El día en que Erik Arellana iba a conocer a Dios se hizo poeta. Fue el 30 de agosto de 1987, cuando celebraba la primera comunión junto a su prima Andrea. Tenía doce años y estaba tan feliz como puede estar cualquier niño que espera con ilusión entrar en el reino de los cielos.
Cuando la fiesta llegaba a su fin, Nydia Erika Bautista, la madre de Erik, fue detenida por hombres armados inscritos en la Brigada XX del Ejército de Colombia, según consta en la eterna investigación. Nydia Erika nunca volvió. Su cuerpo fue encontrado tiempo después con señales de tortura y vejación y, a pesar de las pruebas que certifican la responsabilidad de agentes del Estado en el crimen, su muerte continúa impune.
Desde entonces Erik, también conocido como Chico Bauti, escribe poemas dedicados a su madre, y como homenaje a las más de 80.000 personas dadas por desaparecidas en Colombia, pero, sobre todo, escribe para hacer visible lo invisible.
No sé si él lo sabe, pero yo creo que con sus palabras ha conseguido avergonzar a ese Dios al que no pudo conocer; y que poco se deja ver en un país donde cada día hay que inventarse “una nueva manera de fecundar los espacios que habitamos, los silencios en los que la arena se divierte borrando nuestras huellas”.
Chico, el poeta, documentalista, fotógrafo y periodista ha publicado en Colombia una trilogía compuesta por Tránsitos de un hijo al Alba, Transeúntes y Migrantes, Travesía de la primavera y el libro de relatos Memorias vividas en Cuadernos de viaje.
Ahora publica el álbum Justicia poética, de Chico Bauti & Dhangsha, “una obra de poesía política intransigente combinada con electrónica experimental”. Poesía comprometida con la vida, mezclada con los “sonidos alienígenas” de Dhangsha, el músico al que no le hace falta hablar bien el español para trabajar con Bauti, porque nada más conocerlo pudo “sentir la militancia y la urgencia de su mensaje, porque esos sentimientos no requieren traducción”.
Con Justicia poética Erik da rienda suelta al torrente de voz que sale de su cuerpo sin que nada pueda detener la fuerza con la que declama su poesía. Él recita desde el dolor, apoyándose en la tragedia compartida con otros hijos e hijas del conflicto que luchan cada día por la justicia, convirtiendo el silencio en un grito eterno de dignidad.
En este trabajo las palabras de Bauti se mezclan con la música de Dhangsha “que está nutrida por todo lo que es feo en el mundo e inspirada por todo lo que es hermoso: la voluntad de las personas de luchar entre sí en situaciones de adversidad abrumadora y su capacidad para innovar nuevas formas de lucha”.
Este sábado 6 de noviembre se estrena Justicia poética, y aquí va una invitación para que escuchen a Chico Bauti y se dejen abrazar por la fuerza de sus palabras. Gracias a su obra, siempre intrépida, irreverente y ruidosa, cargada de sonidos poco convencionales, nuestros muertos nunca quedarán en el olvido. Gracias, hermano.