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Sobre el miedo y otros fantasmas

Ojalá no hubiera crecido con tantos miedos. Pero siempre tuve temor a hacer el ridículo y por eso no bailaba las coreografías en las fiestas. Yo prefería quedarme en una esquina evadiendo la felicidad. El miedo no me dejó siquiera volarme de la casa.

Imagen de Bloodyteeeth en Pixabay

Imagen de Bloodyteeeth en Pixabay

Ayer vi por primera vez La semilla del diablo, de Roman Polanski. Quería verla desde que tenía nueve años, pero mi madre no me dejaba. Cuando yo era niña podía ver cualquier cosa en televisión, menos esa película que tenía un veto especial por el que nunca pregunté, pero que me quedó grabado en la memoria.  

No hace falta que explique la trama de la película que se estrenó en 1968, porque creo que a estas alturas de la historia la ha visto todo el mundo, pero a modo de resumen, cuenta la historia de una mujer que anida en su vientre al mismísimo Anticristo. 

La vi de noche dispuesta a asustarme desde el primer minuto. Sentí miedo desde la primera escena, pero no por las secuencias de terror que estaba esperando desde que tenía nueve años, sino porque sentí que no le estaba haciendo caso a mi mamá. Sí, con 43 años ese temor todavía me asalta de vez en cuando. 

Cuando se acabó la película entendí que mi madre no me dejaba verla porque quería evitar que tuviera pesadillas a media noche, o que hiciera preguntas que no tienen respuesta fácil. El demonio de la maternidad y todos los miedos a los que se enfrenta una mujer antes de parir no es un asunto que pueda explicarse con sencillez a una niña. Tampoco es fácil evitarle el miedo al otro cuando uno mismo lo padece, y en 1988 mi madre sabía que el demonio era real y estaba a punto de llegar a nuestra puerta. 

Basta con una primera vez para que el miedo se instale en el cuerpo y en la memoria para siempre. Jamás olvidaré la madrugada en la que desperté para buscar la sábana que se había caído de la cama y vi una silueta negra con fondo blanco en la puerta de la habitación. Estuve a punto de mearme. El sudor helado recorriendo mi columna vertebral, la respiración agitada y la mandíbula a punto de romperse por la presión me marearon hasta que me dormí de nuevo. 

Al despertar se lo conté a mi abuela. ¿Un hombre? Tan raro, si aquí lo que siempre se ha visto es una mujé, dijo con su acento costeño sin levantar la vista de la máquina de coser. Su respuesta afianzó eternamente mi miedo a la oscuridad y desde entonces soy incapaz de dormir con la puerta del armario abierta. No tiene ningún sentido, lo sé. Nunca más volví a ver a ese hombre sin rostro rodeado de un halo blanco y vaporoso, pero hay temores que se quedan para siempre en el alma y lo único que se puede hacer para vivir con ellos es encerrarlos. 

Dice la psicología que el miedo nos ayuda a sobrevivir, pero una vez superado viene el alivio. Ojalá hubiera sabido eso antes, así no me hubiera perdido de muchas cosas solo por miedo, porque fui una niña muy miedosa. Cuando iba al parque me gustaba lanzarme por el tobogán cien veces seguidas, hasta el día que me tiré boca abajo con los brazos estirados, deslizándome a toda velocidad como si pudiera volar, pero choqué con un niño que emergía de la piscina justo cuando yo llegaba y el totazo fue tan brutal que perdí un diente. Llegué a pensar que nunca más volvería a trepar tan alto. 

No entiendo a las personas que disfrutan con las películas de terror o en la montaña rusa. No puedo comprender cómo pueden disfrutar de esa sensación de vacío en el estómago. Quizá porque cuando nació mi hijo, al despertar de la anestesia el médico me dijo que había tenido que vaciarme las entrañas para salvarme la vida yo pensé que me moría. 

Yo en un columpio tengo que apretar el culo fuertemente porque siento que se me sale el alma. Francamente envidio a todos los que les gusta el bungee jumping, porque yo también quisiera gritar de placer con los brazos abiertos tirándome al abismo, pero lo cierto es que soy de las que necesita tener los pies bien puestos sobre la tierra. Y en realidad, muchas veces lo he lamentado, porque a veces quisiera dejarme arrastrar por el miedo y perder el control. 

Cuando aprendí a conducir y me entregaron el carné, salí con mi familia a dar un paseo por la ciudad. Era jueves santo, lo que quiere decir que no había ni un alma en las calles, pero me sentía tan insegura que acabé estampando el coche contra una pared. No tan fuerte como para considerarlo un accidente, pero sí lo suficientemente duro como para pensar que no volvería a hacerlo nunca más. 

Pero pasaron los años y un día, la persona a la que le debo la liberación de muchos de mis miedos, me dijo que tenía que volver a intentarlo, que tenía que ponerme de nuevo frente al volante y sacudirme el pánico. Fuimos al concesionario a recoger mi coche de segunda mano, automático para que no tuviera que pensar en hacer demasiadas cosas a la vez. Ahora vuelves tú sola hasta la casa, ten cuidado, allá nos vemos, dijo mientras me daba las llaves. 

Me dejó sola con mi miedo y lo odié durante todo el trayecto que hice por la autopista de regreso. Llegué a casa con las manos bañadas en sudor porque no podía permitir que se me saliera el miedo por los ojos. Lo conseguí, y con la práctica me deshice del miedo, tanto así, que a veces me comporto como cualquier taxista. 

Ojalá no hubiera crecido con tantos miedos. Pero siempre tuve temor a hacer el ridículo y por eso no bailaba las coreografías en las fiestas. Yo prefería quedarme en una esquina evadiendo la felicidad. El miedo no me dejó siquiera volarme de la casa. Con 17 años quise plantarle cara al control materno, pero lo más lejos que llegué fue al apartamento de una tía que vivía a unas cuantas calles del barrio donde crecí. 

La experiencia hace que el miedo se vaya disipando con el tiempo. Con el paso de los años algunos temores se convierten en niebla para dar paso a otros más crueles que un fantasma sin nombre. A esos sí que les tengo miedo, porque para mí no hay película de terror más espeluznante que enfrentarme a lo inevitable, a ese momento en el que mi madre ya no estará para evitar mis pesadillas. 

Periodista

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