Javier Cohen Montoya es un chico nacido en Barranquilla, Colombia, que se fue a la China a probar suerte con los negocios. Graduado en negocios internacionales en la Universidad del Norte, hizo sus pinitos en una pequeña empresa familiar piloteada por su padre. En China, Javier hizo un posgrado de realidad. Tenía entonces 21 años, poca trashumancia y no conocía una sola palabra en chino. Llegó al gigante asiático con una mochila que no pesaba más de 10 libras, pero llevaba la cabeza llena de ilusiones. Su plan de negocios era “abrir mi propia empresa para vender a todo el mundo con los buenos precios de China”. EL COMEJÉN, a propósito de los 100 años del Partido Comunista de la China, lo entrevistó en Barcelona para que nos contara algunos detalles sobre una economía y un modelo de sociedad que sigue siendo una incógnita para Occidente. Esto fue lo que nos contó.
¿Qué te llevó a la China y en qué lugar del país echaste el ancla?
Por tradición familiar, toda mi vida estuve en contacto con productos para la construcción y cerramientos: alambres, mallas, placas, tubería y accesorios hechos con acero al carbón. Cuando me gradué en la universidad ya contaba con una amplia experiencia técnica y comercial.
Era el año 2011 y China tenía los mayores yacimientos de carbón del mundo, especialmente en la provincia de Hebei, al este del país. Unas cuatro horas conduciendo desde la capital Pekín (Beijing).
Mi hambre de aventura, curiosidad y deseo de alejarme lo más lejos de mi zona de confort me motivaron a salir de Barranquilla. La competitividad comercial era la otra motivación. “No sé qué haré exactamente allá, no sé cómo lo haré ni cuánto tardaré, pero me voy allá a crear empresa”, pensé.
Era joven, tal vez y afortunadamente, demasiado joven. No dimensionaba los riesgos. Es más, me atraían. El fracaso no era una opción. No tenía plan “B” y el “A” tampoco podría llamarse un “plan” exactamente.
Una única mochila me definía como joven recién emancipado. Provisto de la energía y alegría que sólo el Caribe exporta. Subestimaba las vicisitudes que vendrían. Y si de mencionar adversidades se trata, no había pisado aún al país asiático cuando ya tenía la primera: Me quería instalar en un pueblo llamado Anping de unos 300 mil habitantes en esa época. Está ubicado en la provincia de Hebei. Allí estaban las empresas que fabricaban los productos que yo pretendía comercializar. Sorpresa la mía cuando, por necesidad de renovar visado cada treinta días, y por ende tener que cruzar de China Continental hacia Hong Kong (aunque regresara el mismo día a China Continental, pues era sólo para marcar pasaporte), tuve que echar ancla inicialmente en la ciudad de Shenzhen de unos quince millones de habitantes para entonces, en la provincia de Guangdong. Estaba a más de dos mil kilómetros de mi objetivo inicial. En total estuve seis años viviendo en China, mientras iba y venía cada diciembre a Barranquilla para pasar la Navidad y alguna vez el Carnaval.
¿Qué diferencias encuentras entre la ética empresarial china y la occidental?
Detecté una diferencia generacional en la ética empresarial china. Muchas empresas, al menos en mi gremio, eran segundas o terceras generaciones de quienes las iniciaron. Yo trataba con alguien contemporáneo/a conmigo que estudió inglés (o al menos se defendía) y traía una escolaridad de administración de empresas, mientras que sus padres fueron, por lo general, operarios de máquinas que crearon la empresa, pero sin mayor planificación ni estrategia.
Lo anterior se traducía en que las primeras generaciones buscaban relaciones y beneficios a corto plazo al costo que fuera. Si podían ahorrar algunos céntimos por unidad de costo de producción poniendo en riesgo la satisfacción del cliente, procedían. Veinte años atrás los medios de transporte, la comunicación y la logística hacían ver a un cliente (y más a un latinoamericano), como a alguien que no llegaría hasta donde ellos para realizar algún reclamo. La barrera del idioma -en ese entonces más marcada-, el desconocimiento de cómo moverse, comprar o inspeccionar adecuadamente en China, hacían que esa primera generación no cuidara tanto a un cliente “que venía de tan lejos, y que no sabemos cuándo regresará, o si incluso alguna vez vuelve a hacerlo”.
Las nuevas generaciones, en cambio, encontraron en el inglés y la tecnología la manera de volverse más globales, en términos de comercio. El uso de plataformas tecnológicas como Alibaba -el mayor portal B2B de China y ahora de Asia- ha sido determinante en esa apertura económica. Ya no se ve como “algo imposible” o “cosa de locos” viajar a China para visitar fábricas, inspeccionar mercancías y construir relaciones a largo plazo con una juventud trabajadora que valora estas relaciones, hasta el punto de encarecer sus costos de producción (reducir su beneficio) con tal de capturar nuevos mercados y retener a los ya existentes.
¿Qué te llamó la atención de las cadenas de producción?
En mi gremio (pequeñas fábricas de productos de alambre de acero) la tercerización de procesos era sorprendente. El patio de una casa, en una granja retirada de los pueblos, un granjero octogenario pedaleaba una máquina artesanal que procesaba uno o dos pasos del producto y luego lo llevaba a otra granja para que continuara el proceso. Eso para mí fue sorprendente.
En las fábricas más consolidadas llamaba la atención el informalismo con el que se trabajaba. Gente mayor trabajando solo con guantes. Sin cascos, gafas, uniforme o cualquier otro elemento de dotación doblaban cantidades de alambre sentados en el suelo.
Al principio creí que los forzaban a ello, pero haciendo preguntas me enteraba que la fábrica ofrecía trabajo a un precio que solo la gente mayor aceptaba porque carecían de otros ingresos. Al margen de lo que podría considerarse como explotación, todas las personas mayores gozaban de una gran vitalidad y energía. Nunca me podría imaginar a mi abuela cargando unos rollos de alambre o cortando mallas sentada en el suelo durante horas. Sorprende la cantidad de personas a las que una fábrica puede recurrir para aumentar un proceso productivo.
¿Cómo vivías la cotidianidad? Cuéntanos alguna anécdota
Con paciencia y planificación. Cosas sencillas como ir a comprar la comida, tomar un bus, un metro, un avión, asistir a un evento o estar pendiente de recibir y pagar a tiempo la energía de la casa podían tornarse en toda una pesadilla porque el idioma te hacía vulnerable ante un imprevisto.
Ahora bien, en términos de negocios era impactante, agradable a la vez, notar que no predominaba una jerarquización vertical de los roles en las empresas. Ejemplo: El chofer de la fábrica que me recogió en el hotel donde me alojaba para llevarme a un restaurante donde me esperaban los jefes, luego de aparcar, subió conmigo al restaurante y se sentó como uno más de la empresa en una mesa redonda. Era una mesa sin esquinas donde no hay “cabeza de mesa” ni jerarquías, donde todos pedíamos platos para el centro y nadie pedía un plato para sí mismo. Siempre eran platos para compartir en una mesa sin jerarquía y de igual acceso a todos.
Mayor fue mi sorpresa cuando al terminar de comer fuimos a la fábrica a que me hicieran el tour. En las instalaciones vimos que una máquina no funcionaba. Entonces el dueño de la fábrica, que hacía de guía, se quitó el saco y se agachó a revisar, desatornillar y arreglar la máquina. El dueño salió debajo de la máquina con la camisa sucia y sudado. Volvió a ponerse el saco y continuamos el “tour”. Esa tarde mi canon sobre la jerarquía quedó vuelto añicos.
Sin duda no sucede así en todo el país, pero en ese pequeño y remoto pueblo industrial llamado Anping encontré más comunidad que en ningún otro sitio.
¿Qué valor observaste en la figura de Mao? ¿Es una figura simbólica o real?
Me encontraba en un pueblo industrial cuyos habitantes eran principalmente de clase trabajadora. Allí, según sus propios habitantes, Mao era visto como un líder que hizo grandes cosas por China. En muchas fábricas podías encontrarte con grandes imágenes de Mao tras la silla del propietario de la empresa o en la sala de juntas. Mao es considerado en zonas puramente locales, con poca afluencia extranjera, como un líder exitoso y modelo a seguir. En un capitalismo disfrazado de comunismo la admiración por Mao prevalece entre generaciones.
¿Qué aconsejas a los jóvenes empresarios de Latinoamérica?
Aconsejo cinco cosas:
- Aprender un idioma vale más que una maestría.
- Viajen, así sea de mochileros y sin dinero, pero viajen. Viajar abre la mente y te hace resolutivo, conocer gente, tratarla, forjar el carácter y descubrir tus fortalezas y debilidades.
- En términos de emprendimiento, más importante que “desarrollar una idea de negocio” es “con quién lo desarrollas”. El éxito de toda organización es su gente, los procesos y las herramientas tecnológicas.
- Aprende Excel. Te salvará la vida y es muy divertido. Usa Youtube para tutoriales. No dejes de aprender cosas.
5. Vive donde tu negocio te lo pida. No cometas el error de intentar desarrollar una idea de negocio en la ciudad donde vives simplemente porque allí vives. Si el plan de negocio indica que tu mejor mercado está en una ciudad a mil kilómetros de donde estás ahora, ve a vivir allí.
¿Por qué te volviste de China? ¿Qué haces ahora?
Si bien estaba siendo rentable a nivel de negocios me estaba dejando la vida personal allí. Fechas importantes como la navidad, cumpleaños, matrimonio o nacimiento de un ser querido, me las perdía por estar debajo de una máquina revisando porqué no funcionaba o en la puerta de una fábrica controlando un contenedor que están cargando.
Por mucho que estudié chino y lo practiqué durante todos esos años, el idioma era una barrera para disfrutar de actividades lúdicas como el teatro o el cine. Por lo anterior decidí reorganizar mi empresa para que funcionara sin mi presencia en China. Eso hice. Al tener libertad de movimiento sin afectar la funcionalidad de la empresa viajé a Guadalajara, México, donde vive mi padre, para apoyarlo en el área comercial mientras disfrutaba de un entorno más afín al mío. Luego probé suerte en Barcelona, España, pues mi hermano vive aquí hace unos veinte años. Hoy en día me retiré de la empresa cediendo mis funciones a mi padre. Producto de haberme enfrentado a procesos organizacionales complejos en China creé en España una nueva empresa llamada Solumaker donde creamos aplicaciones personalizadas que permiten automatizar procesos de gestión en las empresas. En eso estoy ahora.