El 11 de junio de 1957 un comando de paracaidistas franceses comandados por el tristemente celebre general Jacques Massu irrumpió en una residencia de la calle Gustave Flaubert de Argel. La casa era habitada por Maurice Audin, su esposa Josette y sus tres hijos. Maurice Audin era matemático, profesor universitario y miembro del Partido Comunista de Argelia. Tenía entonces 25 años. Audin fue arrestado por los militares franceses. Regresará en media hora, dijo un militar a Josette. Cuida a los niños, expresó Maurice a su esposa. Nunca volvió. Audin fue torturado hasta la muerte. Los torturadores se deshicieron del cuerpo. Aquello ocurrió durante la cruenta lucha anticolonial que libraban los argelinos. Lucha que el cineasta Guillo Pontecorvo describió en el filme La Batalla de Argel, ganadora en 1966 del León de Oro en el Festival de Venecia.
El 13 de septiembre de 2018 Emmanuel Macron, presidente de Francia, fue hasta el domicilio de la viuda de Maurice Audin en la localidad de Bagnolet, extrarradio de París, para reconocer que la Republica de Francia torturó y ejecutó al joven matemático. Habían transcurrido 61 años desde que los paracaidistas franceses se llevaron al joven comunista. Michèle Audin, matemática como su padre, dijo que su madre esperó durante todos estos años para que el Estado reconociera su culpabilidad.
El pasado 10 de enero Alberto Donadio, periodista colombiano, revolvió las aguas del crimen. Los crímenes ejecutados por agentes del Estado colombiano. Donadio simplemente contó algo que se sabe pero no se reconoce: la matanza sistemática de los opositores como gesto gubernamental. La retórica violenta, el señalamiento, las medidas de excepción o la propaganda anticomunista estimularon y siguen estimulando a los criminales. La mano ejecutora puede ser cualquiera. Hubo gobiernos golpistas, como el del general Rojas Pinilla, que ilegalizaron partido políticos. Hubo gobiernos, como el de Turbay Ayala, que permitieron que los civiles fueran juzgados por militares. Hubo gobiernos, como el de César Gaviria, que crearon una justicia “sin rostro», por la cual se patentaron miles de arbitrariedades. Hubo gobiernos, como el de Álvaro Uribe, que señalaban a periodistas y realizaban capturas a la diabla. Hay gobiernos, como el actual de Iván Duque, que les importa poco o nada el asesinato de lideres sociales. Así va Colombia, aplazando cada cuatro años una asignatura pendiente: la supresión de la venganza como arma política.
Colombia, Comején, tiene una herida que es necesario curar. Curar que es diferente a vengar. La viuda de Maurice Audin y sus tres hijos sólo reclamaban un gesto de la republica francesa. La viudas, viudos, hijos e hijas de los opositores torturados, asesinados o desparecidos en Colombia, sólo piden a quienes están al mando de la republica un gesto, una señal, una acción como la realizada por el presidente Macron. Quizá sea esta la manera de curar y cicatrizar la herida que sufre Colombia.
Te recomiendo, amiga Comején, Una vida breve, el libro escrito por la matemática, historiadora y novelista Michèle Audin. La hija recordando a su padre.