A los colombianos, por vanidad o majadería, nos cuesta reconocer nuestros rincones oscuros. Esa villanía que vemos en los otros, pero no en nosotros. La literatura colombiana pasa de puntillas sobre la madriguera en que se ocultan nuestras miserias. Se necesita mucho valor para despellejarse a sí mismo. No queda más alternativa que acudir a un ojo externo Alguien, sin velas en Colombia, que nos describa. Nostromo, la novela más ambiciosa y política de Josep Conrad, nos dibuja como nación. No me canso de recomendarla a los lectores de Colombia. La separación de Panamá, luego de la despiadada Guerra de los Mil Días, es el telón de fondo. Relata Conrad:
“En todas aquellas casas escuchó historias de desafueros políticos; amigos, parientes, arruinados, encarcelados, muertos en batallas de insensatas guerras civiles, ejecutados bárbaramente después de ser ferozmente proscritos, como si el gobierno hubiera consistido en una lucha frenética entre partida de demonios absurdos sueltos por el país con sables y frases grandilocuentes. Y en todos los labios encontró un fatigado deseo de paz, el terror a lo oficial con su horrible parodia de administración sin ley, garantía ni justicia.”
Sigue el escritor marinero:
“El defecto de este país es la ausencia de medida en la vida política. El sumiso consentimiento a la ilegalidad, seguido por la reacción sanguinaria; ése, señores, no es el camino para un futuro estable y próspero.”
Esta es Colombia: una república hundida en el fango. ¿Cómo sacarla de allí? ¿Buscar un Hércules para limpie la mierda excretada por la élite política durante doscientos años? ¿Cómo limpiarle la cara a un país en el que proliferan y mandan las mafias? ¿Cómo hacerlo entre políticos que dan miedo como amigos o enemigos?
Gustavo Petro promete hacerlo. Es la tercera vez que salta al cuadrilátero para quedarse con el fajín presidencial. Es un luchador melancólico y solitario que no da batallas por perdidas. Las pelea todas. Corre por todo el campo. Como aquellos jugadores de la era de Johan Cruyff. Buscando aliados. Buscando votos. No tiene aún las cuentas claras. Sumando aquí y allá sigue faltando. Un resultado muy justo, por la mínima, corre el riesgo de ser escamoteado por las mafias políticas. Se vuelve una obligación ganar por goleada. Sin apelativos. Noqueando a las mafias políticas.
Entonces aparecen las fotos de Petro con pastores de iglesia. Salta como una liebre el nombre de Lupe (Luis Pérez), un redomado político antioqueño con deseos de redención. Seguro que vendrán más cosas. Cosas que harán poner el grito en el cielo a los puristas. Hay que contar con mucha astucia para conseguir que los demonios se vuelvan ángeles. Es política al uso. La buena política no se hace en elecciones sino al margen de ellas.
Es normal que ciertos radicales de izquierda, endemoniadamente pobres y hambrientos, se vendan a la derecha por unas migajas. Raro es que un político de derecha tire para la izquierda. No son muchos los casos, pero se ven. Estas movidas de Petro, Comején, no me caen muy bien, pero las entiendo. Más en estos tiempos bastardos, en los que manda el cortoplacismo y los operadores políticos viven en modo electoral permanente. Lo que está haciendo Petro lo hizo López Obrador en México para no quedarse con el título de eterno candidato presidencial.
Lo que acaba de ocurrir en Honduras, camarada Termita, vale la pena que lo sepas. Como lo explica Héctor Ulloa, el líder hondureño en este reportaje. El gobierno de Honduras estaba controlado por narcos y saqueadores disfrazados de demócratas. Algo que no es extraño en Colombia. Para sacarlos del gobierno hubo que juntar a muchísima gente y movilizar a un electorado dominado por el miedo. Algo parecido debería ocurrir en Colombia. Para aminorar el poder de las mafias políticas el Pacto Histórico debe atraer hacia su campo a sectores del Centro. A la inversa no es funcional. Quedó demostrado con la elección de Santos. La izquierda y el progresismo escoró hacia Santos para contener al uribismo, empero las mafias políticas siguieron allí, adornando el paisaje del santismo. Para nadie es un secreto que el ex presidente Santos controla algunos mimbres del llamado Centro. Para el neoliberalismo hay alternativa, pero para la política al uso no hay más que esos mimbres. Se puede hacer un canasto con ellos. No tan lindo y resistente como lo queremos, pero se puede llenar con un manojo de zanahorias.
Sacar a Colombia del lodo y limpiarle la cara llevará tiempo. Cuatro años a lo menos. El mandato presidencial 2022-26. En 2026, si las cosas salieran más o menos, se podría pensar en reformas estructurales para el país. En resumen: cuatro años para un giro cultural y cuatro más para transformar.
Por último. La extrema derecha latinoamericana se siente amá y señora de los sillones presidenciales. Tratan de usurpadores a los lideres de izquierda que han ganado la presidencia en buena lid. Al pobre Pedro Castillo no lo están dejando gobernar en Perú. A Gustavo Petro le hicieron la vida imposible cuando ocupó la alcaldía de Bogotá. La única manera de cortarle el rollo a la extrema derecha es derrotándolas por amplia mayoría. Con muchos, muchísimos votos. Como pasó en Bolivia y Honduras. Levantando del sofá a los millares de abstencionistas.