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De cómo la salsa se cocinó en el caldero neoyorkino

La pertinencia de la palabra salsa ha sido puesta en duda desde un principio tanto por músicos latinos veteranos, a quienes les parecía absurda porque no designaba un ritmo particular, como por cubanos que la consideraban, de cierta forma, un robo de su herencia cultural.

Imagen de breakreate en Unsplash

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La salsa es una música conocida internacionalmente y, sin embargo, hay mucha confusión al respecto, incluso para personas que han crecido escuchándola y bailándola. La salsa no es un género musical claramente definido y delimitado y tiene mucho que ver con la música cubana. Sin embargo, cuenta con características propias muy relevantes y que van más allá de la cuestión musical. Porque la salsa no es sólo una música alegre y bailable, es también un movimiento cultural que surge en un lugar y en una época precisos, es una música poderosa que alcanzó niveles de excelencia y tuvo su edad de oro. La idea de este pequeño artículo es reflexionar, de manera subjetiva, sobre el contexto en que surge la salsa en la Nueva York de finales de los sesenta y principios de los setenta.  

Hasta los años sesenta, la música latina de Nueva York tenía una relación directa y estrecha con Cuba. El repertorio que se tocaba era ampliamente cubano y los ritmos de moda en la isla (mambo, chachachá, pachanga…) viajaban a la gran manzana de manera natural. Grandes orquestas, como las de Machito, Tito Rodríguez y Tito Puente, llevaban la batuta y deleitaban a los bailadores en grandes clubes, como el legendario Palladium. Sin embargo, la ruptura de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, consecuente al nuevo régimen comunista que se instala en la isla, hace que la fuente cubana se seque. En los años siguientes, las big bands empiezan a decaer y ya no se toca música latina en los grandes clubes. El cierre del Palladium marca el fin de una era.   

Las nuevas bandas que emergen en la segunda mitad de los sesenta tienen la forma de conjuntos reducidos (piano, bajo, congas, bongos, timbales, trombones y trompetas) y se lanzan en pequeños clubes. La música que tocan suena mucho menos sofisticada que las de sus antecesores y puede incorporar elementos de otros géneros musicales. Hasta se cantan algunos temas en inglés (sobre todo los de boogaloo). Esas bandas están conformadas por una nueva generación de músicos, la mayoría latinos (en particular puertorriqueños) que nacieron o se criaron en Nueva York. En otros términos, jóvenes que tienen una doble cultura y cuya realidad es la dureza del barrio. Estos jóvenes escuchan música afrocaribeña, pero también músicas emergentes y juveniles como el rock y el funk. No quieren repetir la música latina de antes, la de sus papás, considerada como demasiado suave, blanda, “elegante”, lo que necesitan es tocar una música mucho más directa, dura, enérgica y callejera.   

De alguna manera, se puede decir que esas nuevas bandas tienen una actitud “punk”. No dudan en lanzarse siendo muy jóvenes y sin mucha formación musical. Lo rudimentario de su música pasa a un segundo plano, porque lo que sobresale es la energía, la fuerza, la rebelión de lo que tocan con sentimiento de urgencia. Ahí juega un papel muy importante el uso del trombón, adoptado por la mayoría de las bandas y que permite caracterizar un sonido más callejero, propiamente neoyorkino. La radicalidad de esta nueva propuesta musical también tiene que ver con el contexto político y social tenso que vive Estados Unidos en ese momento con la guerra del Vietnam, los asesinatos de Malcolm X y Martin Luther King, o el accionar de los Black Panthers y los Young Lords.   

Todo esto se refleja en las letras de las canciones y en la imagen que adoptan los músicos. Se canta la vida del barrio, la dureza de la “selva de cemento”, las discriminaciones que sufren los latinos, y también la nostalgia por un Puerto Rico idealizado. La rebeldía también se expresa en la actitud, el aspecto físico y las carátulas de los discos. Todo lo anterior se puede observar en los primeros discos de la banda del joven Willie Colón. Su primer disco, “El malo”, se publica cuando tiene apenas 17 años, y a pesar de una técnica musical más bien básica (en un principio Héctor Lavoe dudó en participar en la grabación porque consideraba que la banda no sonaba muy bien), se siente el aroma de calle, la potencia de los trombones y la imagen de “duro del barrio”. Se puede decir que estos discos marcaron la pauta para numerosas bandas que aparecieron luego.    

La segunda mitad de los años sesenta aparece entonces como un momento de transición y de modernización, donde emergen las características fundamentales de lo que se nombra pocos años después, a principios de los setenta, como salsa, cuando desaparece el boogaloo y se impone el reino del imperio de la Fania. El concierto de las Fania All Stars del 26 de agosto de 1971 en el Club Cheetah, en el que son protagonistas los músicos y cantantes estrellas del sello discográfico, es justamente considerado simbólicamente como el “nacimiento” de la salsa. La película Our latin thing, que sale al año siguiente y que presenta la captación de ese concierto, así como escenas de la vida en el barrio, puede ser considerada como una muestra perfecta del estilo y del espíritu de la salsa.  

La pertinencia de la palabra salsa ha sido puesta en duda desde un principio tanto por músicos latinos veteranos, a quienes les parecía absurda porque no designaba un ritmo particular, como por cubanos que la consideraban, de cierta forma, un robo de su herencia cultural. Es famosa la réplica de Tito Puente diciendo que para él la salsa es lo que pone en sus espaguetis. Si bien es indiscutible que musicalmente la salsa tiene muchísimo que ver con la música cubana, en particular el son y el guaguancó, el uso de la palabra salsa para designar la música latina tocada en Nueva York durante la década de los setenta sí tiene sentido. Primero que todo, este término evoca la noción importante de mezcla. Mezcla de ritmos cubanos y otros como la bomba, la plena, el merengue. Mezcla con el jazz (como fuente de inspiración y fuente de músicos) y mezcla de nacionalidades donde los cubanos son minoritarios y los “gringos” juegan un papel importante. 

El hecho de agrupar toda esa música bajo un mismo término, una misma etiqueta, permite además darle una mejor exposición y desarrollar su potencial comercial. Cosa que entiende perfectamente la Fania, que sabrá explotarlo a su beneficio y para su proyección internacional. Así la salsa permite a la vez designar la música de los latinos, como el soul y el funk pueden designar la música de los afroamericanos, y abrirse nuevos mercados por fuera de Estados Unidos. Musicalmente, si bien es cierto que la salsa ha usado numerosos temas del repertorio cubano, no se puede negar que en la mayoría de los casos estos temas suenan distinto de los originales, porque tienen arreglos más agresivos, un sonido más urbano o una orquestación diferente. De hecho, es interesante anotar que muchos músicos cubanos no tocan exactamente de la misma manera una vez instalados en Nueva York. Tampoco se puede negar la calidad y la cantidad de composiciones originales dentro de la salsa. 

Este pequeño recorrido histórico permite ver como la salsa nace como un movimiento musical y cultural localizado inspirado por la tradición, pero profundamente marcado por su entorno y su época. Un movimiento que permite unir y enorgullecer a una comunidad, y al mismo tiempo logra seducir más allá. Una música que tuvo sus años dorados hace un buen rato, pero que no dejará nunca de hacernos gozar.    

Diplomado en Sociología y Filosofía Política. Ex Coordinador Colombia en Amnistía Internacional Francia. Ex Miembro del equipo editorial del portal de opinión y análisis político "Palabras al Margen".

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