Según Lautaro Carmona, secretario general del Partido Comunista de Chile “En las batallas electorales uno siempre se pone en todos los escenarios”. No obstante, reconoce que el margen de la derrota en las elecciones primarias del pasado 18 de julio para escoger el abanderado de su coalición no estaba en sus estimaciones. El Partido Comunista Chileno (PCCH), posee una larga tradición en la política chilena, sin embargo, es la primera vez en su siglo de existencia que participó con aspiraciones reales de llegar a disputar el cupo en la papeleta de la primera magistratura. Su candidato, Daniel Jadue, obtuvo 693370 votos equivalentes al 39,58 % de las preferencias en su coalición Apruebo Dignidad.
El triunfador, Gabriel Boric Font, del Frente Amplio (FA), se alzó con el porcentaje restante. El suceso ha sido ampliamente analizado, llama la atención, por ejemplo, que en dos de las comunas fortines de la derecha su triunfo opacara al mejor posicionado de ese sector según las encuestas. Pese a que no puede atribuirse su triunfo al evidente interés de sacar la opción comunista de la carrera por parte del empresariado, ello es un indicativo de que dicho sector político está dispuesto a defender con uñas y dientes el statu quo que ha construido desde el origen mismo de la república. No hay que olvidar que, en 1964, cuando la contienda presidencial era entre el socialista Salvador Allende y el falangista Eduardo Frei Montalva, hizo propia la consigna “¡Frei sí, otro no!”.
Sin lugar a dudas, votos de la derecha se filtraron en la primaria de las fuerzas progresistas, sin embargo, la derrota del proyecto Chile Digno obedece a condiciones multifactoriales que se han puesto en juego también en otras latitudes de nuestra América: el cultivo del miedo, que posiciona como indiscutible la perdida de libertades en todas las esferas de la vida social y revive los fantasmas de los “socialismos reales”, así como las desviaciones y el fracaso de otras experiencias que sin lugar a dudas hicieron mella. Pero esto constituye apenas un pequeño punto en el contexto político. Si bien es evidente que los análisis descontextualizados, unilaterales y subjetivos que gozaron siempre de amplio despliegue en los medios masivos de comunicación y la redes sociales cumplieron su cometido, no es menos cierto que la falta de articulación de los sectores que componían la campaña, las salidas de libreto en los debates y las caídas en la provocación de los periodistas por parte del candidato, además de la guerra de declaraciones Jadue versus Boric -sobre todo durante la semana previa a las elecciones al interior de la coalición Apruebo Dignidad-, nutrieron las condiciones para que los comunistas quedaran fuera de la papeleta.
Dicho lo anterior, el nuevo momento pone presente nuevos desafíos. Tanto su partido como el propio Jadue han señalado estar dispuestos a cumplir la palabra que supone la alianza de la que hacen parte, esto por cuanto según sus declaraciones no se puede castigar a Chile con un segundo gobierno de derecha, que por lo demás encabezaría Sebastián Sichel, exministro del Gobierno de Sebastián Piñera.
Si bien está claro que aún faltan algunos ajustes de base programática, para Jadue y su sector sencilla y llanamente, “una izquierda que no logra movilizar al pueblo que dice representar no debe gobernar”, de ahí la importancia de lograr saldar para este nuevo momento las falencias detectadas. Se trata pues, de afianzar la consistencia en el trabajo de base. Esto quiere decir, conectarse de manera real, eficiente y oportuna con las comunidades y organizaciones sociales presentes en el territorio. Es indispensable una revisión hacia qué es lo que están haciendo las izquierdas, como lo están haciendo y con quienes, lo que supone un examen autocrítico sumamente riguroso. Lo dicho constituye el nudo gordiano y es un campanazo de alerta para muchas de las experiencias políticas democráticas presentes en el continente, muchas de las cuales se aprestan a debates de esta misma factura.
La historia reciente ha mostrado las ganas de cambio presentes en las mayorías sociales de muchos países, el poder y la beligerancia de sus juventudes, los movimientos étnicos, feministas y ambientales. También se han puesto en evidencia la incapacidad de hacer una lectura de todo el espectro político, lo que decanta en el hacer inconexo y la imposibilidad de interpretación, y por ende de representación y liderazgo de los movimientos de cambio que se debaten en el Continente.
El presente exige de las izquierdas de nuestra América el entendimiento de que la política de los “arreglines” entre gallos y medianoche -muy usuales entre las cúpulas que pretenden ser vanguardia- está mandada a recoger, tanto como el poder pastoral de los caudillos y el fanatismo doctrinal de sus seguidores.
Las derechas en general han demostrado que son poseedoras de votos cautivos y que se preocupan por la defensa de sus privilegios, lo que lleva indefectiblemente a que en cada confrontación electoral hagan gala de su racionalidad con arreglos a fines. Para estos sectores, el voto preferente y de opinión se pone en juego únicamente en los albores electorales, para las carreras de fondo, el pragmatismo político se impone.
Sin caer en triunfalismos, las izquierdas tanto en Chile como en otras latitudes pueden gobernar, pero necesitan replantear sus prácticas, volver a trabajar en la base, convencerse de los ejercicios profundos y exigentes de una democracia deliberativa de nuevo tipo en la que las mayorías populares sean las que definan sus liderazgos. Los pueblos del mundo necesitamos asumir este desafío desde ya para así poder trabajar en la más amplia unidad y mantener viva la esperanza.