Este texto está escrito en femenino, el género masculino es implícito.
“Y entonces fue cuando las fuerzas centralistas derrotaron a los federalistas”, citan los libros de historia de Colombia. Poco importa el relato en estilo de reporte militar que se hace de esa historia, los textos escolares están plagados de esas descripciones. Intencionalmente redujeron todo a una contienda de adversarios, la historia que nos han contado, a la que tenemos acceso la mayoría de colombianos, es como el relato de un partido de fútbol, que quién jugo en la delantera, que quién en la defensa, que cual formación, que cual rotación de equipo, en fin. Una panoplia de generales, coroneles, batallas, pero poco o nada del contenido ideológico de esas guerras. Y así nos han marcado la cancha del imaginario político; siempre todas las propuestas políticas que nos atrevemos a soñar se restringen a un ordenamiento territorial que tomamos por verdad natural y por tanto absoluta.
Pero, querida lectora, el cuento es más complejo que eso y me gustaría que participe del siguiente experimento para poner a volar su imaginación más allá de las fronteras establecidas. Por allá en los años 90, se puso de moda una técnica para realizar anhelos personales que se llamó visualización. Unos dicen que da resultado otros que no, pero para los efectos de este experimento la validez de la técnica es poco pertinente.
Siéntese pues cómodamente, respire lentamente e imagine el siguiente país: Cauca, Nariño, Putumayo, Huila, Valle son un solo departamento; algo similar pasa con Magdalena y la Guajira, en fin. Imagine un país donde no hay 32 departamentos sino solo ocho. Ahora, cámbieles el nombre a esas entidades territoriales, llámeles provincias. En este punto tal vez usted se sienta un poco agitada, respire profundo nuevamente, ponga en silencio los otros pensamientos y concéntrese en esas ocho provincias. Ahora que siente que de nuevo su corazón late pausadamente, visualice que cada una de esas provincias tiene un presidente y un congreso. Ahora, visualice que cada provincia tiene la soberanía para dictar sus propias leyes de salud, educación, empleo, seguridad y desarrollo; la policía no es nacional sino provincial; y cada provincia tiene la posibilidad de autónomamente establecer convenios comerciales con otros países. Tranquila, no se inquiete si ahora a su mente llega la idea que los líderes políticos, empresariales y sociales están en estrecha relación con la sociedad a la que pertenecen, que los une una identidad regional, y los flujos comerciales son esencialmente regionales. No se preocupe, esa idea es totalmente normal en una conformación autónoma territorial.
Si, además, llegan a su mente ideas como que el manejo del Estado sería más eficiente porque está más cerca a la realidad de su vida cotidiana; que usted estará protegida de intereses políticos que nada tienen que ver con los intereses de su región; que no es un político de la costa quien decide sobre Nariño o uno de Nariño sobre Antioquia; que por primera vez usted verá a los gobernantes nacer, crecer y morir en su propia región, esas ideas también son absolutamente normales. Lo que acaba de ocurrir es que usted acaba de visualizar el federalismo.
Y la cosa va así, en los albores de la república, la composición estatal era confederada. El camino al federalismo se abrió oficialmente en el Gobierno de Jose María Obando en 1853, y el país se consolidó como federación en 1863 con la promulgación de la Constitución de Río Negro durante la presidencia de Tomás Cipriano de Mosquera. Para ese entonces, todo el territorio nacional estaba dividido en tan solo ocho provincias y el gobierno central estaba reducido esencialmente a administrar aspectos relacionados con las relaciones exteriores, comercio internacional, y a fomentar el entendimiento entre las provincias a través del uso del ejército en caso de confrontación entre ellas. A pesar de las constantes disputas entre provincias y alzamientos internos, durante el periodo federal se vivió una época de oro con respecto a la consolidación de las libertades individuales, el crecimiento económico regional, el avance de la ciencia con la creación de universidades, y sobre todo en la construcción de una identidad social y política que aún hoy en día define la cotidianidad del colombiano, ese sentimiento regionalista que todos llevamos dentro.
El federalismo es esencialmente un modelo liberador y modernizador que reduce la posibilidad de implementar poderes autoritarios y de acaparar en una pequeña élite de familias el control de todo un país. El modelo federal descentraliza el poder gubernamental y tiende a una distribución equitativa del poder. En este sentido, el federalismo previene que se lleven a cabo grandes cambios socioeconómicos que terminan beneficiando solo a unas regiones y no a otras, o que simplemente impactan negativamente a todas por igual como es el caso de los gobiernos colombianos que establecen reformas de salud, educación, trabajo e impuestos que terminan por crear hambre y miseria hasta en el rincón más escondido de la patria por rico que este sea.
Por la misma razón de la distribución equitativa del ejercicio del poder, el federalismo fomenta la cooperación entre regiones. Es claro que cada región tiene características únicas y para desarrollar una calidad de vida no se puede esperar que una sola fórmula funcione para todas las regiones por igual. Así, el federalismo permite que cada región cree su propia base orgánica para satisfacer sus necesidades, abriendo espacios de innovación local para proveer soluciones y transferir esas soluciones a otras regiones si así se requiere. En este ciclo de circuitos cerrados creados por el federalismo se generan estructuras sociales más cercanas a la realidad de cada ciudadana y a sus rasgos culturales, lo que se traduce en elevados niveles de participación y compromiso político-social.
Los federalistas colombianos nos habían marcado ese camino de prosperidad y modernidad. Sin embargo, las huestes conservadoras en alianza con sectores reaccionarios liberales se opusieron férreamente al modelo federal, y en 1885 derrotan militarmente a los federalistas e implantan por la fuerza el modelo centralista que hoy tenemos. Sí, ese modelo vetusto y autoritario de Estado que todos sufrimos, es el producto de una imposición de una élite ultra religiosa y racista sobre las identidades e intereses regionales que estaban prosperando autónomamente en cada una de las provincias que componían la federación. Con la destrucción violenta de la federación colombiana se nos vino encima la maldición que vivimos hoy.
Querida lectora, lo siento, la olvidé momentáneamente, espero que siga respirando profunda y pausadamente. Creo que, a este punto, usted ya ha visualizado que las expresiones de resistencia popular que se han dado en estos días de paro, y todas aquellas del pasado, han nacido y se alimentan de fuerzas regionales, creadas en dinámicas del día a día de cada municipio y vereda colombiana. Dinámicas de resistencia que son mucho más innovadoras en términos de proponer soluciones a los problemas que los aquejan directamente; dinámicas que favorecen la participación consciente y crítica en los espacios de poder local; dinámicas alimentadas de relaciones de amistad, familia y goce de proximidad. Hoy, Cali es el ejemplo de esa dinámica. Si no existiera ese Estado centralista, a esta hora el Valle del Cauca hubiera arreglado su problema incluso antes de que apareciera. Lo que está asesinando a Cali hoy son las élites acaparadoras de poder cómodamente sentadas en las poltronas centralistas.
Visualizar. Hace unos años caminando por una calle adoquinada aún con piedras de la época colonial, un amigo disertaba sobre cómo cada revolución nace con una utopía. No sé si lo que vaya a decir sea una utopía o un delirio, la línea que separa esos dos constructos es bien delgada, pero espero que de este paro surjan movimientos regionales que osen consolidar propuestas de tipo federalista representadas en reformas autonómicas de soberanía, para así ir alimentando el camino de ruptura con el modelo centralista de Estado. Sí, ya sé, en Colombia eso significa sangre y fuego, pero esa violencia no vendrá de las regiones, de eso estoy seguro, y también estoy seguro que la maldición centralista tiene que romperse. Colombia no es una unidad, nunca lo ha sido. Colombia en sus raíces ha sido y sigue siendo una federación.