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El Mono Jojoy: cuando la tradición de los muertos oprime el cerebro de los vivos

El acuerdo de paz con las Farc tiene entre sus finalidades que los rebeldes abandonen sus armas, no sus ideales. ¿Por qué tanto barullo? ¿Dónde está el lío? ¿A qué viene que la senadora Sandra Ramírez en la mañana diga sí al homenaje y por la tarde diga no en las redes sociales?

Imagen de Colin Behrens en Pixabay

Imagen de Colin Behrens en Pixabay

El coche con el motor encendido espera en las afueras del café El Frontón. Es un coche robado. El conductor luce nervioso. En la barra del café dos jóvenes piden bebidas al camarero. Nadie se fija en ellos. No hay razones para sospechar sobre sus intenciones. En una de las mesas del café dos amigos platican animadamente. Son las 11 de la mañana en Tolosa, provincia de Guipúzcoa. Sábado 29 de julio de 2000. Los hombres de la barra se levantan al unísono de sus asientos. Son dos pistoleros de ETA. Van armados. Se dirigen en carrerilla hacía la mesa en la que charlan los dos amigos. Uno de los pistoleros dispara dos veces contra la nuca de uno de los hombres sentados. Cae herido de muerte. Muere horas después. Su nombre es Juan María Jáuregui Apalategui, militante antifranquista que estuvo en prisión por sus vínculos con ETA, luego militó en el Partido Comunista de España durante 16 años, y en el Gobierno de Felipe González fue gobernador civil de Guipúzcoa. Los pistoleros huyen en el coche.

Estuve a punto de suicidarme, me dijo hace pocos días una amiga cuyo padre, militante del Partido Comunista Colombiano, fue asesinado en las calles de Bogotá. Me explicó que su vida carecía de sentido luego de la abrupta muerte de su padre. El descubrimiento de mi embarazo fue lo que me detuvo, me explicó con una voz repartida entre el dolor y la esperanza. La pérdida de una vida se compensaba con el advenimiento de una nueva criatura. 

A Juan María Jáuregui lo asesinó una organización vasca de ideología socialista. Al padre de mi amiga lo asesinó una organización paraestatal colombiana de ideología anticomunista. Dos crímenes de lógica, como explicara Albert Camus en su ensayo El hombre rebelde. Se mata con base a un razonamiento ideológico, a sangre fría, sin pensar en lo que hay detrás de la víctima: una madre, un hijo, una mascota, una familia, una ilusión, una hipoteca, un novio, un jardín, unas amistades. En Los justos, el drama teatral escrito por el mismísimo Camus, un miembro de una organización nihilista que tiene la misión de arrojar una bomba contra el carruaje en que se desplaza un archiduque de la corte del Zar de Rusia, se arrepiente de hacerlo porque en el instante en que va a lanzar el explosivo observa la cara inocente de unos niños que viajan en el coche. La imagen lo hizo desistir. 

En la obra teatral de Camus los personajes discuten sobre la situación. Debaten como revolucionarios:

Sola la bomba es revolucionaria, un verdadero revolucionario no puede amarse a sí mismo, grita Stepan con convicción. He entrado a la revolución porque amo la vida, responde Kaliayev. La organización perdería su influencia y sus poderes si tolerase por un solo momento que los niños fueran aniquilados por las bombas, argumenta Dora. Nada de cuanto pueda servir a nuestra causa está prohibido, replica Stepan. Incluso en la destrucción hay un orden y unos límites, defiende Dora. Incluso los cobardes pueden servir a la revolución, les basta con hallar su puesto, dice el desesperado Voinov. Si la única solución es la muerte no estamos por buen camino, afirma Dora. 

Los protagonistas se dividen entre los que justifican cualquier medio, por infame que sea, con tal de conseguir el fin último, y los que consideran que una lucha despojada de humanidad es un contrasentido. 

¿A qué vienen estas historias y estos libros? Te lo explico, Comején. La cineasta Icíar Bollaín estrenó en el reciente Festival de San Sebastián el filme Maixabel que recrea el asesinato de Juan María Jáuregui Apalategui en el País Vasco, y cómo fue el acercamiento entre prisioneros de ETA con los familiares de las víctimas; es un proceso necesario para cerrar heridas y evitar que el rencor y el odio siga alimentando a una sociedad que necesita pasar página. Lo otro, Comején, tiene que ver con un barullo que armaron los medios colombianos a raíz de un acto realizado por un grupo de ex combatientes de las Farc. Un acto de recordación a Jorge Briceño (Mono Jojoy), el jefe guerrillero abatido en septiembre de 2010. 

En los tiempos en que el Estado libraba una guerra sin paliativos contra las Farc, el Mono Jojoy era odiado por el establecimiento y amado por la guerrilla. Es el orden de la guerra desde los tiempos de Homero y de las batallas bíblicas. El héroe para una parte es el villano para la otra. Y viceversa. Militares que asesinaron a sangre fría a cientos de civiles inermes (falsos positivos) fueron condecorados y aún son tratados como “héroes de la patria” por una parte de los operadores políticos y mediáticos del país. Hace poco un general activo del Ejército de Colombia “lamentó mucho” la muerte de Popeye, el maniático que se autoproclamaba ante los medios y redes sociales como “El general de la mafia”.  

Los ex combatientes de las Farc tienen el derecho de honrar a sus muertos. Antígona desafía al rey Creonte y las leyes de Tebas para redimir a su hermano Polinices, considerado como traidor a la patria.  La ley de Tebas no puede impedir que Antígona ame a su hermano. Ninguna ley o empleado del Gobierno colombiano puede evitar que los ex guerrilleros glorifiquen a quienes los dirigieron durante la guerra. El acuerdo de paz con las Farc tiene entre sus finalidades que los rebeldes abandonen sus armas, no sus ideales. ¿Por qué tanto barullo? ¿Dónde está el lío? ¿A qué viene que la senadora Sandra Ramírez en la mañana diga sí al homenaje y por la tarde diga no en las redes sociales?

Otra cosa, querida Termita, es que los ex combatientes de las Farc comprendan que hay un tiempo para la guerra y otro para la paz. En tiempos de paz hay que fijarse en las víctimas: las propias y las ajenas. El Mono Jojoy tuvo, en la época de guerra, aciertos y desaciertos. Un hombre con limitaciones. Como todos los hombres. Sería bueno que los ex combatientes de las Farc debatieran, ahora que hay tiempo e insumos ideológicos, sobre su pasado y presente. Indagar sobre las grandes equivocaciones estratégicas de las Farc durante los años del alzamiento, en qué momento ocurrieron y quiénes estaban al frente, piloteando. Debatir como lo hacen los personajes de Camus en Los Justos. Sin hagiografías y altares. Poniéndose cada uno en el pellejo del otro.    

Escritor y analista político. Blog: En el puente: a las seis es la cita.

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