Más de un centenar de estudiantes sufrieron coma etílico y fueron llevados a urgencias, me dijo la jefa de seguridad privada de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Era una mujer colombiana de pelo teñido, corpulenta, lucía el uniforme de empresa. Lleva más de veinte años en España. Hablaba a sus subalternos a través de un walkie talkie. La noche anterior hubo una macrofiesta en el campus de la UAB en Bellaterra. Cientos de botellas vacías, condones usados y sin usar, servilletas untadas de mierda, vómitos aún frescos y restos de comida regados en el campus, eran la impronta de una noche frenética. Era el otoño del 2010. La juventud española y europea vivía en una especie de hedonismo hasta que, seis meses después, estalló el 15-M. Cientos de miles de jóvenes españoles que, hasta entonces vivían de espaldas a la realidad, pasaron de espectadores a protagonistas principales en el gran teatro de la política. La crisis económica de 2008 fue el detonante.
Cuando se cumplen diez años del 15-M los jóvenes colombianos se tiran la calle. Están protagonizando su propia primavera. No tienen nada que perder, pero si mucho que ganar. Exponen hasta la vida misma para hacerse oír. Me siento como un parasito, dice un chico a sus padres que lo sostienen económicamente. Me importa un comino si la policía me mata, dice una chica a su recatada pareja. Como ocurrió en el 15-M español, los jóvenes colombianos no quieren que otros hablen por ellos. No quieren verse representados por sindicalistas barrigones que hace años depusieron el espíritu de lucha o por redomados politiqueros que buscan transiciones elitistas. No se trata de una disputa generacional sino de un choque entre los que se cansaron de luchar y los que quieren luchar. Los yayos españoles (tercera edad) esgrimieron coraje y combatividad durante el 15-M. Los jóvenes chilenos consiguieron lo que no pudo la burocracia política: demoler la cultura pinochetista. Podemos, a pesar de su declive, fue el resultado del 15-M. La nueva constituyente chilena es derivada del estallido social ocurrido entre finales de 2019 y principio de 2020. Los resultados de la revuelta colombiana están por verse.
El ciclo de rebeldía juvenil se agotó en Europa. La peste realizó una especie de lobotomía en el cerebro juvenil europeo. Las protestas juveniles en Madrid, Londres, Berlín, Barcelona o Ámsterdam son contra el cierre de los bares y las playas. Cientos de jóvenes borrachos se enfrentan a la policía. El espíritu del 15-M está muerto. La extrema derecha 2.0 aprovecha el momento de lujuria y desenfreno juvenil para escalar posiciones mediante un discurso transgresor en oposición a la retórica “liberticida”. El resultado de las recientes elecciones en Madrid son un claro ejemplo. La derecha ganó con un discurso libertino. Lo ocurrido en Madrid puede extenderse a varias capitales europeas. La Unión Europea destinará 1.8 billones de euros para palear los efectos de la peste. El dinero circulará. Algunas migajas llegarán a los bolsillos de los jóvenes. Podrán comprar cerveza y ropa barata, viajar low cost y broncearse en las playas. Viene un ciclo hedonista para Europa. Son ciclos: ciclos de lucha y ciclos de apatía. Olas, las llama un amigo analista.
En Latinoamérica, en cambio, el palo no está para cucharas. La peste ha devuelto al barro a millones de personas que habían mejorado sus ingresos en las dos últimas décadas. Cada país está remando en la dirección que cree mejor. Cuando no hay rumbo todos los vientos sirven. La integración latinoamericana que impulsó el coronel Hugo Chávez Frías fue desarticulada por los gobiernos de derecha. Ahora se están pagando las consecuencias. Con instituciones regionales solidas se puede capotear una crisis como la pandémica. Pero nada de esto existe. América Latina: 650 millones de habitantes distribuidos en un archipiélago de 20 islas piloteadas, en su mayoría, por charlatanes, mercachifles y corruptos. Razón tienen los jóvenes de Latinoamérica para rebelarse contra todas las instituciones que han degradado sus vidas, hasta convertirlos en una carga para el propio sistema. El problema de fondo es la repartición de la riqueza. Las revueltas son por la mala repartición. Los jóvenes latinoamericanos de estos días no pierden la gracia. Luchan con encanto. Cantan, bailan, ríen. Luchan sin renunciar a la alegría.
La juventud colombiana, querido Comején, no puede perder esta oportunidad. La revuelta si no se transforma en política quedará como mero poema épico. La rebeldía hecha política. Lo consiguió el 15-M en España, lo está consiguiendo el estallido social en Chile, lo podrá conseguir Colombia sí…