Con mi acento caribe y mi color de piel había ingresé sin pasaporte a Venezuela, Curazao y Aruba. Mi primer viaje con los papeles en regla fue a Cuba, la tierra de Benny Moré. Llegué a La Habana el 22 de septiembre de 2007 con una mochila nueva que había comprado con un dinero que mi abuela tenía destinado para pagar la factura de la luz. El pasaje de ida, solo ida, me lo pagaron unos chicos noruegos que apoyaban a los dirigentes estudiantiles colombianos amenazados de muerte por los escuadrones de extrema derecha.
Unos amigos bogotanos me dijeron que en Cuba se podía vivir sin mucho dinero y que la isla era como la sede del cielo en el Caribe. Me echaron el cuento de que en Cuba la salud y la educación eran gratuitas y de las mejores del mundo. Que nadie se acostaba sin comer y que uno podía hacer lo que le viniera en ganas porque el socialismo cubano era la libertad en toda su plenitud. Mejor dicho, la vaina estaba hecha y lo único que necesitaba era sentarme a estudiar y aprender. Era la primera vez en mi vida que estudiaba sin pensar en que tenía que trabajar para pagarme el bus y las fotocopias, ni preocuparme por la comida.
En Colombia tenía vedado asistir a los eventos culturales y artísticos por una sencilla razón: no tenía plata. Pasaba más hambre que un ratón de ferretería.
Todo lo que me dijeron mis amigos en Bogotá resultó cierto. Tenía asegurado los tres golpes de comida solo por estudiar. Arroz con frijoles, picadillo de soya y un temible calamar en tinta roja que para meterle el diente había que tener muchísima hambre. Cuando teníamos suerte nos llegaba en el plato una pierna de pollo. En La Habana fue el lugar en el que por primera vez en mi vida leía un libro sin afán. Era un ejemplar de La mala hora de García Márquez que me prestó una de las señoras que atienden los albergues de estudiantes en Cuba. Leí el libro de Gabo mirando hacia el mar. Por fin había encontrado la tranquilidad. Era feliz.
En Cuba pude asistir por primera vez en mi vida a un gran concierto de música en vivo. Iba a conciertos de jazz, filarmónica, nueva trova y mucho más. Timba, guaguancó, salsa, reguetón. Fui a teatro y al festival de cine latinoamericano. Asistí a encuentros de intelectuales de todo el mundo. Escuché a liberales, comunistas, ultraconservadores, frikis, posmodernos y mucho más. En Colombia tenía vedado asistir a los eventos culturales y artísticos por una sencilla razón: no tenía plata. Pasaba más hambre que un ratón de ferretería.
Por estos días Cuba vive “la mala hora”, como titula la novela de Gabo. En La mala hora García Márquez describe los sucesos que se desencadenaron en un pueblo del Caribe a partir de unos pasquines. Los involucrados en los pasquines se ponen nerviosos y el pueblo vive una suerte de catarsis y confrontación que amenazan con devolverlos a la época de “la violencia”. Libertad de expresión, bloqueo económico, mercenarismo, oposición, anexionismo y ahora pandemia.Sobre Cuba revolotean una sumatoria de temas que nunca se han ido.
Finalizando noviembre sucedieron unos eventos en Cuba. Un chico inicia junto a un grupo de amigos una huelga de hambre para pedir la excarcelación de un rapero detenido por desacato, según las autoridades. La huelga moja prensa internacional y abre un capitulo con los membretes de siempre: ruido afuera para que llegue adentro. La oficina de intereses de los Estados Unidos en La Habana se pronuncia y los detractores de Cuba en Miami hacen lo suyo. Esto ocurre en un contexto en el que llega como jefe de seguridad a la Casa Blanca un cubano americano que hizo parte del equipo de Barak Obama encargado de descongelar las relaciones con La Habana.
La Revolución se defendió y se fue a la calle con una multitudinaria manifestación que tuvo visos de verdad y algo de sospecha. Pues nadie cree que en Cuba pueda existir una manifestación aprobada por el gobierno que se pueda llamar espontánea.
En una jugada, que no se sabe bien como fue que se la inventaron, aparece el denominado Movimiento San Isidro (MSI). San Isidro es el nombre de un popular barrio de La Habana, lugar en donde ocurre la huelga de hambre. Hasta allí llega Carlos Manuel Álvarez, un periodista y escritor cubano residente en el país que dirige un portal de periodismo investigativo llamado El Estornudo, en el que las autoridades cubanas no tienen ni pizca de confianza por su fuente de financiación. Carlos Manuel Álvarez se solidariza con los huelguistas de San Isidro. Fue hasta el barrio, se hizo un selfie que puso a rodar por las redes sociales. Como era de esperarse las autoridades cubanas llegaron a buscar a Álvarez y los huelguistas por violar los protocolos de sanidad que son obligatorios para todo aquel que ingrese al país. Quedará entonces registrada para la historia la primera manifestación desarticulada por personal médico.
La situación fue tomando otros ribetes cuando de manera espontánea un grupo de jóvenes artistas e intelectuales de La Habana fueron hasta el Ministerio de Cultura exigiendo diálogo para tratar temas como la libertad de creación y la situación de las y los artistas cubanos. Pidieron además la revisión del caso del periodista detenido, motivo inicial de todo el rollo. Los artistas que fueron hasta el ministerio para pedir un diálogo son muy conocidos internacionalmente pero no representan a todo el gremio. La huelga de hambre, lógicamente, pasó a un tercer plano. De este suceso surgió la necesidad de seguir debatiendo sobre el país.
La Revolución se defendió y se fue a la calle con una multitudinaria manifestación que tuvo visos de verdad y algo de sospecha. Pues nadie cree que en Cuba pueda existir una manifestación aprobada por el Gobierno que puede ser espontánea. Los discursos en tarima hicieron hincapié en el diálogo y que las instituciones cubanas no podían negarse a participar. En Cuba hay mucho por debatir y el Gobierno cubano cuenta con una base muy sólida. Una cosa es el diálogo y otra cosa es con quién es ese diálogo. La independencia y soberanía de Cuba no se discuten.