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Fuego

El muy controversial fuego también ha sido dotado con propiedades de fertilidad. Muchos trabajadores del campo ven en él un doble aliado: ahorra tiempo, energía y fertiliza. Ahora, piensen ustedes en el esfuerzo que implica machetear monte o arrancar cultivos de ciclo corto a unos 37°C bajo la sombra.

Malanga creciendo en el fuego. Serranía del Perijá. Imagen de Paula Rodríguez

Malanga creciendo en el fuego. Serranía del Perijá. Imagen de Paula Rodríguez

En Córdoba, tierra de humedales que luego fueron enterrados para sembrar monocultivos de algodón y para ganadería, me dijeron: “la gente espera el verano para comenzar a quemar”. Huele a humo, se ve humo, y esa nube que se va diluyendo hasta que pasa de negro a claro, se mezcla con los paisajes que cambian de verde a marrón, y luego dorado. Ese dorado sobre el que comienzan a pintarse los parches negros de las quemas. En el Caribe colombiano, a medida que el invierno se aleja y el año llega a su fin, se abren paso los vientos alisios a los que todos llamamos La (brisa) loca.

Una vez hubo una muuuy mala cosecha y no hubo maíz para comer. Así que sobrevivimos meses a punta del corazón de los agaves.

La brisa anima a los fuegos a que salgan de control y las quemas que muchos llaman “controladas” cruzan los linderos de quien inició el fuego. El fuego luego alcanza la tierra vecina, sus cultivos, bosques, orquídeas y animales. 

Una que otra casa también se prende.

El fuego extrañamente enciende una ambición humana: controlar la llama.

“Hay que saber quemar. Al vecino se le salió de control el fuego porque no sabe que no se quema de subida, sino de bajada”. 

“Hay que hacer una guardaraya con hacha y ahí si se prende”.

 “Eso de saber quemar no existe. Llega el viento ¿y en dónde queda eso de que usted sabía quemar? Más bien, sabía cómo quemarle hasta al vecino”.

“Si no quema no crece el fríjol. Si no quema, no crece la malanga.” El muy controversial fuego también ha sido dotado con propiedades de fertilidad. Muchos trabajadores del campo ven en él un doble aliado: ahorra tiempo, energía y fertiliza. Ahora, piensen ustedes en el esfuerzo que implica machetear monte o arrancar cultivos de ciclo corto a unos 37°C bajo la sombra. Eso en un día que no es de verano intenso.

El argumento de la eficiencia hace que el fuego, sin duda, sea visto como un aliado en el trabajo solitario y persistente que implica sembrar la tierra.

Fuego y técnica se entrelazan en procesos de fermentación ancestrales como los que originan el delicioso y cada vez mejor ponderado mezcal mexicano. En el Valle de Oaxaca (México), en donde los campos también son dorados y las tierras arenosas, crecen más de 70 variedades de agaves: Tepextate, Madre Cuixe, Cuixe, Tobalá, Karwinskii… la lista puede extenderse cuando se trata de nombrar las plantas que en Colombia reconocemos como fiques (también maguey). El mismo maguey del que se utilizan las puntas (hojas) como insumo para suelas, lazos y mochilas. En México, además de este uso, también se consume el corazón de esta planta: lo queman en hornos de tierra, luego lo fermentan y del paso por el alambique –en el que a veces ponen sabores adicionales de plantas y frutas, por ejemplo- sale el resultado final: el mezcalito.

Paula, una maravillosa maestra mezcalera que vive en Miahuatlán de Porfirio Díaz, lugar de palenques y maestros mezcaleros que han heredado la técnica de generación en generación, me ha dado una de las metáforas más poderosas para comprender ese entramado entre fuego, humanos y plantas. El paladar es clave en esa relación. 

Este fuego multiplica conflictos entre vecinos, resta mangueras que funde a su paso y gana puntos como promesa de eficiencia para ´limpiar y cultivar’.

“Sembrábamos maíz, chiles, frijolitos y agaves. Una vez hubo una muuuy mala cosecha y no hubo maíz para comer. Así que sobrevivimos meses a punta del corazón de los agaves. Mi abuelo, que los conocía muy bien, nos enseñó durante esa hambruna cómo hacer el mezcalito y cómo mezclar el agave con algo de maíz que nos traía un vecino y así sacar una tortillita. Ahí le agarré un gusto, después de eso, dígame ¿cómo no voy a seguir sembrando mis agaves?” Michael Pollan tenía razón cuando hablaba de cómo la evolución de las plantas depende en gran medida de su capacidad de persuadir a los humanos en una relación de doble beneficio, es decir, coevolutiva. En este caso, a través del tejido entre: necesidad, técnica, tiempo y gusto “¿Cómo no voy a seguir sembrando mis agaves?”

El fuego que sirvió para multiplicar el corazón de los agaves como base para tortilla y bebida es y no es el mismo fuego que se extiende por suelos entre las Sierras y Serranías. Este fuego multiplica conflictos entre vecinos, resta mangueras que funde a su paso y gana puntos como promesa de eficiencia para ´limpiar y cultivar’ ¿Cuál es la historia de las quemas asociadas a la fertilidad de fríjoles, malangas y otras semillas? ¿Cuál es el hilo que une la ética y estética del potrero, el monocultivo y las quemas como promesas de fertilidad? 

Antropóloga, magister en historia y jardinera. Trabajó durante más de siete años con comunidades campesinas y étnicas que sobrevivieron al conflicto armado en Colombia. Desde hace más de cuatro años vive en la Sierra Nevada de Santa Marta desde donde trabaja en proyectos de regeneración de ecosistemas y conservación de la diversidad en todo el Caribe.

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