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Europa: ¿Campo de batalla de las grandes potencias?

Los medios occidentales renuevan sus viejos arsenales contra el imperio del mal, identifican a Putin con la tradicional autocracia rusa y los intelectuales del sistema le ponen música a una mala letra.

Europa en guerra

Imagen de TheAndrasBarta en Pixabay

Para Jean Pierre Chevènement

Noticias inquietantes. Son muchas y andan sueltas. Parecería que tienen vida propia y siempre desconectadas de las demás. Las coyunturas históricas las unifican y les dan sentido: a) el fiasco de la Cumbre de Glasgow; b) el potente retorno de la energía nuclear; c) el agravamiento de los problemas migratorios; d) el conflicto Polonia/Bielorrusia; e) el anuncio de la llamada «brújula estratégica» de la política de defensa de la UE. Cada dato exigiría grandes explicaciones y análisis pormenorizados. ¿Qué les da sentido? Que el mundo, mejor dicho, las relaciones de poder global se están modificando, que la decadencia del imperio americano y la emergencia de China están generando una dinámica histórico social que unifica procesos, que pone en crisis la globalización tal como la hemos conocido e impone cambios geopolíticos de enorme magnitud.

El fiasco de la cumbre de Glasgow. A estas alturas sabemos que las enormes expectativas creadas no se van a cumplir. Hablo de fiasco y no de fracaso porque no había razones objetivas para pensar que las grandes potencias se pusieran de acuerdo en un tema como este. El (neo)liberalismo ecologista, más o menos progresista, da para lo que da y, desde luego, nunca estará a la altura de los desafíos de un futuro que se está organizando en el presente. La durísima competencia político-militar que vive el sistema-mundo tiene en su centro la lucha por unos recursos naturales escasos y cada vez más caros. Desligar debate ecológico social de los problemas reales del poder lleva a la frustración, cuando no a la melancolía.

El potente retorno de la energía nuclear. En la política real los debates nunca se cierran. Muchos, ingenuamente, pensábamos que este problema estaba en vías de solución. No es así: Gran Bretaña primero, después Francia y ahora claramente China apuestan por la energía nuclear y algunas importantes instituciones como la UE están discutiendo su posible (re)clasificación como renovables. Sibilinamente se indica que la matriz energética del futuro será plural hasta el punto de que centrales de carbón que se iban a cerrar tendrán que seguir abiertas y, lo más significativo, que será necesario volver a poner en funcionamiento alguna de las ya clausuradas. Solo Alemania parece firmemente decidida a oponerse a estas posiciones con el apoyo de algunos países como España. No hace falta ser especialmente mal pensado para relacionar renovación y modernización de los arsenales nucleares con el plutonio como subproducto y combustible de las centrales de ciclo cerrado que tienen a Francia como gran productora.

El agravamiento de los problemas migratorios. Los hechos son tozudos: la emigración es para la Unión Europea un problema esencialmente geopolítico y, derivadamente, militar y de seguridad. Podemos seguir engañando y engañándonos, pero basta ahondar un poco en la realidad para tomar nota de que la política de la UE para África, en lo fundamental, es preventiva de la emigración, con una «defensa adelantada» establecida en el Sahel y con Marruecos como Estado-muro; cosa, dicho sea de paso, que periódicamente nos recuerda el país alauita con el uso del emigrante como arma de negociación política y económica. Todavía recordamos los debates contra el ministro Salvini y la Liga Norte. Se habló de crear un cordón sanitario que impidiera gobernar con él en Italia porque los derechos humanos y la democracia estaban en peligro. Eso se decía con la pose de los momentos heroicos Poco más de dos años después, todo ha cambiado. El país transalpino está gobernado por una coalición de todas las fuerzas políticas (incluido el partido de Salvini) y presidido por el nuevo césar, Mario Draghi. Solo Fratelli d’Italia ha quedado fuera. Sí, ha cambiado todo menos la política migratoria. Ahora todo se hace al modo europeo, es decir, fuera del debate público, en silencio y con la máxima reserva.

El conflicto Polonia/Bielorrusia. Se veía venir y llegó. Parece que Bielorrusia está decidida a hacer del conflicto migratorio un problema político. Se tiende a olvidar que el origen de estos desplazamientos en su mayoría están relacionados con intervenciones militares de la OTAN, de EEUU, de Francia, de Gran Bretaña… que han devastado países como Libia, Irak, Siria y que han provocado la salida de centenares de miles de refugiados que buscan desesperadamente emigrar a un lugar seguro, especialmente a Alemania. Las acusaciones de la UE contra el presidente Lukashenko son muy duras y lo están convirtiendo en una amenaza militar. Polonia va aún más lejos y habla de la larga mano de Moscú, exige solidaridad del resto de la Unión y un refuerzo de la OTAN en la zona.

La brújula estratégica europea. La Comisión Von Der Leyen quiso ser conocida por su carácter esencialmente geopolítico. El objetivo era resituar a la Unión Europea en un mundo que cambiaba aceleradamente, volviendo a definir alianzas, intereses y valores. Josep Borrell se ha convertido en el gran portavoz de estas aspiraciones como alto representante de Exteriores y de Defensa. El dato central es la presentación del borrador-documento llamado «Brújula Estratégica» (Strategic Compass) que será discutido por todos los gobiernos y previsiblemente aprobado durante la presidencia francesa. La brújula tiene el mismo papel que el llamado «concepto estratégico» en la OTAN, es decir, definirá la situación internacional, riesgos y problemas básicos, y propondrá una estrategia integrada según los intereses de la UE.

El debate de fondo es qué entender por «autonomía estratégica de la UE». El término, como es conocido, deriva de propuestas francesas que posteriormente fueron acogidas por varios Consejos Europeos y concretadas en el documento «Una visión común, una actuación conjunta: una Europa más fuerte» elaborado por la comisaria Mogherini en el 2016. La discusión es densa; los límites difusos y las consecuencias no quedan demasiado claras. Siempre que se habla de autonomía europea se dice, a renglón seguido, que esta es compatible con la OTAN, complementaria de ella y siempre dirigida a asegurar la común defensa de Occidente. No es este el lugar para profundizar el análisis, solo para indicar que, a mi juicio, la autonomía, en el fondo, lo que pretende es (re)negociar el tipo de alianza con EEUU. ¿Por qué? En primer lugar, por la evidencia de que EEUU tiene nuevas y determinantes prioridades centradas en Asia, que quiere ejercerlas más allá de la OTAN y de la UE. La Administración norteamericana está definiendo una división del trabajo flexible en el tablero mundial donde ellos dirigirían directamente todo la referente al teatro de operaciones indo-asiáticas y la OTAN tendría la responsabilidad de enfrentarse a Rusia. El tratado AUKUS (Australia, Gran Bretaña y EEUU) es justamente la plasmación de esa política. Francia ha sido humillada una vez más más, en una zona donde tiene viejos intereses y, esa era la apuesta de Macron, plataforma idónea para proyectar influencia y poder. En segundo lugar, por la sospecha –bien fundada- de que EEUU en los momentos decisivos privilegia exclusivamente sus intereses, sin tener en cuenta las aspiraciones y demandas de sus aliados, especialmente los de la Unión Europea. Dicho de otro modo, tanto Trump como Biden quieren una UE subalterna y sin capacidad de decisión en el tipo de relaciones internacionales que se definirán en el futuro. Hay un tercer elemento, el desprestigio del liderazgo de EEUU y la necesidad de aparecer con personalidad más definida ante tanto desprecio y humillación.

El conflicto ucraniano va a situar muy pronto las cosas en su lugar. Por lo pronto, una operación clásica de guerra psicológica puesta en marcha por presidente Zelenski que pone fechas a supuestos golpes de Estado, acusando directamente a Rusia de estar por detrás y por delante. Días después, se pone fecha de nuevo (finales de enero) a la inevitable invasión de Rusia. La OTAN habla claramente de agresión y la diplomacia moscovita insiste en que se está llegando a un nivel que pone en peligro la paz en la zona. Como siempre, los medios occidentales renuevan sus viejos arsenales contra el imperio del mal, identifican a Putin con la tradicional autocracia rusa y los intelectuales del sistema le ponen música a una mala letra, obviando las consecuencias devastadoras de un conflicto armado en esa zona vital de Europa.

Confundir análisis con propaganda es siempre negativo; cuando se trata de política internacional, mucho más. En estos debates se suele partir de los intereses estratégicos y geopolíticos propios negando al otro (en este caso Rusia) los suyos y su legitimidad. No olvidemos que el Estado ucraniano dispone de unas fuerzas armadas especialmente potentes, profundamente modernizadas por la OTAN y por los EEUU, y guiado por un nacionalismo ferozmente anti ruso. Se puede llegar a una situación en la que se pierda el control fácilmente.

La diplomacia rusa es de las más capaces y sabias del mundo. Han tenido grandes experiencias y han vivido también grandes derrotas. Nadie duda de que tienen una visión realista de la situación y que saben que la ocupación de Ucrania es posible militarmente pero políticamente podría tener consecuencias muy negativas para Rusia. Los tratados de Minsk eran un buen punto de partida. Se puede hacer demagogia hasta caer en la estupidez. ¿Es realista creer que Rusia iba a perder Crimea y Sebastopol simplemente porque lo decidiera un gobierno nacionalista ucraniano? ¿Alguien cree que Moscú iba a dejar a su consistente minoría rusa en manos de un gobierno que ha hecho de la rusofobia el elemento fundamental de su política interna y externa? Por estas cosas Rusia iría e irá a la guerra. Los que deben saberlo lo saben.

Aquí la falta de memoria termina siendo una amnesia programada. Recordar a Gorbachov y su propuesta de «Casa Común Europea» es tomar nota de algo más que una ocasión perdida. El núcleo dirigente ruso -del que formó parte Putin- tenía el sueño de que el fin de la URSS creaba las condiciones para unas nuevas relaciones basadas en la paz, la colaboración económica y el desarrollo de políticas comunes a todos los niveles. La respuesta de Occidente, firmemente guiada por los EEUU, fue «explotar la victoria», aprovecharse de la debilidad de Rusia para ampliar y reforzar sustancialmente la OTAN. La UE y EEUU, en estrecha alianza, fueron aún más lejos: desestabilizar a los gobiernos de las antiguas repúblicas soviéticas que tuviesen buenas relaciones con Moscú. Se volvió de nuevo a la tradicional política de contención, aislamiento y sitio de una Rusia en crisis permanente. Algunos siguen soñando con cuartearla, romperla en pedazos. El concepto de «guerra híbrida» tiene que ver con las experiencias político-militares comunes de lo que se llamó «revoluciones de colores», ampliamente auspiciadas y organizadas por Occidente.

La construcción del «enemigo» exige presentarlo no solo como feroz sino especialmente fuerte y potente. La realidad es siempre más compleja y menos evidente. El producto interior bruto de Rusia es menor que el de Alemania y su gasto militar es importante, pero nada comparable con el presupuesto de la OTAN o de EEUU o el de los Estados europeos en su conjunto. Según los datos del SIPRI de 2020, el país con el gasto militar más elevado fue EEUU: 778 mil millones de dólares. El segundo fue China con 252, es decir, es decir, tres veces menor. El tercero fue la India con 72. Rusia aparece en cuarto lugar 61. Fuentes de la OTAN informan que los Estados que la componen gastaron en el 2020 la cifra de 1’03 billones de dólares, más de la mitad del gasto militar total del planeta. Los países europeos perteneciente a la OTAN gastaron tres veces más en defensa que Rusia. Podíamos seguir.

La superioridad estratégica (económica-militar-operativa) de EEUU y de la OTAN es difícil de negar. ¿Qué hay detrás? Algo conocido y vivido por la humanidad en su larga y tortuosa historia: el declive de un imperio y la emergencia de una nueva potencia con el poder suficiente para cuestionar el orden existente. Ese imperio es los EEUU; la potencia emergente es China. La Unión Europea ha sido un aliado fundamental en la (corta) hegemonía norteamericana. El instrumento clave, la OTAN. Habrá que repetirlo: una alianza político-militar organizada que define, dirige y reordena las fuerzas armadas de cada uno de los Estados individualmente considerados en función de los intereses de la potencia dominante. Una vez que un país ingresa es esa alianza las relaciones entre sus ejércitos y sus específicos sistemas políticos cambian, la soberanía se cuartea, la influencia de los EEUU crece y se extiende a todos los niveles.

Hay un aspecto de la autonomía estratégica que no se subraya con la fuerza debida, a saber, la autonomía epistémica o político-cultural; es decir, la capacidad de definir los propios intereses sin depender del control ideológico de la potencia hegemónica. La pregunta que la UE no se hace y sistemáticamente elude es la siguiente: ¿se está de acuerdo en ir hacia un mundo multipolar o se sigue defendiendo un orden unipolar con su centro en los EEUU? La tendencia hacia un mundo multipolar es objetiva e implica una (re)distribución de poder de grandes dimensiones. La Gran Potencia norteamericana nunca lo aceptará. De hecho, lo que estamos viviendo en todas partes, también en Ucrania, son los inicios de un enfrentamiento, de un conflicto sistémico impulsado con firmeza por los EEUU para defender su mundo, su orden y su inmenso poder. El tablero mundial se mueve rápidamente. ¿La Unión Europea? Toda apunta, más allá del lenguaje cifrado de la jerga comunitaria, que para la clase política que hoy domina esas instituciones, el enemigo a batir es Rusia, que el «rival sistémico» es China y que la clave sigue siendo la alianza con la Administración norteamericana. Nada de autonomía político-cultural, pues.

¿Cuál es la consecuencia político-estratégica más relevante de una política así definida? Que el teatro de operaciones vuelve a Europa, que el enfrentamiento militar entre EEUU/China se puede terminar definiendo en la península-continente-símbolo de Eurasia. De nuevo, Europa campo de batalla. Hace años, Jean Pierre Chevènement se preguntaba en un bello libro[i][1]  si Europa estaba ya definitivamente fuera de la historia. La paradoja es grande: a más integración europea menos autonomía, menos capacidad para actuar como actor global y parte de un nuevo orden por venir. Salir de la historia es pasar de ser sujeto a objeto, masa de maniobra de las grandes potencias y sufrir -es lo más dramático- una vez más la guerra en tu territorio.

Siempre hay alternativas. La alianza de Europa con un mundo anglosajón en decadencia es un pasado que bloquea las posibilidades de ser protagonista del nuevo orden en proceso de construcción. La clave: audacia, audacia. Rusia tiene intereses geo económicos complementarios con la UE y, específicamente, con Alemania. El problema ucraniano tiene solución diplomática si se piensa con grandeza histórica. Hace falta un tratado de cooperación y desarrollo económico. Rusia lo necesita y la UE también. Es necesario desmilitarizar con realismo a  Europa que tiene demasiadas armas nucleares, conflictos y problemas sociales enormes. Pensar en una seguridad común que pueda incorporar a Rusia y que evite la trampa mortal de Tucidides.  Se pueden decir muchas cosas sobre el equipo dirigente ruso, pero hay una que no se debe de olvidar: la actual clase política sabe que no son reconocidos por Occidente, que se ha trabajado activamente para desarticularlos como Estado y romperlos como sociedad. Crecientemente tienen la percepción de que otra vez van a ser invadidos y que serán de nuevo frente de batalla. No hay tiempo que perder.

Texto publicado en Público 

Considerado como uno de los analistas políticos más importantes de España. Su obra teórica ha quedado plasmada en títulos como Por un nuevo proyecto de país, De la crisis a la Revolución democrática, Por Europa y contra el sistema Euro o Volver a mirarnos. Colabora habitualmente en medios como Cuarto Poder o El Viejo Topo. Fue miembro del Partido Comunista e Izquierda Unida, formación en la que defendió la aproximación a Podemos. Fue diputado en la XII legislatura del Parlamento español por Unidas Podemos.

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