Vivo en un apartamento en el norte de Bogotá. En las mañanas lo único que me despierta es el peloteo de la cancha de tenis que tengo frente a mi ventana. Por acá no suenan las cacerolas ni los gritos de los jóvenes marchando. El barrio está lleno de colombianos de bien, con sentido de clase, que votan siempre por el que le garantice al país la estabilidad que les permita estar arriba de la pirámide por los siglos de los siglos. Por acá no se escuchan aturdidoras ni el viento alcanza a arrastrar los gases del ESMAD. Por acá creen que Puerto Resistencia es una manada de vagos a los que la policía debe darles bala y abrir a la brava los bloqueos que han convertido a Cali en un campo de guerra.
Tuvo que venir un equipo de periodistas de Vice para que nosotros, los privilegiados que estamos lejos del caos, entendiéramos lo que pasaba en Siloé. El periodismo colombiano que pasan por Caracol y RCN, a pesar del trabajo serio de investigadores como Ricardo Calderón, siempre responderá a los intereses de sus dueños. Los grupos económicos no sólo ponen presidentes, sino que presiden el ministerio de la verdad. Ellos imponen realidades y han mandado a decir, a través de sus periodistas, que acá hay un golpe de estado perpetrado desde Venezuela, que todo aquel que salte y grite en las calles es un terrorista, y que la policía está ahí para salvarnos.
En el docu de Vice de 16 minutos llamado Colombia is Rising Up, pudimos ver quienes componen la primera línea en Cali. Pelados que no tienen nada que perder, muchachitos que no duran nada, soñadores que anhelan entrar a la universidad, pobres que deben soportar todos los años el acoso y la brutalidad policial. “Es que si usted no estuviera acá estos hijueputas nos estuvieran matando” le dice al periodista gringo un pelado de la Primera Línea que debe estar encapuchado para que después no lo desaparezcan. Lo que es impresionante es ver cómo, contrario a lo que nos quieren imponer Sarmiento, Ardila y sus medios, estos muchachos están organizados y han podido desplazar a la policía, convirtiendo los CAI de la zona en bibliotecas, ganándose el respeto de señores de sesenta años que ven a estos muchachos como verdaderos héroes.
El documental, sin hacer juicios de valor, entrevista al Ministro de Justicia Wilson Ruiz. Lo muestra en sus gnómicas proporciones, encerrado en el lenguaje primario de un uribista promedio. Para atacar a Ruiz y a los ministros de Duque, tan sólo hay que ponerles un espejo al frente y oírlos decir sandeces como “No estoy seguro pero la mayoría de los muertos en las calles durante las manifestaciones se han dado por riñas callejeras” o “No tengo como probarlo, pero las protestas están financiadas desde afuera”. Da rabia y culpa. Culpa de estar tan ajeno a la justa revolución de los que nunca tuvieron nada.
Hay una frase que me taladró el cerebro. Un joven de la Primera Línea le grita a la policía: “somos miles, esto nunca se va a acabar”. Una frase cargada de verdad y que resume lo que está pasando: no importa lo que ordene Pastrana, Duque, Petro o los dirigentes del tal Comité del Paro. Los muchachos están bloqueando y gritando para que sus voces logren penetrar los gruesos muros de Palacio. Están cansados de ser la escoria de la sociedad. Quieren un lugar en el mundo. No tienen miedo, los pueden matar. Son muchos y no tienen nada que perder.
Texto publicado originalmente en el portal Las dos orillas