Un buque petrolero oxidado, escorado, abandonado a causa de las sanciones económicas gringas, amenazando con derramar la oscuridad de 1,3 millones de barriles sobre la luz Caribe, en el golfo venezolano de Paria, frente a las costas de Trinidad y Tobago. Una bomba ambiental, política y económica en medio de la pandemia. Esas imágenes del buque venezolano Nabarima, difundidas en octubre del 2020, son las ruinas dantescas de las recientes refriegas políticas en la región. Su mejor metáfora. Es un testimonio de las mezquindades y estupideces de unos y otros, de la manipulación mediática y de las consecuencias que el planeta y la humanidad están pagando por la interminable agonía del neoliberalismo y la sempiterna dificultad de la izquierda para al fin mudar de piel.
A la izquierda latinoamericana la está alcanzado la historia y corre el riesgo de verla pasar de largo. Por primera vez no hay sabios europeos que nos tiren la línea, nos toca revolucionarnos y repensarnos a nosotros mismos y no estamos a la altura. Los esqueletos escondidos en el armario del establishment de nuestra zurda van quedando al descubierto con el cilicio de Daniel que aprieta a Nicaragua y hace sangrar al sandinismo, con AMLO y su manejo de la pandemia, con el extractivismo de Fernández y el chavismo, con el paranoico continuismo revolucionario de Díaz-Canel en Cuba y más recientemente, con los resultados de la campaña presidencial en Ecuador.
La autopsia confirma el diagnóstico. El occiso presenta todos los signos. El primero: La insistencia en la explotación de recursos naturales como única salida económica en medio de la crisis ambiental. Ya no basta con una mejor distribución de las ganancias del capitalismo, estamos camino a la extinción de la especie. Por esta razón el movimiento ambientalista e indígena se enfrentó a Correa en Ecuador. Es el mismo problema del modelo del chavismo en Venezuela, de Fernández y su fracking en la Patagonia, del PT y Lula en Brasil, del MAS y su carretera en el TIPNIS en Bolivia y AMLO con su tren Maya. En el siglo XXI la alternativa es sostenible o no es.
Las posiciones conservadoras frente a los temas de diversidad sexual y de genero son otra señal evidente. Correa amenazó con renunciar al cargo de presidente si su bancada en el parlamento votaba a favor de la legalización del aborto. En Nicaragua, Daniel gobierna apoyado en la Biblia, el mismo libro que fue el símbolo del golpe contra Evo Morales. En Cuba la nueva constitución se niega a reconocer plenamente los derechos a ciudadanes LGBTIQ+. Es la impronta heteronormativa de la izquierda ortodoxa latinoamericana, la izquierda de los machitos. Y todo esto pasa cuando América Latina se transforma en el ojo huracanado de la cuarta ola del feminismo mundial, la ola del feminismo popular antineoliberal. Absurdo.
El diagnóstico continúa con la confusión entre Estado y gobierno, o gobierno y revolución. Los movimientos sociales y sus organizaciones no son extensiones del aparato estatal, son expresión de la verdadera democracia. Tampoco son el enemigo de la revolución por estar en desacuerdo con el gobierno. El tiempo de las izquierdas hegemónicas que deciden en sus oficinas lo que se aprueba en los sindicatos y organizaciones estudiantiles ha quedado atrás. Correa se vio enfrentado a Pachakutik, Evo se vio enfrentado a su familia indígena al imponerles su reelección, y esto es una de las claves de la debacle del FMLN en El Salvador. Un partido absolutamente dominante en el movimiento social, se podría decir que era el movimiento social salvadoreño hasta la primera década de este siglo. El modelo ideal de la izquierda siglo XX, el del partido que interpreta “el sentir de todo el pueblo”. Romanticismo que oculta un déficit democrático sobrecogedor y un autoritarismo subyacente. Herencia de la política latinoamericana del siglo XX. Quisieron continuar ese modelo en el siglo XXI y a un novato millonario caribonito le bastó con aprender a usar Twitter y Facebook para pulverizar en una campaña lo conseguido con sangre, sudor y lágrimas en largos años de guerra.
Las izquierdas de América Latina están siendo interpeladas por sus “masas” que se van cansando de ser interpretadas. Estamos frente a cuestionamientos lanzados por nuevas generaciones de ciudadanos bien informados, dedicados y comprometidos. Es gente que no traga entero, no creen en caudillos porque examinan constantemente sus lealtades políticas. Tienen una tabla de valores éticos que reta a la cultura política del siglo XX. “Guillermo Tell tu hijo creció. Quiere tirar la flecha. Le toca a él probar su valor usando tu ballesta”