las encrucijadas de la situación interna de Venezuela han ido convirtiendo a Telesur en un órgano de propaganda, distinto y distante del canal que en buena hora inauguró Chávez el 24 de julio de 2005.