Una tarde tenebrosa del 25 de julio de 1969, un puñado de hombres armados, en silencio, penetraron por las esquinas de la plaza principal de Huanta, en Ayacucho, Perú, y asesinaron a 20 campesinos y estudiantes que protestaban por la imposición de una ley del dictador Juan Velasco Alvarado que eliminaba la gratuidad de la educación a aquellos estudiantes que hubieran desaprobado un año lectivo en los establecimientos públicos.
Uno de los profesores que apoyaron el levantamiento popular fue Ricardo Dolorier Urbano, dos de sus estudiantes cayeron durante la rebelión, y él como buen poeta y compositor, escribió la canción Flor de Retama, aquella que desempolvó en estos últimos meses la cantante Martina Portocarrero y que se convirtió en un himno para la campaña presidencial del maestro de escuela Pedro Castillo, y que sus enemigos trataron de hacerla aparecer como instrumento de Sendero Luminoso, el grupo armado de izquierda que surgió en 1980, es decir, 11 años después del nacimiento de Flor de Retama.
La canción narra los episodios de la incursión armada contra la educación pública y coloca los hechos consumados como uno de los grandes crímenes del Estado peruano y llama a las nuevas generaciones a mirar con lupa la historia y a rebelarse contra el derramamiento de sangre, que en la plaza de Huanta se dio en medio de los arbustos de la amarilla flor de retama, cuyo color solariego no es más que un nuevo amanecer, aunque su crecimiento y florecimiento esté lleno de espinas.
Allí, la sangre del pueblo regó su perfume de esperanza y recordando esa mortífera marea de pólvora se echó a andar y acaba de alcanzar el poder de la mano de un hijo de esos mártires de Huanta: Pedro Castillo. Las etnias ancestrales, la raza vencida de nuestra historia acaba de conquistar, por medio de las urnas, la “Casa de Pizarro”, el Palacio de Gobierno del Perú.
Para completar el simbolismo, se acompañó a la campaña de un lápiz y el lema “No más pobres en un país rico: palabra de maestro”. Pero la canción es fundamental. En ella, el profesor Ricardo Dolorier nos hace oler el rico perfume de la sangre del pueblo, ese que huele a jazmines, violetas, geranios y margaritas, y ¡carajo! a pólvora y dinamita.
Ante la grandeza de la canción y el lápiz, la oligarquía corrupta, encabezada por Keiko, la hija del encarcelado dictador Alberto Fujimori y la familia Vargas Llosa, se vieron en la necesidad de buscar un símbolo que les hiciera sombra, y, como siempre ocurre con las oportunistas élites, acogieron la camiseta de la selección nacional de fútbol del Perú y la acusación de terroristas a todos aquellos que cantaran la Flor de Retama.
Cuando escuché la canción, mientras navegaba en las redes, me pareció uno de esos pasillos derrotistas de despechados, pero algo tenía que la dejé rodar, y de pronto su letra me indicó que era ni más ni menos que un homenaje a los héroes de Huanta. Seguí la guía y encontré que, desde dos adolescentes con uniforme de colegialas, un niño, una joven, dúos, tríos, grupos musicales y hasta orquestas filarmónicas estaban inmersos interpretando la melodía que para la derecha peruana era el himno del grupo terrorista Sendero Luminoso. Incluso, llegaron a ignorar al profesor Ricardo Dolodier y atribuyeron la autoría a Abigaíl Guzmán, “El presidente”, el también encarcelado dirigente de la desaparecida agrupación guerrillera.
Seguí con entusiasmo los acordes de Flor de Retama, sobre todo cuando la canta Martina Portocarrero, elegida parlamentaria por Perú Libre, el partido de Pedro Castillo, y empecé a pensar en el destino de las verdaderas obras de arte que, en su momento, su tiempo y su lugar asumen esa labor simbólica de representar el estado de ánimo de un ser humano, una región o un país. Las canciones suelen ser espacios espirituales donde crecen las ilusiones y se refugian los recuerdos de una época y sus circunstancias. Guernica, por ejemplo, es la memoria viva de los bombardeos alemanes e italianos a esta población española. Una obra de arte que canta y perpetúa las minucias de un crimen atroz.
Flor de Retama se había mantenido casi en el olvido. Solo cuando a un profesor de escuela se le ocurrió postularse como candidato, ni más ni menos que a la presidencia de la república, sus acordes resurgieron de los olvidados pentagramas y se levantó como bandera al viento para vertebrar un pensamiento, una línea política y una propuesta de revertir la historia de abandono que históricamente ha sufrido el Perú rural ante la opulencia de una clase dirigente que ha gobernado los últimos 200 años solo para los pudientes de Lima, ignorando a los demás.
Conversando con Jorge Álvarez Bocanegra, el director del programa televisivo Periscopio Chimbotano, de la TV peruana, recordaba que Martina Portocarrero, quien desempolvó Flor de Retama, fue su compañera de escuela y que desde muy temprana edad demostró una gran determinación en la lucha de los pueblos. El fuego de su voz, la nostalgia de una garganta que asume la vocería de una esperanza, ha hecho que todo salga bien.
El arte se erige como columna vertebral para toda revolución cuando ésta es digna y justa.
Hoy en Colombia, otro pueblo que lucha por salir del yugo opresor, se está generando una gigantesca revolución artística. Pero éste puede ser el tema de una próxima columna. Por ahora, les dejo un enlace con la Flor de Retama, en la voz de Martina Portocarrero y la letra del himno castillista escrito por el profesor Ricardo Dolodier Urbano.