8 de marzo 2021: “durante la marcha feminista en Bogotá hubo episodios de degradación de muros y locales, pintas en el Palacio de Justicia, destrozos de algunos buses y estaciones de Transmilenio”.
Agosto de 2019: “en México, decenas de mujeres rompieron bienes materiales públicos en su camino hacia la estación de Policía en donde se produjeron violaciones de dos mujeres”.
La movida internacional del #MeToo y la coyuntura local (fin del conflicto armado) más las manifestaciones simbólicas (senos al aire, performances), han calado.
Las imágenes de los desórdenes circulan más que las de la marcha pacífica. La “violencia” siempre tiene rating. Además, ¿no se suponía que el lugar de las mujeres era cuidar? Verlas destrozando una estación de bus impresiona por el sexo de quienes rompen, por los senos al aire, por la determinación, pero, sobre todo, porque planea ahí una suerte de amenaza.
¿Qué sociedad tendríamos hoy si la rabia feminista se hubiera expresado antes, incluso con degradación de bienes? Creo que nos hubiéramos ahorrado muchas muertes y mucho dolor. La rabia que nace de la injusticia y de la indignación busca restaurar algo.
La rabia contenida se ha venido multiplicando. El movimiento feminista es hoy más fuerte, y, sobre todo, es más escuchado. La movida internacional del #MeToo y la coyuntura local (fin del conflicto armado) más las manifestaciones simbólicas (senos al aire, performances), han calado. El uso de la violencia sobre bienes hace parte del repertorio para hacerse escuchar.
En una generación ha cambiado mucho el paisaje. Pensemos en esto: hace 25 años, cuando la niña Sandra Catalina Vásquez, de nueve años, fue violada y asesinada en la estación de Policía que entonces quedaba junto a la Universidad de los Andes, la más costosa y prestigiosa de Colombia, el silencio institucional rodeó ese crimen: no hubo manifestación feminista, no hubo acto de rechazo organizado por las directivas o los profesores de la Universidad, y menos aun por la Policía o la Alcaldía. Un puñado de estudiantes manifestamos nuestra rabia. Recuerdo que murmurábamos: “Los Andes, de frente a Monserrate y de espaldas al país”.
El asesino de la niña Yuliana Samboní, Rafael Uribe Noriega, fue cubierto por sus hermanos y llevado a una clínica como coartada. Posiblemente él no estaría hoy en la cárcel de no ser porque feministas y ciudadanos conscientes gritaron y se manifestaron frente a esa clínica.
En esos años vivíamos anestesiados con el crimen. Los medios se alimentaban con esos crímenes, como el caso Garavito, el asesino de decenas de niños y “psicópata” favorito de la televisión colombiana. La repetición y la escenificación recurrente de esos hechos no nos hacía comprenderlos mejor. En cambio, ese entretenimiento morboso nos anestesiaba.
El conflicto político también enredaba nuestra mente y endurecía nuestros corazones. En esos años de guerra, los periodistas más distinguidos entrevistaban, como si fueran grandes señores, a los promotores de las formas más atroces de violencia. Todo esto iba engendrando un proceso que enturbiaba la capacidad de discernir algo tan elemental como distinguir lo que está bien de lo que está mal. Era el reino del cinismo, de hacer dinero, de no hay nada que preguntar.
¿Han cambiado las cosas gracias al feminismo? Sin duda. Ahora hay algo más de conciencia y visibilidad. Hace cuatro años, un crimen clasista, sexista y racista sacudió a la sociedad bogotana. El asesino de la niña Yuliana Samboní, Rafael Uribe Noriega, fue cubierto por sus hermanos y llevado a una clínica como coartada. Posiblemente él no estaría hoy en la cárcel de no ser porque feministas y ciudadanos conscientes gritaron y se manifestaron frente a esa clínica. Fue gracias a ellos, y a periodistas que dieron la alerta, que se impidió que su espantoso crimen pasara silenciado, aunque sus poderosos hermanos fueron exonerados del encubrimiento de este crimen. Igualmente, gracias a la manifestación por el también espantoso feminicidio y empalamiento de Rosa Elvira Celis, su asesino está hoy en la misma cárcel que Uribe Noriega. Cabe recordar que el funcionario que culpó a Rosa Elvira de su terrible suerte es un político con aspiraciones presidenciales.
Sin duda, el feminismo ha contribuido a una mayor toma de conciencia de la violencia machista. Pero muchos otros casos siguen pasando desapercibidos, en especial cuando suceden en las periferias de las ciudades, o cuando sus víctimas carecen de capital social o económico. Hace unos años fue quemada viva una campesina pobre, Berenice Martínez, en un pueblo antioqueño. Ella se había atrevido a criticar al gamonal local. Por estar en minoría, y por ser soltera (y por ende mal vista), fue calificada de “bruja” y quemada por un grupo de personas conducidos por ese gamonal. ¿Acaso hubo alguna manifestación de rechazo público frente a este crimen? Por supuesto que no, es algo que ni siquiera se conoce.
Son muchos los crímenes cometidos por varones que consideran que no pueden limitar sus “pulsiones”, o que se aprovechan de la artificial jerarquía entre los sexos y el sistema que la respalda (el patriarcado).
En otro caso, hace cinco años, se descubrieron los restos de por lo menos 25 mujeres, algunas de ellas habitantes de la calle o dependientes de las drogas. Habían sido violadas, asesinadas y enterradas en Monserrate, el “cerro tutelar de Bogotá”. Si no es por el trabajo empecinado de abogadas feministas, hoy el autor de este crimen estaría posiblemente libre.
Hay otro frente donde también impera la ley del silencio: la familia. Los crímenes contra los menores de edad, particularmente los abusos sexuales contra las niñas, son poco denunciados y son objeto de pocas campañas. Las estadísticas no paran de engrosar: entre 2015 y junio de 2019 se registraron 92 mil casos de violencia sexual contra menores de edad. La familia es un factor de riesgo para muchos menores en Colombia.
Contra estos crímenes abyectos, contra los muchos que no han sido denunciados, contra los 630 feminicidios que ocurrieron en Colombia en 2020, se expresa la rabia feminista. Antier se tomó las calles de la gran Ciudad de México, atravesó a Buenos Aires, se levantó en Madrid y hoy está tomando fuerza en Colombia. Son muchos los crímenes sexistas. Son muchos los crímenes cometidos por varones que consideran que no pueden limitar sus “pulsiones”, o que se aprovechan de la artificial jerarquía entre los sexos y el sistema que la respalda (el patriarcado). ¡Que viva la rabia feminista y que llegue a Colombia!