En el momento de mayor confrontación en la guerra del Estado colombiano contra las guerrillas los reportajes y crónicas de Jorge Enrique Botero se encargaron de estremecer aún más a un país que se hundía en un horror sin límites. Jorge Enrique es un fiel representante de ese grupo de intelectuales, académicos, defensores de derechos humanos y periodistas que bajo condiciones extremas se jugaron el pellejo para encontrar esquirlas de la verdad debajo de los palos en la selva, en cárceles y potreros, mucho antes de las redes sociales y los teléfonos inteligentes. Jorge Enrique es un testigo de primera línea de la guerra que consumió a Colombia en la segunda mitad del siglo XX.
Las imágenes y textos de Jorge Enrique reflejan también el coraje en la lucha contra las injusticias y los desgarramientos de la sociedad colombiana en la búsqueda inacabada de un futuro común. Ahora Jorge Enrique lanza su primera novela, Blanca oscuridad, en la que se desprende de las ataduras de los hechos fácticos y ofrece al lector una mirada privilegiada sobre la historia reciente del país. Es una novela para sentir y reflexionar, escrita pensando en las nuevas generaciones. EL COMEJÉN ha tenido la oportunidad de conversar con este laureado periodista sobre su novela y la realidad de Colombia.
Eres recordado por crónicas y reportajes que estremecieron al país. ¿Por qué te decidiste por una novela para seguir contando la historia de la guerra en Colombia?
Pues al escribir este libro he cruzado, por fin, la delgada línea que separa la crónica de la novela. Un género que me persigue con sospechosa insistencia desde hace muchos años y al que de alguna manera le había hecho caso omiso. Resultó que me fui encontrando a lo largo del trabajo de reportería con una suma de historias, de hechos, de personajes, de lugares, que a todas luces resultaban más parientes de lo irreal, resultaban mucho más habitantes de la ficción que de la crónica o el reportaje periodístico.
Así que decidí usar este género para hacer otra cosa que también me preocupaba, que era explorar nuevas maneras para acercar a los lectores, especialmente a los lectores jóvenes, a ese terrible conflicto armado que se vivió y se sigue viviendo. Sentía que había muchos números, muchas cifras, muchos sesudos análisis, pero poca historia de carne y hueso en el mundo editorial colombiano y creí que era conveniente comenzar a transitar los caminos de la ficción para ofrecer miradas nuevas que abordaran igualmente la tragedia que hemos vivido, pero desde otros ángulos, con otros personajes y con otra estructura narrativa que también atrape al lector y lo haga ir más allá de la reflexión y lo acerque a la emoción del relato, que es lo que básicamente hace Blanca oscuridad, contar una historia vertiginosa, llena de personajes fabulosos, distintos y tratar de despertar el asombro del eventual público que pueda tener la novela, que de esa manera se acercará al mundo del conflicto de una forma diferente.
¿Qué pueden esperar los lectores de la novela Blanca Oscuridad?
Bueno, los lectores que se acerquen a Blanca Oscuridad pueden estar seguros de que van a disfrutar varias horas de asombro. Tiene como protagonista a la poderosa familia Dávila, que es dueña de medio país y también es dueña de un noticiero de televisión. Uno de los integrantes de esta familia es secuestrado, don Benjamín Dávila, con lo cual se produce un punto de giro de la historia en la que se entrecruzan intrigas familiares, las intrigas alrededor de la liberación de don Benjamín, pero también el delirio de jefes guerrilleros que empiezan a tener comportamientos bastante extravagantes. Uno de ellos, el máximo jefe de la guerrilla, decide quedarse con sus hombres en una montaña habitada por la niebla, en la cual sostiene muy intensas conversaciones con Simón Bolívar a través de un médium.
Este personaje, que ha puesto a sus hombres a secuestrar a don Benjamín Dávila, vive momentos de verdadera locura, un poco como resultado de la suma de sus frustraciones, de los largos años de la guerra, del desfile de muertos y sangre que ha visto pasar frente a sus ojos. Ya consciente de que su sueño revolucionario de la toma del poder se ha convertido en una utopía, opta por aferrarse a lo esotérico y desata una cantidad de situaciones que transcurren entre lo trágico y lo cómico en las montañas del norte de Colombia, específicamente en la Sierra Nevada de Santa Marta.
A través de un ensamblaje muy trabajado, debo decirlo, logré hacer una especie de rompecabezas. La novela transita entre montañas remotas y lujosos clubes sociales, páramos, salas de redacción de medios de comunicación, bajos fondos y altos edificios. Todo ello con el vértigo de un road movie en el que transcurren rápida, velozmente, una cantidad de situaciones que indudablemente terminan atrapando al lector hacia el desenlace final, que resulta, según me ha comentado la mayoría de los lectores, muy sorprendente.
Luego de la firma del acuerdo de paz se vino una cascada de libros y películas, y algunos afirman que la forma de contar el conflicto ha cambiado. ¿Es necesaria una nueva narrativa de los años de guerra en Colombia? ¿Qué tan importante es esto en el contexto actual del país?
Decididamente estamos ante la irrupción de nuevas narrativas para abordar los años de la guerra, los años del conflicto que comenzó en 1964 y que tuvo un episodio parecido a un final con la firma de los Acuerdos de La Habana, que indudablemente constituyen un hito histórico, pero no consiguieron el propósito de darle punto final a la larga guerra que nos ha acompañado durante más de 50 años.
Yo creo que esas narrativas nuevas vienen a ser resultado, digamos, de la sedimentación de lo que ha pasado, porque durante los años de la más álgida confrontación todo giraba alrededor de la narrativa de la inmediatez, de las noticias que iban y venían, de los asaltos, de los ataques, de los muertos, de los secuestros masivos y no había tiempo o espacio para ofrecer una perspectiva distinta desde el punto de vista de la narración. Yo creo que nos va a suceder un poco lo que aconteció después de la Segunda Guerra Mundial, que el mundo empezó a descubrir a partir de novelas, películas y de testimonios, la profundidad y los detalles, las minucias de lo que había sido esa guerra.
Todos los años se producen 10 o 15 películas sobre la Segunda Guerra Mundial y no sé cuántos libros sobre el mismo tema, o igual con las historias de las mafias de los Estados Unidos de los años 30, 40, 50. Así que lo que se necesita es una manera distinta, nueva, de contar lo que nos ha pasado y creo que nunca habrá un límite para eso. Decididamente estamos frente a la irrupción de nuevas narrativas que van a abrirle los ojos, y espero que así sea, especialmente a las nuevas generaciones que mirarán hacia el pasado como si fuera un espejo en el cual nunca esperarán verse reflejados nuevamente.
Como alguien que ha seguido muy de cerca la realidad del país ¿cómo describirías la situación actual del conflicto y cuáles son las mayores diferencias que observas con la guerra de antes del acuerdo de paz con FARC?
Bueno, hace unos meses tuve la oportunidad de viajar con mi equipo de grabación a territorios profundos del departamento del Putumayo, donde operan fuerzas guerrilleras que optaron por no acatar los acuerdos de La Habana y mantenerse en armas. Allí pude percibir, muy de cerca, el nacimiento o la aparición de lo que yo considero es un nuevo ciclo de violencia que se está cocinando en este momento y que tiene muchas similitudes desde el punto de vista de los símbolos y del discurso con el tipo de guerra que se dio por terminada tras la firma de los Acuerdos de La Habana. Pero yo creo que en realidad este nuevo ciclo es bastante diferente. Yo diría que desde el punto de vista militar y desde el punto de vista de sus efectos sobre la sociedad colombiana será mucho peor, por la sencilla razón de que antes estábamos en presencia de una de una especie de ejército popular, las FARC, que tenían un mando unificado, unos estatutos, unos reglamentos, una estructura vertical que hacía que se cumplieran órdenes y tuvieran cierto control sobre la actividad de todo ese ejército que estaba regado por la geografía nacional. Hoy, yo creo que estamos en presencia de una dispersa presencia de decenas, centenares de grupos, que no obedecen a un mando unificado y que operan sobre la base de las realidades específicas de las zonas geográficas donde se encuentran.
Así que su actuación será desmedida, no habrá ejércitos ni fuerzas regulares capaces de enfrentar semejante reto que se viene encima desde el punto de vista militar. El país va a quedar, a mi modo de ver, vastas regiones de su territorio, yo diría que algo así como el 40 %, quedarán a merced de estos grupos. En esas regiones no habrá presencia del Estado. Quedaremos en evidencia como un Estado incapaz de controlar todo el territorio nacional y de allí en adelante pueden derivarse todo tipo de situaciones. Yo realmente soy bastante pesimista sobre el desenlace de esto o el futuro y creo que estamos ante una situación mucho más compleja que la que se vivió durante la segunda mitad del siglo XX y el comienzo del siglo XXI en Colombia.
Entonces ¿Qué se necesita para conseguir la paz y evitar que esta tragedia se repita en el siglo XXI?
Estoy seguro de que los caminos de la paz se abrirían muchísimo más si en el año 2022 Colombia da un salto cualitativo en materia de apertura democrática y de irrupción de fuerzas nuevas que pongan en funcionamiento una democracia real y que nos saquen de esta especie de atraso feudal que vive la política de nuestro país. Así se podría pensar en la aparición, digamos, de un escenario de paz completa.
Y si eso no sucede, vamos a estar condenados a vivir otras décadas de terrible violencia. Qué repito, no va a ser posible que sea controlada por el Estado y el país seguirá sumido en esa especie de bipolaridad en la cual habitan un país urbano medianamente próspero que apunta hacia el futuro con ciertos rasgos de modernidad, conviviendo con un territorio totalmente atrasado, olvidado, excluido, en el que reinará el caos, la violencia, el narcotráfico y pues no sé si a eso se le podrá llamar una nación o qué nombre tendrá. En todo caso, me parece que si no ocurren grandes cosas en las próximas elecciones vamos a seguir siendo un país inviable, seguir siendo vistos por la comunidad internacional como un lugar donde conviven la locura, el narcotráfico, la violencia extrema y unas aparentes realidades de armonía y de crecimiento y de desarrollo social y económico.
Yo creo que estamos frente a un momento crucial en el que, según se ha visto a través de todo lo que ha ocurrido con las protestas sociales de los últimos meses, hay acumulada la suficiente cantidad de desencanto y de desengaño y de rabia que tal vez inclinen las cosas hacia la irrupción de nuevas fuerzas en la dirección del gobierno y del Estado colombiano.
¿Qué libro y que película le recomendarías a nuestros lectores?
Recomiendo con los ojos cerrados la más reciente novela de Leonardo Padura Como polvo en el viento, publicada por Editorial Tusquets, una fascinante historia sobre las dos Cubas, la de la isla y la que habita apenas a 90 kilómetros de la isla, en el estado de Florida, escrita con la maestría, el ingenio, la chispa y la cubanidad de todas las novelas de Padura.
Y no puedo dejar de recomendar también una novela que me impactó mucho al comienzo de la pandemia que se llama Las malas, de Camila Sosa Villada, la escritora argentina, también publicada por Tusquets, que nos cuenta la maravillosa historia de una comunidad de travestis, asentada en la ciudad de Córdoba, Argentina, con un maravilloso universo por descubrir y con el telón de fondo de la siempre agitada situación política y social de ese país.
En cuanto a películas, quisiera insistir en recomendar una serie: El cuento de la criada, basada en la formidable, monumental obra homónima de Margaret Atwood, que nos instala en el mundo posible, muy posible, del futuro en el que el poder queda en manos de unos gobiernos corporativos, ultraconservadores y ultra religiosos que imponen toda una nueva mentalidad y convierten a las sociedades en lo que alguna vez nuestro gran George Orwell retrató en 1984. El ser humano controlado por fuerzas implacables, vigilado, limitado en todas sus libertades y convertido en una especie de robot al servicio de los grandes poderes económicos y políticos. Situación que, creo yo, es bastante probable que ocurra.