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Internada en la selva & Transmutando entre religiones

Los curas y religiosas, apoyados por policías y corregidores instalados dentro de nuestros territorios por orden del Estado central, realizaban barridas en las comunidades para reclutar a todos los niños, niñas, y jóvenes que pudieran encontrar, igual que cuando se reclutan soldados contra su voluntad.

Internado indígena en la Amazonía

Internado indígena en la Amazonía. Imagen de Gonzalo Estrada Ortíz

Cuando mi madre, Felisa Añokazi, era una niña de siete años se vio a puertas de un internado religioso, el de Nofuico, La Chorrera, en el Amazonas. En ese momento, que marcaría su vida, mi abuelo Carlos Acito, le dijo: 

 “Hija, usted debe quedarse aquí, usted no es un hombre para que ande y viva conmigo, la gente va a pensar que usted es mi mujer, te voy a entregar donde las monjas, ahí usted va a vivir bien, es por su bien, cuando usted sea grande, usted me va a entender”. 

En nuestra cultura uitoto no está bien visto que un padre viva solo con una hija; existe la creencia que puede volverse su mujer. Para evitar los señalamientos mi abuelo entregó a mi madre a las monjas Lauritas. Mi abuela, María Kiriyateke, murió en su segundo parto, a la edad de dieciciete años, cuando mi madre, Felisa, tenía tan solo tres años de edad. Siendo mi madre hija única y estando mi abuelo sin una nueva mujer, viviendo entre la espesura de la selva, en un estado de seminomadismo, entre malokas del territorio del clan aimenɨ; ella, mi madre, estaba destinada a vivir con las monjas hasta que encontrara un marido.    

Cincuenta años en los que los misioneros capuchinos catalanes y las hermanas misioneras de la hermana Laura “educaron” y “evangelizaron” a toda nuestra población indígena. Esto fue un genocidio cultural. 

Mi madre ingresó al internado por esa presión social arcaica, por el deseo de su padre de protegerla de las habladurías de la gente; pero en aquella época los curas y religiosas, apoyados por policías y corregidores instalados dentro de nuestros territorios por orden del Estado central, realizaban barridas en las comunidades para reclutar a todos los niños, niñas, y jóvenes que pudieran encontrar, igual que cuando se reclutan soldados contra su voluntad. Arrebataron de los brazos de sus padres a todos los menores de los asentamientos y no les volverían a ver como mínimo hasta pasado un año, o varios años. Al llegar a las instalaciones, los menores provenientes de diferentes pueblos indígenas y clanes, con diferentes lenguas y culturas, se veían obligados a aprender un idioma en común: el castellano, llamado en Latinoamérica, español.

Desde los años cincuenta hasta el año 2000, fue una época marcada, entre otros factores por la llegada e instalación de la iglesia católica en los antiguos territorios nacionales, que posteriormente han sido conformados como departamentos, los mas nuevos de Colombia. En aquel entonces, a nuestro gobierno, mas interesado en la industrialización y la conectividad del centro del país, poco o nada le interesó la otra mitad del país, esta zona comprendida por toda la Amazonia colombiana. Se firmó entonces, un contrato entre el Estado y la iglesia católica con una durabilidad de cincuenta años en el que se entregó la responsabilidad de la educación a la iglesia católica a fin de “civilizar a los salvajes”. Cincuenta años en los que los misioneros capuchinos catalanes y las hermanas misioneras de la hermana Laura “educaron” y “evangelizaron” a toda nuestra población indígena. Esto fue un genocidio cultural. 

A mi madre cuando la escuchaban hablando uitoto con sus compañeras, le amarraban un palo en la boca por largas horas o incluso el día entero, sin poder comer ni beber, les daban fuertes reglazos, les prohibían ver a sus padres o familiares a fin de año.

En los internados se prohibió hablar el idioma, referirse a las familias o recordarlas y realizar actividades propias de la cultura indígena. En cambio, se propició el aprendizaje del idioma castellano, las actividades académicas con un currículo occidental y por supuesto, la religión católica se promulgó como fundamental en la vida de los habitantes. La misa, la biblia, los momentos de oración, los sacramentos -principalmente el bautizo y el matrimonio-, fueron un nuevo lenguaje impuesto por la fuerza y marcado de un dolor profundo al interior de cada familia y comunidad.

A mi madre cuando la escuchaban hablando uitoto con sus compañeras, le amarraban un palo en la boca por largas horas o incluso el día entero, sin poder comer ni beber, les daban fuertes reglazos, les prohibían ver a sus padres o familiares a fin de año; pero una vez la tuvieron encerrada tres días en una ducha mojándose. Dice ella, que después de aquello, nunca más volvió a hablar idioma uitoto, hasta pasados veintitrés años. Nunca en mi niñez la escuché hablar nuestro idioma. ¿Se dan cuenta del daño que nos han hecho? La cultura occidental logró catolizar a mi madre y toda su generación.    

Para nuestro pueblo, para nuestros mayores es claro que el Moo Buinaima, nuestro padre creador, es el mismo dios en el que todos creemos, al que todos oramos o del que esperamos algo.

Pero nosotros, somos humo, aliento, espíritu, de nuestros padres, de nuestros ancestros. Aunque mi madre estuvo alejada de los suyos contra su voluntad, impedida a aprender su cultura por las circunstancias; en su edad de mujer adulta ha recuperado su idioma, sus recuerdos, el conocimiento de sus ancestros, enseña a su entorno y se fortalece, nos fortalece. Es lo que ocurre con quienes vivieron estas situaciones. 

Para nuestro pueblo, para nuestros mayores es claro que el Moo Buinaima, nuestro padre creador, es el mismo dios en el que todos creemos, al que todos oramos o del que esperamos algo. Para nosotros el aire es el respiro de dios, nuestro dios, su dios o el dios de cualquier otra religión. Cuidamos la tierra porque es nuestra madre, a partir de ella se cura, es la razón por la que protegemos sus recursos naturales, el agua, el carbón, el oro, el petróleo, el cobre, la madera. Hoy ya no existe respeto hacia ellos, que son los que garantizan nuestro bienestar y nuestro desarrollo espiritual; esto demuestra una debilidad de la humanidad. Comprender que si la madre tierra está estable, nosotros también lo estaremos, parece un lenguaje complejo para la sociedad de Occidente. El cuidado de la Madre Tierra se transmite en lecciones profundas, sagradas, mediante historias metafóricas que se extienden durante largas charlas diarias en mambeaderos y se guardan en un profundo secreto, tal como lo es la confesión. Esa es nuestra religión, nuestro sentido de vida, muy a pesar de todos los atropellos que hemos sufrido y de los términos actuales que se utilicen en diversos escenarios, la esencia continúa, la misma que ha existido desde el origen de la creación y de la humanidad. 

Indígena Uitoto Mɨnɨka. Politóloga, PhD en Sostenibilidad. Investigadora académica en la Cátedra UNESCO de Sostenibilidad en Barcelona y en la Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia. Asesora de pueblos indígenas. Excandidata al Senado de la República de Colombia por la jurisdicción indígena. Defensora de DDHH, Derechos de la Naturaleza y del Amazonas.

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