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No pasará otra marcha sobre Roma

El asalto a la sede del sindicado ha representado una línea roja para muchos, provocando una condena casi unánime de la violencia entre las fuerzas políticas y provocando un llamado a ilegalizar los grupos neofascistas como establece la Constitución del país.

Fascismo.

Fascismo. Imagen del portal Economía

Hace cien años, en septiembre de 1921, unos miles de seguidores de Benito Mussolini, por primera vez estrenando camisa negra, salieron de las ciudades de Bolonia y Ferrara dirigiéndose hacia Rávena para celebrar los seiscientos años de la muerte de Dante Alighieri. En Lugo, el pueblo donde nací, las dos columnas se unieron y siguieron hacia Rávena acompañadas por los padres del aviador Francesco Baracca, mi conciudadano, supuesto héroe de la Primera Guerra Mundial y después de su muerte idealizados por el régimen fascista como ejemplar defensor de la patria. 

Llegados a Rávena los fascistas ocuparon la ciudad por varios días y asaltaron los locales de la organización de los trabajadores, persiguieron a varios sindicalistas y otras figuras críticas con el movimiento fascista. Un mes después se fundó oficialmente el Partido Nacional Fascista y la marcha sobre Rávena representó un antes y un después del escuadrismo, además de la prueba general antes de la más famosa marcha sobre Roma del año siguiente.

En la manifestación de la semana pasada en Roma contra el green pass obligatorio, y que acabó con violentos enfrentamientos en las calles, las organizaciones neofascistas italianas intentaron ocultarse detrás del variado movimiento no-vax y, así como los fascistas de hace cien años, tenían un objetivo claro: dar un paso adelante en la protesta violenta y hacer tambalear el gobierno.

En una escalofriante coincidencia con los eventos de hace cien años, los líderes del principal movimiento neofascista italiano, Fuerza Nueva, dirigieron la turba hacia el saqueo de la sede del principal sindicato italiano, la CGIL. Lo más preocupante es que su objetivo era inicialmente el palacio del gobierno, en el intento de copiar el modelo Trump y sus seguidores cuando asaltaron el Capitolio en Washington al principio del año.

El asalto a la sede del sindicado ha representado una línea roja para muchos, provocando una condena casi unánime de la violencia entre las fuerzas políticas y provocando un llamado a ilegalizar los grupos neofascistas como establece la Constitución del país. Resulta sorprendente escuchar de repente el llamado a la ilegalización de estos grupos que conviven desde hace varias décadas tanto con la derecha parlamentaria, así como nutriéndose del sustrato fascista aún presente en la sociedad italiana. 

Estos mismos son precisamente los dos puntos que hay que tener en cuenta en caso de que siga adelante el proceso de ilegalización. Por un lado, la propuesta de ilegalización no ha sido respaldada por la derecha parlamentaria representada por los partidos de la Liga Norte y de Hermanos de Italia. Sobre todo, por la profunda afinidad ideológica a las ideas del fascismo de sus líderes actuales. La líder de Hermanos de Italia se encontraba de hecho en Madrid al momento del ataque a la sede del sindicato, participando en el mitin de la ultraderecha de Vox, los herederos del más rancio franquismo ibérico. Por otro lado, décadas de tolerancia hacia estos grupos han permitido a toda una galaxia neofascista alrededor de la derecha parlamentaria de llenar periódicos, televisiones, redes sociales y plazas con sus proclamas nacionalistas, racistas, antisemitas y antimigrantes.

Eliminar institucionalmente la extrema derecha neofascista es seguramente un paso importante para Italia. Pero el sustrato del fascismo existente en Italia no se irá por decreto gubernamental. De la misma forma, en mi pueblo seguirá habiendo una enorme estatua de un aviador de casi seis metros, apoyada sobre un mármol blanco de casi mil metros cuadrados, y estrenada por cientos de fascistas en camisa negra hace casi noventa años. Aunque sea una obra arquitectónica invasiva que celebra un supuesto héroe de guerra instrumentalizado por el fascismo, tampoco creo que haga falta remover uno de los orgullos de un pequeño pueblo italiano. Yo hasta tengo una pequeña réplica en miniatura en la estantería y no puedo negar que le tengo cierto cariño. Me recuerda de dónde vengo, los ideales de la resistencia y es una constante advertencia sobre el peligro de un retorno del fascismo. Ojalá no se vuelva para otros el símbolo de un fascismo que en Italia nunca fue erradicado definitivamente.

Profesor, periodista e investigador independiente. Ha enseñado en varias universidades de Colombia y España y ha trabajado como corresponsal desde Líbano y Egipto. Es autor de “Los Condenados del Aire – El viaje a la utopía de los aeropiratas del Caribe” (Icono, 2020).

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