Me nacieron en el seno de un hogar comunista. Me nacieron porque no es este acto, nacer, un acto voluntario personal e individual, sino que depende, al menos hasta ahora, de la voluntad y el accionar de otras dos personas. Ya que sea en un hogar comunista es aún más involuntario, si cabe, que el que te nazcan biológicamente. El hogar comunista que me tocó en suerte, en buena suerte y gracias a Dios si me lo permiten, era un hogar comunista orgánico, donde había una división clara del trabajo y de la militancia, padre militante, afiliado, orgánico y clandestino comunista, y madre que del cristianismo evolucionó hacía posiciones marxistas y de Partido. Esta última participaba en el trabajo más “abierto” o “legal”, por orientaciones del Partido, y porque no decirlo, del padre, que era en mayor o menor medida un destacado dirigente del Partido en la zona. Mi madre no se afilió oficialmente hasta un año antes de la muerte del dictador.
Corrían los sesenta cuando vi la luz de este mundo en dicha familia. Coincide también que dicha familia residía en una de las regiones más obrera de la península ibérica, junto al País Vasco y Cataluña. Así pues nacido y criado en familia del Partido Comunista de España (PCE), todavía con el dictador causando terror, en una zona obrera y de mineros que traían una larga tradición de lucha.
Antes de mi nacimiento, 56 años antes, el 14 de Noviembre de 1921, nace en Madrid el PCE, cuyo origen se encontraría en una escisión del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y de sus juventudes que, influenciados por la Revolución Rusa, adoptaron las tesis de Lenin y de la Internacional Comunista. Es un Partido formado por obreros, campesinos, jóvenes, estudiantes, intelectuales y algunas destacadas mujeres. En el lugar en que nací la presencia campesina era prácticamente inexistente, pues no era esta zona labriega, sino minera e industrial. En cambio, si se fueron acercando al PCE otros sectores provenientes de la burguesía que renunciando a sus privilegios de clase, aunque usándolos hábilmente para el trabajo clandestino, se integraron en el PCE o en sus pantallas legales. Esta burguesía comunista fue clave en el buen hacer y en la historia del Partido. A estas personas las habían nacido en senos burgueses, no había sido su elección. Si fue su elección en cambio, su vinculación no solo al Partido, sino a la ideología que buscaba la implantación del socialismo como una vía de transito hacía el comunismo, amen de la lucha por la democracia plena y contra todas las formas de explotación capitalista.
Recuerdo que esta elección fue muy dolorosa para algunas personas que alcancé a conocer, porque implicaba para ellos rupturas familiares. Recuerdo también que en el Partido se luchaba codo con codo con cristianos laicos y seglares que provenían de distintas clases sociales.
En mi memoria de niño están grabadas las reuniones clandestinas que tenían lugar en la casa donde vivíamos de alquiler. Reuniones envueltas en el humo de los cigarrillos Ducados y Goya. En aquellos tiempos el humo del cigarrillo no parecía importar, ni se pensaba en los daños a la salud. El cigarrillo estaba ligado a la militancia comunista. El humo del cigarrillo parecía ayudar a los debates. Debates sobre qué tipo de democracia se quería, sobre la convocatoria a una huelga general, sobre marxismo, sobre la solidaridad con los mineros. Eran tiempos de debates acalorados.
Cuando las reuniones reuniones terminaban los ateos se iban para sus casas o se quedaban en alguna de las habitaciones de nuestra casa a escachar la radio de otros países, mientras que un cura amigo se juntaba con los cristianos para celebrar una misa. Una ceremonia religiosa yo observaba atónito, puesto que en nada se parecían a las que yo asistía los domingos grises y lluviosos. Yo, mis hermanas y hermanos éramos llevados a misa por nuestros abuelos. Mis padres querían que nuestra familia se mantuviera cohesionada y con una visión amplia del mundo. Recuerdo que a mí, con la inocencia propia de la edad, ponía oreja a todo lo que se hablaba y me parecía que los cristianos cercanos al Partido eran mucho más radicales y extremistas que los intelectuales marxistas y los obreros que hacían gala de su carácter ateo.
En aquel momento de la dictadura el PCE ya había renunciado a la vía armada para derrocarla, pero abrazaba las tesis de Lenin de integrar y usar todas las formas de lucha -exceptuando las armas- y aprovechaba cualquier resquicio legal actuar. Fue la época en la que se crearon los llamados gremios y clubes. En Asturias surgieron el Club de Amigos de Mieres y el Club Cultural de Oviedo, donde se realizaban tertulias y conferencias. Entre los intelectuales asturianos del PCE se destacaban David Ruiz, Gustavo Bueno y otros cuyos nombres se me escapan. Juan Muñiz Zapico, Gerardo Iglesias, Horacio Fernandez Iguanzo eran algunos de los lideres mineros y obreros que más sonaban entre el pueblo asturiano. El mítico Marcelino Camacho arribaba a la región en la más absoluta clandestinidad. Era una atmósfera caliente a pesar del frio y la nieve. Gente iba y salía de los locales atiborrados y plenos de humo. Siempre humo.
De niño tuve la oportunidad de conocer a personalidades que hicieron historia en el Partido. Algunas en mi casa y en casas de otros. Todo ocurría en la clandestinidad. A otros los conocí más adelante cuando el PCE fue legalizado. Es mi deber nombrarlos a riesgo de olvidar a alguno de ellos.
Nombraré a Juan Muñiz Zapico, minero, sindicalista, simpático , juguetón con los niños. Muñiz Zapico sobrevivió a la cárcel y la tortura, pero no a un accidente de tráfico en 1977. Su muerte prematura supuso un golpe durísimo para el Partido y la lucha obrera. Recuerdo como si fuera hoy las lágrimas de mis padres al conocer la noticia y el sepelio multitudinario celebrado. Recuerdo a Horacio Fernandez Iguanzo, apodado “el Paisano”. A los cantantes Victor Manuel y Ana Belen, vinculados al Partido, A Laso, enciclopedia andante del marxismo y guardián de las esencias del Partido. Al fotógrafo Nebot, cercano y cariñoso, que militaba en una célula de Oviedo. A David Ruiz, historiador e intelectual del Partido. Al “Polesu”, ejemplo del marxista cristiano comprometido con la causa de los explotados. A Santiago Carrillo, vecino de Gijón, a Dolores Ibarruri, Gerardo Iglesias, Julio Anguita y un largo etcétera.
De aquella época no olvido las llamadas telefónicas a mi casa, a cualquier hora del día o la noche, amenazándonos de muerte o “prometiéndonos” un artefacto explosivo debajo del coche familiar. Hoy reconozco la valentía de mi madre que cada vez que íbamos a coger el coche llamaba a la policía para que fueran a examinarlo por arriba y por abajo. Mis hermanas y yo esperábamos en casa mientras la policía terminaba su trabajo.
No olvido la vez que llegaron a casa dos policías de la secreta preguntando por mi padre. Él, por fortuna, había huido a Francia gracias al chivatazo de un amigo de la familia que se movía en los círculos del poder local. Muchos camaradas que militaban con mis padres fueron torturados hasta la muerte sin delatar a nadie. Otros se exiliaron para evitar la muerte.
Hoy día me encuentro alejado del PCE, al menos en lo orgánico, me dedico a otras cosas y por circunstancias y evolución personal me siento más cercano con otras opciones de izquierda. Este alejamiento tiene que ver con factores que bajo mi punto de vista el PCE no llegó a comprender, aceptar y en otros casos o se equivocó.
La historia del PCE tiene sus luces y sombras, como toda organización humana, pero tengo clavado en mi memoria cinco palabras que siempre escuchaba en casa: Democracia, Libertad, Amnistía, Socialismo y Solidaridad. Para mí el PCE es esto. La lucha por la consecución de esos cinco objetivos hizo que millares de comunistas españoles, dentro y fuera del país, se jugaran hasta la vida misma. El dictador y sus esbirros no perdonaban. Cuando cayó la dictadura otros partidos que se dicen de izquierdas se quedaron con los réditos e intentaron ningunear y hacer una democracia sin el PCE.
Me van a permitir, queridos Comejenes, que me atreva a personalizar aún más esta cuestión del centenario del PCE y lo que significó en personas que vivimos la niñez en hogares comunistas. Platicando con mis hermanos, hermanas, amigos de nuestra generación y con personas alejadas hoy de la política, coincidimos en que gracias al PCE pudimos formarnos como individuos críticos, cosmopolitas, preocupados por los problemas del mundo. El PCE fue el partido clave, más que ningún otro, para el Estado español recobrara las libertades.
A los 100 años del PCE, siento orgullo -de clase- de haber pertenecido a una saga familiar íntegramente comunista que lo dio todo por derrocar la dictadura de Franco. El PCE merece seguir existiendo con sus aciertos y errores.
Gracias Camaradas. Feliz Aniversario.
Este testimonio fue redactado por un amigo y lector de EL COMEJÉN, residente en Asturias.