El destino de la izquierda no puede ser el de despellejarse a sí misma. Hay motivos para que la izquierda, en todas sus variantes, celebre el resultado de las elecciones del 7F en Ecuador. Empero hay quienes escarban entre las inmundicias hasta dar con un pequeño frasco que contiene un asqueroso pedo. El propósito es el de abrir el frasco en medio de la fiesta. Sabotearla. Sembrar el desconcierto. Restregar las heridas que la izquierda se hace entre sí. Las izquierdas latinoamericanas transitan por un original, complejo y contradictorio camino en el que es necesario establecer puentes y alianzas. No es el momento de dinamitar los puentes y patear la mesa en que hay que dialogar.
A la izquierda binaria hay que abonarle su perseverancia, su resistencia, su capacidad de rehacerse desde los escombros y no dar ninguna lucha por perdida.
Lo ocurrido en la mitad del mundo el pasado 7F no tiene antecedentes en Latinoamérica. Los votantes ecuatorianos han optado mayoritariamente por dos propuestas que han confrontado al mal Gobierno de Lenin Moreno: Unes y Pachakutik. Todavía está por definirse si será Yaku Perez quien enfrente a Andrés Arauz en el balotaje del próximo 11 de abril. La quintaesencia del neoliberalismo, cuya metáfora es el banquero Guillermo Lasso, ha sido cuestionada por la mayoría de ecuatorianos. Un panadero self made llamado Xavier Hervas se alzó con una votación sorprendente. El candidato Juan Fernando Velasco, ex ministro de Lenin Moreno, no llegó siquiera al 1% de los sufragios.
Latinoamérica transita hacia un progresismo protagonizado por dos vertientes de la izquierda: una que que llamaría binaria y otra que denomino líquida, solo por rendir un tributo al fallecido Zygmunt Bauman. La binaria mira la realidad con ojo daltónico. No acepta matices. Ellos allá y nosotros acá. Sigue a rajatabla un libreto, viste el mismo traje y no cambia las formas. Hay asuntos que no quiere entender, los asume a regañadientes o los distorsiona como ocurrió con las feministas colombianas que han plantado cara al machismo y pedido explicaciones a los maltratadores. A la izquierda binaria hay que abonarle su perseverancia, su resistencia, su capacidad de rehacerse desde los escombros y no dar ninguna lucha por perdida.
La izquierda líquida corresponde más al siglo veintiuno. Un tiempo que transcurre a velocidades cinematográficas. Una realidad que no acaba por solidificarse. Es una izquierda más identitaria que clasista. Algunos de sus componentes ponen más énfasis en lo estético que en la lucha misma. El indigenismo, la eclosión negra, el apostolado ambientalista o la rebelión feminista son algunas de las causas que bien podrían considerarse como parte de esa izquierda líquida. Se trata de pueblos y personas explotadas, devaluadas y marginadas por un modelo económico, político y cultural: el neoliberalismo.
El Gobierno de Correa estimuló la integración y la soberanía latinoamericana con respecto a las grandes potencias. Pero hubo yerros en el segundo tramo de su Gobierno. Alimentó las discrepancias con el indigenismo. Se equivocó con Lenin Moreno. Fue sordo a otras voces. Antes de superar las discrepancias lo que hizo fue alimentarlas.
En México, por ejemplo, el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) que se hace llamar progresista tiene un diferendo con los pueblos indígenas y ambientalistas de la península de Yucatán a raíz del Tren Maya, el megaproyecto que atraviesa por cinco Estados del sureste del país. El acuerdo migratorio pactado entre AMLO y Trump es una pesadilla para millares de familias centroamericanas obligadas a cubrir una tortuosa ruta para conseguir el pan. El Tren Maya y el acuerdo migratorio hacen colisionar a las dos izquierdas. La izquierda binaria opta por el desarrollismo y el pragmatismo, mientras que la líquida pone énfasis en el daño ambiental, la defensa del territorio indígena y los derechos de los migrantes.
El Gobierno presidido por Rafael Correa relanzó a Ecuador. Llevó desarrollo e infraestructura en donde no la había, cientos de jóvenes fueron becados para adelantar posgrados en el exterior y apoyó el retorno al país de las familias ecuatorianas que llevaron la peor parte durante la crisis económica que sobrevino en Europa. El Gobierno de Correa estimuló la integración y la soberanía latinoamericana con respecto a las grandes potencias. Pero hubo yerros en el segundo tramo de su Gobierno. Alimentó las discrepancias con el indigenismo. Se equivocó con Lenin Moreno. Fue sordo a otras voces. Antes de superar las discrepancias lo que hizo fue alimentarlas. En esto le faltó y le sigue faltando tacto. Correa se preocupó porque los jóvenes recibieran una buena educación dentro y fuera del territorio y no fueran borregos u ovejas de un rebaño. ¡Y vaya que lo logró! Muchos de estos jóvenes tienen preocupaciones que van más allá de la izquierda binaria. Son parte de esa izquierda líquida que surgió también en países como Bolivia. Es la misma generación que puso en jaque al millonario Sebastián Piñera en Chile, desarmó la patraña politiquera en el Perú o tomó las calles de Bogotá para protestar contra incompetencia del gobierno de Duque.
A veces, la izquierda binaria no sabe diferenciar entre gobierno y poder. En un territorio se puede tener poder sin estar en el gobierno. Y viceversa. Alimentar desde el otro lado del Atlántico las contradicciones entre las izquierdas latinoamericanas para volverlas antagónicas es una insensatez.
Jair Bolsonaro no es un ángel caído que regresa del infierno. Es la consecuencia de un periodo de inmovilismo político, burocratismo y corrupción que afeó al Partido de los Trabajadores (PT). Los correctivos llegaron demasiado tarde. El agua putrefacta fue contenida por un muro de autocomplacencia. La presa reventó y se llevó por delante todo lo bueno que el PT hizo por la clase trabajadora y por los millones de marginales de Brasil. La reputación fue manchada. No está mal decir esto. No está mal que una nueva generación que se mueve dentro de la izquierda líquida junte esfuerzos con la gente honesta del PT. Lo que está mal es alimentar el choque entre las izquierdas con razonamientos simplistas. El neoliberalismo sigue allí, cortado el bacalao, fabricando Bolsonaros.
En Ecuador hubo elecciones para cambiar un gobierno. A veces, la izquierda binaria no sabe diferenciar entre gobierno y poder. En un territorio se puede tener poder sin estar en el gobierno. Y viceversa. Alimentar desde el otro lado del Atlántico las contradicciones entre las izquierdas latinoamericanas para volverlas antagónicas es una insensatez. La chismografía no es argumento. La realidad latinoamericana no puede encasillarse en la lógica del pensamiento europeo o norteamericano o colgándole el letrero de la CIA. Hay líderes que fueron elegidos por la mano izquierda y gobernaron con la derecha. Y viceversa. Unas veces nos hemos sentido reivindicados y en otras estafados. Los votantes de la izquierda binaria no son mejores que los de la izquierda líquida. Y viceversa.
El próximo 11 de abril es día clave para Latinoamérica. En Ecuador se llevará a cabo la segunda vuelta para elegir presidente. Habrá elecciones en Perú y el mismo día se elegirán en Chile los delegatarios que redactarán la nueva Constitución. El calendario electoral recorrerá a Latinoamérica hasta llegar a Colombia en el primer semestre de 2022.
Pienso, Comején, que las dos izquierdas son necesarias. Se necesitan. No deben excluirse ni dañarse entre sí. Hay que moderar las formas de hacer política de manera que el autoritarismo, la arrogancia y el menosprecio no tengan recorrido en ninguna de las izquierdas. En Colombia las izquierdas empiezan a acoplarse. Los senadores Gustavo Petro e Ivan Cepeda junto con valientes líderes y lideresas políticas, sociales, ambientalistas, indigenistas, afrodescendientes, feministas, animalistas, progresistas, liberales, demócratas, exguerrilleros y un largo etcétera, han sentado las bases de un pacto histórico para hacer frente al neoliberalismo que ha gobernado a Colombia. El post-neoliberalismo debe ser superado mediante una alternativa productiva que no dependa del extractivismo.
El próximo 11 de abril es día clave para Latinoamérica. En Ecuador se llevará a cabo la segunda vuelta para elegir presidente. Habrá elecciones en Perú y el mismo día se elegirán en Chile los delegatarios que redactarán la nueva Constitución. El calendario electoral recorrerá a Latinoamérica hasta llegar a Colombia en el primer semestre de 2022. ¿Cómo cultivar y recoger electoralmente el descontento de la calle? ¿Colisionando a las izquierdas? La colisión entre las izquierdas, Comején, puede llevar a Latinoamérica a un nihilismo autodestructivo, tal como lo explica Diego en este texto.