El doctor Tomas Stockmann supo que debía comunicar la noticia a toda la ciudad desde el momento en que abrió el sobre y vio los resultados de los análisis. Toda la ética de la humanidad soportaba su decisión, era cuestión de vida o muerte. Las aguas del recién inaugurado balneario, nuevo motor de la economía local, estaban contaminadas y pronto alguna enfermedad afectaría a muchos ciudadanos y turistas. Su propio hermano, el juez de la pequeña ciudad en la costa noruega, se encargó de que nadie se enterara y de que Tomas fuera declarado enemigo del pueblo.
Hay verdades que los poderosos no quieren que se sepan, estropean los negocios. Hay verdades a las que simplemente resulta imposible darle la cara. En esas circunstancias, aquellos que osan decir la verdad, aquellos que se atreven hacer lo correcto, se convierten en el enemigo a eliminar. Esto es lo que nos advierte la trama de esta obra de Ibsen, “Un enemigo del pueblo”, tan actual como si hubiera sido escrita ayer. La tensión entre la verdad y la “maldita y compacta mayoría liberal” servil a los intereses del poder.
El cambio climático, la catástrofe ambiental causada por la bestia hiperconsumista en la que ha venido a convertirse la humanidad, es la verdad más importante de nuestro tiempo.
Encerrada en un vagón del metro observa a través de los cristales de puertas y ventanas como el nivel del agua va subiendo poco a poco envolviendo al tren en una oscuridad color mierda. El agua empieza a filtrarse por cualquiera de las cicatrices del metal. El metro está atascado en uno de los túneles del sistema de transporte. Estas escenas no son de una película de terror, son las imágenes de un video compartido en redes sociales por una de las pasajeras que estuvo a punto de perecer. Doce de ellos perdieron la vida en la inundación. En la región de Henan, en China, llovió en 24 horas la cantidad de agua que suele caer en 8 meses. Todas las voces autorizadas responsabilizan al cambio climático.
Estamos traspasando los límites planetarios a tal grado que las consecuencias acabarán con la especia humana y cambiarán por completo la forma como la vida se manifiesta en la tierra. De los 31 signos vitales del planeta, indicadores claves de la crisis climática global, 16 ya han traspasado o están cerca de traspasar el punto de no retorno. Acidificación de los océanos, aumento en la concentración de gases de efecto invernadero, aumento en la ganadería, record en la deforestación del Amazonas y la lista continúa con demasiadas catástrofes demenciales. Más de la mitad de los signos vitales de la madre tierra muestran que hemos llegado al punto de ruptura climática y ecológica. Los cinco años más calientes en la historia, desde que se tiene registro, han ocurrido entre el 2015 y el 2020.
El humo de los incendios forestales en California y Oregon cruzó todo el mapa de los Estados Unidos, de costa a costa, hasta llegar a ciudades como Nueva York y Filadelfia. Se están quemando más de 160.000 hectáreas de bosque, sólo en uno de los incendios. En India, las inusualmente fuertes lluvias monzónicas han arrasado pueblos completos. Los familiares se han visto obligados a enterrar a sus muertos en fosas comunes y las autoridades aún desconocen la magnitud de la tragedia. El sur de Europa y Canadá se están derritiendo en medio de una devastadora ola de calor. En una tarde de lluvias una parte de la poderosa Alemania fue enviada de regreso al siglo XIX, sin electricidad, acueducto, alcantarillado ni vías de comunicación. Siberia, la primera línea de la crisis climática donde la temperatura aumenta al doble de velocidad que en el resto del planeta, alcanzó esta semana el record de incendios por tercer año consecutivo con 1,6 millones de hectáreas ya consumidas. Es la temporada más seca de los últimos 150 años, las aterradoras tormentas eléctricas secas son una de las principales fuentes de los incendios. No cae una sola gota de agua. Este es apenas un resumen de la catástrofe global en las últimas tres semanas. Es solo el comienzo.
Esta es la verdad que los poderosos de todo el planeta quieren impedir que se esparza y se conozca. Que la modernidad, con su capitalismo y el consumo como única razón de validación de la existencia humana, nos ha llevado al desastre y al arrasamiento de nuestro entorno. Precisamente, la primera exigencia de la plataforma del movimiento Extinction Rebellion es “Decir la verdad” y actuar en consecuencia. Pero tal como en la obra de Ibsen, aquellos que dicen la verdad, los que hacen lo correcto, los ambientalistas y líderes sociales, son declarados enemigos del pueblo.
En Colombia los matan. Colombia es el principal matadero de líderes ambientales del planeta. Medalla olímpica en persecución y asesinato de líderes sociales. Al mismo tiempo, la colombiana Francia Márquez fue galardona con el llamado premio Nobel del medio ambiente, el prestigioso premio Goldman, por su lucha en defensa del agua y los derechos de su comunidad ancestral.
Pocos meses después de haber recibido el premio en 2018, invité a Francia a Oslo como una de las oradoras centrales en el Foro Social de Noruega. Fui testigo de como el conjunto del movimiento social noruego se levantaba de sus sillas para ovacionarla y de como los jóvenes la paraban en la calle para darle la mano o tomarse una foto con ella. Más tarde, en mi apartamento, traduciéndole letras de Bob Marley y escuchándola cantar las canciones de Herencia de Timbiquí, Francia nos diría asombrada “acá me tratan como estrella de rock y en Colombia me quieren pegar un tiro”. Todavía estaban frescas las impresiones de su visita cuando recibí la noticia del salvaje atentado en su contra, los matarifes intentaron acabar con su vida lanzándole granadas.
Francia es una de las portadoras de esta verdad y actúa en consecuencia. Lo de Francia no es una simple candidatura presidencial, es una propuesta de futuro, de cómo las cosas deberían ser si en Colombia reinara la sensatez. Un futuro en el que se superen las relaciones de depredación sobre la naturaleza y entre los seres humanos. Francia sabe que la única respuesta posible es colectiva o no es. Su movimiento se llama “Soy porque somos”. Que Colombia elija como presidenta a una de las figuras globales más importante del movimiento ambiental, en medio de semejante crisis que atraviesa el país y el mundo, suena tan emocionante como reparador. Sería un excelente desquite para un pueblo que las ha perdido todas. Colombia saltaría de inmediato al centro de la política planetaria. Ayudar a derrotar la política de la muerte con la política de la vida votando por Francia Márquez suena como lo correcto, aunque algunos nos declaren enemigos del pueblo.