El lunes 4 de octubre de 2021, Facebook y sus aplicaciones colapsaron por seis horas que parecieron un apocalipsis para las miles de personas que tienen una adicción al consumo de esta plataforma de comunicación.
En el transcurso de esas horas, que ni siquiera suman una pesada carga laboral, la profesora María Alejandra Parra ni se hubiera enterado de ese apagón, de no ser por la extraña llegada de sus estudiantes a la biblioteca.
– ¿Por qué tienen esa cara? Parece que hubieran llegado de un funeral.
-Profe, no tenemos redes, están caídas.
María Alejandra está acostumbrada a observarlos desde su oficina, cuando huyen del calor de las áreas comunes del colegio en Barranquilla y llegan atraídos por el aire acondicionado. En silencio se sientan en los sillones y cada uno queda hipnotizado y desconectado de su entorno. Como si se tratara de un ejercicio de mayéutica, María Alejandra inicia un diálogo con ellos. Le cuentan que saben que pierden mucho tiempo viendo el celular. Pero, curiosamente no se sienten manipulados.
No tienen ni idea que las plataformas tienen un sistema sofisticado de notificaciones y recompensas que hacen que ellos se mantengan todo el tiempo posible, enganchados, como ludópatas en un casino. No saben tampoco que las redes se nutren de toda la publicidad de la que ellos son presas fáciles, gracias al algoritmo que le sirve contenido a la mesa, como si se tratara de un menú hecho a la medida de sus caprichos.
En el grupo hay una pareja que está en pleno coqueteo, la caída de WhatsApp los dejó en evidencia.
-Coquetear en la biblioteca es muy sexy. Dice María Alejandra en un tono casi imperceptible. La risa rompe el silencio monástico del lugar.
-En mi época no existía nada de esto que ustedes usan. Si a uno le gustaba alguien había que ser valiente y mirarlo a la cara. Después coqueteábamos en el MSN, que también tenía algo muy sensorial cuando uno quería llamar la atención: el zumbido. En clase, cuando ustedes están distraídos, quisiera captar su atención enviándoles ráfagas de zumbidos.
Al final nunca llegó la pregunta que tanto deseaba escuchar María Alejandra: ¿Por qué usted no tiene redes sociales?
La profesión más parecida a Google
María Alejandra Parra creció rodeada de libros porque su mamá es bibliotecóloga. Dice que esa misma carrera la escogió a ella y experimentó un amor a segunda vista.
Desde los 19 años empezó a trabajar en este arte que no consiste en poner libros en una estantería.
“Yo no sé de nada, pero se dónde está todo”. Esa frase aparenta ser sencilla, pero esconde toda la filosofía que encierra el oficio. Saber depurar la información y satisfacer la necesidad de conocimiento.
Su personalidad no tiene ningún rasgo narcisista, eso explica que no haya caído en los tentáculos de Facebook ni Instagram. Ella no se esfuerza en agradar a los demás.
Conoce todas las redes sociales, no consume ninguna, pero las define fácilmente:
Twitter: Odios.
Facebook: Manipulación.
Instagram: Vanidad.
No tiene redes porque le parece patético fisgonear la vida personal de los demás, no le gusta que le impongan la información y no quiere ser un peón en el juego que impulsa Facebook en cada elección importante.
Además, se blindó de coqueteos y burlas en un trabajo tan difícil como el de educar.
Sin tener un perfil lleno de contactos del colegio o la universidad donde haya dictado clases mantiene relaciones estrechas con estudiantes dentro y fuera del aula. Los alumnos y alumnas, siempre la invitan a sus fiestas de graduación y a fechas importantes como los quinceañeros.
¿Cómo logra eso dictando una clase tan “aburrida” como la de Metodología de la Investigación?
Con una forma de enseñar muy distinta a la que le dieron a toda su generación.
Enseña desde el error e incentiva a los estudiantes a buscar el sentido de lo que aprenden, en la posible aplicación de todo ese conocimiento para la vida.
Es una excelente maestra, de las pocas que logran que sus estudiantes se enamoren de la clase que dicta. Su método no lo aprendió en las universidades donde se tituló de pregrado y maestría, lo aprendió hace muchos años en su entorno familiar.
Su sobrino muy pequeño estaba contemplando un árbol y le preguntó:
-¿Por qué a los árboles se le caen las hojas?
Su tía le ve la cara de cansancio y antes que le de tiempo de responder le dijo en voz alta:
-No le digas: Porque sí. Cuéntale una historia.