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No cocinar

Poco a poco Radha se descubre el pecho, alumbrado por la luz del sol. Con suavidad acomoda su seno izquierdo e introduce el pezón en la boca de su hijo. Su mano derecha empieza a acariciarle la cabeza, la frente y los ojos.

Niki de Saint Phalle

Obra de Niki de Saint Phalle. Imagen de efes en Pixabay.

Por Purabi Basu*

Traducción de Anisuz Zaman, con edición literaria a cargo de Andrés Mauricio Muñoz.

El día quiere amanecer, pero no ha amanecido. Un viento lento, suave, se insinúa. Radha, desde su cama, siente el aroma de la flor nyctanthes arbor-tristis, que tanto la seduce. Percibe los colores blanco y naranja irradiarse en el ambiente. Anoche no discutió con nadie, ni con su esposo, ni con su suegra, ni con su cuñada, como es habitual en su rutina. Nada de esto sucedió. No tiene fiebre, no está cansada. No llueve. Aun así, permanece en cama. El cielo está despejado, azul. No hace frío, tampoco calor, ningún extremo de los que en ocasiones la extenúan. Nada la incomoda. Su único hijo, Sadón, es un niño saludable. Su esposo está a su lado, acostados los tres en la cama. Ellos duermen. Es un día como cualquier otro, sin sobresaltos de ninguna índole. De cualquier manera, decidió que no cocinará. Ella no lo hará, no va a cocinar. Hoy no se cocinará.

De manera repentina se siente mareada. Contiene sus deseos de vomitar. Decide sentarse en el suelo, pero acto seguido se pone en pie de nuevo. No está enferma, lo sabe perfectamente. Es consciente de que el más genuino milagro de la vida es lo que la aqueja.

Desde muy temprano, cuando este apenas se vislumbraba de manera tímida, Radha le habló al sol. Le expresó su deseo de que saliera más tarde, pues había decidido quedarse mucho tiempo en cama. No pudo hablar con la oscuridad, pues cuando quiso buscarla, esta ya se había marchado. La noche languidecía, aunque el día no parecía dispuesto a abrirse paso.  Temprano, también, Radha les habló a los pájaros: Hoy no dejen de cantar, como acostumbran despertar a los que duermen, porque me quedaré en cama, despierta, escuchando sus cantos. Les habló a las nubes: Ayúdenle al sol en su propósito, escóndanlo en sus rebozos. Habló con la flor: no caigas más, con esa forma majestuosa que tienes de traernos el amanecer. Le dijo al rocío: cae suave sobre el césped. El sol obedeció, durante mucho tiempo no salió. Las nubes ocultaron el cielo. Los pájaros permanecieron cantando sus cantos de despertar. El botón de la flor se hizo consistente y no cayó. El rocío derramó sus ternuras sobre el césped. 

Radha se mueve en su cama de manera imprecisa. En el interior de la casa ha comenzado una ligera algarabía. Las personas que ahí viven tardaron en despertar. Están todos levantados. Sadón se distrae de sus estudios analizando lo que sucede a su alrededor. El esposo de Radha anuncia que es momento de ir a su mercado itinerante. La cuñada debe ir a su escuela. La suegra ya ha rezado, así que solo le resta tomar su desayuno. Pero Radha aún permanece en la cama. Ella no lo hará, no va a cocinar. Hoy no se cocinará. Entonces su esposo se pregunta qué puede haber sucedido. ¿Todos ayunaremos hoy? Nadie comprende qué sucede. Todos se lo preguntan, rodeando su cama, pero ella los ignora. Ha tomado su decisión. Luego se pone de pie. Lo hace de manera lenta. Sale con su cubeta de madera a buscar agua, camino hacia la laguna. La suegra, con bastante disgusto, le pregunta si su hijo tendrá que marcharse sin comer; Radha, por su parte, la evade de manera sutil. Sigue caminando. El esposo se pregunta, sin ocultar su sorpresa, a qué se debe que haya adquirido esa súbita resolución. No comprende de dónde le proviene tanto carácter. La cuñada, triste, pensativa, la confronta indicándole que es hora de partir para la escuela. Radha no contesta. Unos minutos después, cuando llega a la pequeña laguna, se sienta en la orilla y sumerge los pies. Permanece inexpresiva frente al agua. Se deja invadir por una apacibilidad que la sosiega. Detrás de ella todos la observan. La tensión crece. Se escucha la algarabía, los gritos. Tanta agitación llamó la atención de los vecinos, que se congregan a su alrededor. Radha no reacciona.

El esposo de Radha sostiene en sus manos una olla de barro donde a diario se cuece el arroz. La arroja contra el suelo. Después toma camino hacia su mercado itinerante, ebe trabajar. La suegra continúa gritando, emitiendo sentencias nefastas, maldiciendo. La cuñada, atemorizada, se aleja del lugar, caminando derrotada hacia la casa de sus vecinos.

Algunos peces nadan hacia ella y parecen rodearla. Son unos Bojuri, Kholisha, Kazoli y Puti. Ella los rechaza: Aléjense de aquí, hoy no hay comida para nadie. Los peces, sin embargo, se agitan de alegría dentro del agua. La presencia de Radha los deleita, les regocija descubrirla en la orilla. Radha mira hacia el cielo. El sol sonríe tímidamente. ¿Estás enfadada?, le pregunta el sol. ¿Por qué no resististe un poco más?, le pregunta Radha ligeramente afectada. Si te fijas en los sembrados descubrirás lo que hubiese producido prolongar mi ausencia. Radha observa los sembrados moribundos alrededor de la laguna. Una idea dentro de sí misma parece afectarla en forma intempestiva. ¿Sobrevivirán? Pregunta con preocupación. Luego se pone en pie. Mira a su alrededor, como buscando algo. Se da vuelta. Después sale de ella una carcajada. Eleva las manos hacia el cielo. El sonido de su risa se impone, como si ese estrépito pretendiera gobernarlo todo. Entonces lo sembrado se despierta, erguidos los cultivos de manera natural, como estuvieron antes. Radha siente que su esposo la toma por los hombros, la sacude. Su suegra, con la mirada encendida por la ira, arroja hacia ella palabras que la hieren, como si la aguijonaran. La cuñada llora de tristeza, mientras Radha no detiene su risa. Al vaivén de su risa el viento fluye. El agua de la laguna oscila produciendo ondas expansivas mientras también sonríe. Los pájaros intervienen con su canto mágico, al tiempo que los peces se sumergen una y otra vez. Las flores sellan un pacto con sus hojas, entregadas a un ritmo de baile cadencioso. Radha continúa con sus carcajadas delirantes.

Parece una escena primigenia, algo que de seguro sucedió al inicio de los tiempos. Radha también ríe a carcajadas. La nube oculta al sol. Un gorrión descansa, parado en un solo pie. El aire fluye de manera suave.

El esposo de Radha sostiene en sus manos una olla de barro donde a diario se cuece el arroz. La arroja contra el suelo. Después toma camino hacia su mercado itinerante, debe trabajar. La suegra continúa gritando, emitiendo sentencias nefastas, maldiciendo. La cuñada, atemorizada, se aleja del lugar, caminando derrotada hacia la casa de sus vecinos. El hijo Sadón se acerca de manera cauta; Radha, sin embargo, se aferra a su decisión irrefutable de no cocinar. Radha no va a cocinar, se dice para reafirmar su convicción. De manera repentina se siente mareada. Contiene sus deseos de vomitar. Decide sentarse en el suelo, pero acto seguido se pone en pie de nuevo. No está enferma, lo sabe perfectamente. Es consciente de que el más genuino milagro de la vida es lo que la aqueja. Má, tengo hambre. Escucha una voz que la escolta por la espalda. Má, tengo mucha hambre. El corazón de Radha se agita, alterándose de manera repentina. En ese momento se abre paso una tormenta en medio de las aguas calmas. Ella se abraza a su hijo, manteniendo la mirada en la laguna. Luego de esto mira hacia el cielo, también a los árboles, pájaros y hojas. Observa detenidamente a su alrededor. Un cuervo sobrevuela y arroja un extraño fruto. Ella se precipita a compartirle el alimento a su hijo, aunque aun así el hambre en él no cesa. En medio de la laguna se halla una flor de Loto. Radha le pide a un albatro, que en ese momento surca el cielo desde el horizonte, que le traiga el más grande de los frutos. Uno que sea capaz de saciar el hambre de Sadón. Aunque su hijo come poco, le dice de nuevo con una voz implorante: Madre, tengo mucha hambre ¿en verdad no vas a cocinar? Acaba de cumplir cuatro años, es natural que tenga hambre el niño, así que con los pequeños frutos no logrará saciar su hambre. Madre ¿no vas a cocinar?, pregunta Sadón de nuevo. Radha siente que su corazón se resquebraja, preocupada de que su renuencia no pueda resistir. No lo haré, responde. Ella no lo hará, no va a cocinar. Hoy no se cocinará. Entonces abraza a su hijo. Camina hacia un costado de la laguna, pues el jardín de frutas se encuentra avanzando un poco más allá. Cuando lo consigue se sienta, como lo hacía cuando se disponía a amamantarlo. Observa a sus costados. Nadie la observa. El aire agita los árboles de yacas, creando una muralla a su alrededor. Poco a poco Radha se descubre el pecho, alumbrado por la luz del sol. Con suavidad acomoda su seno izquierdo e introduce el pezón en la boca de su hijo. Su mano derecha empieza a acariciarle la cabeza, la frente y los ojos. A Sadón esta actitud lo atemoriza, pues a su edad esta no es una rutina habitual entre ellos. Aun así, poco a poco comienza a succionar. Al principio de manera suave, después con un poco más de decisión; finalmente lo hace con fuerza, procurando extraer el alimento más genuino que haya podido concebir el mundo. A Radha le preocupa no conseguir aquello que se ha propuesto. Ajusta su posición. Observa alrededor. Muerde los labios con sus dientes. No es preciso lo que anhela. Entonces sucede. Su cuerpo se agita. Un diluvio se precipita desde su interior. Lo que brota de ella va a purificar el mundo, prácticamente se desborda. Entonces mira con detenimiento a Sadón. Ahora es él quien se ríe a carcajadas. De su boca escurre la leche, se desparrama por el suelo, todo se inunda. Parece una escena primigenia, algo que de seguro sucedió al inicio de los tiempos. Radha también ríe a carcajadas. La nube oculta al sol. Un gorrión descansa, parado en un solo pie. El aire fluye de manera suave. Los dos ríen a carcajadas. Ella no lo hará, no va a cocinar. Hoy no se cocinará. 

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* Purabi Basu: Científica de profesión y ha publicado extensamente en su rama de la ciencia (Farmacología y Nutrición). También es una escritora cuyo trabajo ha sido recopilado en varias antologías. Sus preocupaciones feministas se reflejan en sus cuentos, así como en sus artículos y columnas, todos compilados en sus más de cincuenta libros. También ha editado Nari Tumi Nitya, una colección de historias feministas de todo el mundo que ha traducido al bengalí. Sus escritos han sido traducidos e incluidos en revistas y antologías publicadas en Estados Unidos, India, Reino Unido, Alemania y Bangladesh. En 2005, Purabi Basu ganó el Premio Literario Anpnnya y en 2014 el prestigioso Premio de la Academia Bangla por sus Cuentos. Actualmente vive en Denver, Colorado, EE. UU. Con su esposo Jyotiprakash Dutta, un eminente escritor de cuentos bengalíes.

Equipo de redacción El Comején.

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