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¿Las venas rockeras de América Latina? Crónica y apuntes al Rompan todo

Cabalgan por la llanura rockera de esta crónica familiar y navideña. Los amigos de la adolescencia, las plataformas de contenidos audiovisuales, las hijas preguntando, Onetti, google, el patriarcado, las ganas de brincar, Juan Gabriel, un piano que se desbarranca, algunos historiadores en un zoom, el rock ecuatoriano, un dron sobre Buenos Aires, 20 personas buscando papeles, las escuelas del rock, la visita a un hospital, un policía que cede. Todo esto en unos apuntes a una historia imposible.

Venas Rockeras. Imagen de Pedro Strukjel

Venas Rockeras. Imagen de Pedro Strukelj

Por Pedro Strukelj *

1. El tronito imaginario

En casa de la suegra nos recibe un equilibrio metafísico de comilonas ibéricas y paseos al sol por las granjas de cerdos. Son días navideños y toca recolocar nuestra posición en la constelación familiar. Estamos en diciembre de 2020 y en las conversaciones hablamos sobre la vacuna. Las niñas miran la televisión; suben y bajan corriendo la escalera y juegan a maquillarse. 

Ahora que la cocina entró en pleno momento del potaje, y la cebolla aprieta su olor contra el del hueso, el chorizo y la panceta; pasa Lina, que tiene 9 años, con los labios rojo carmín. Yo, sin pensarlo, empiezo a cantar: “desde que te pintas la boca, en vez de don Juan, te llaman Juana la loca«. Canción espantosa pero pegadiza. 

Esa canción, les digo, trata sobre un chico que era gay y se vestía de mujer, y cuando salía a la calle… Lina me interrumpe para preguntar: ¿Pero era gay o era trans? Nos miramos con la madre, de frente, y pienso: ¿ahora qué le digo? Sara, de 13 años, me gana la mano y remata: No, Lina, no hace falta poner etiquetas. 

En ese momento ya no busco la mirada de Cris, que se reía, sino que de golpe me veo, codo a codo, en la misma generación de graduados con Joaquín Sabina, Mel Gibson, el burrito Ortega y el hombre de Cromañón, todos contemporáneos.

En los días prenavideños me pongo a leer la ola de noticias que tienen como tema, ya no la serie de Netflix, Rompan Todo, sino el sin fin de análisis, recriminaciones y burlas que arden en la llanura rockera. Las notas de promoción de la docuserie de seis episodios sobre el rock latinoamericano caducaron como un yogurt sin refrigerar, pero a su vez, como si fueran lactobacilos del kéfir, lo que en Chile llaman yogur de pajaritos y en México yogurt búlgaro, no dejan de crecer, y van fagocitándose los comentarios de las críticas y las críticas de los comentarios.

Lina está haciendo su ratito de lectura con la abuela y yo me voy a leer una de las aguafuertes porteñas de Roberto Arlt, donde dice que “el alma de los hombres está constituida de tal manera, que más pronto olvidan el bien que se les ha hecho que el mal que no se les causó”. Así pues, en vez de tirarle a Santaolalla todo el rencor acumulado durante los meses de confinamiento, agradezco a los muchachos del Rompan Todo, haber convencido a Netflix para dedicar parte de su plata al universo musical latinoamericano, y también por atreverse en misión suicida a contar una historia imposible.

Como no tengo Netflix le pido a una amiga en Barcelona el código que le roba a su hermana en Chile, y la veo de un tirón. Tengo que reconocer que después de emocionarme viendo juntos a Hugo Fattoruso y al edificio El Pilar de Luis García Pardo en la playa de Pocitos, me indigno profundamente porque no aparece la banda mexicana El Personal. Cargado de razón, empiezo a reunir argumentos que justifiquen mi enojo. 1. Es un grupo marginal y provinciano, pero hoy es de culto. 2. Representa un rock subversivo, pero sin sentido épico. El Personal definía su música como “rock guapachoso”. 3. Podían haber abordado la dramática situación del sida en los 80, y tres de sus integrantes murieron de sida en los años en que esta enfermedad era muerte segura y puro estigma. 

Mi indignación estaba fundamentada. Pero cuando estaba subiéndome al “tronito imaginario”, ese donde uno se siente con derecho a criticar cualquier cosa, fui viendo algunas entrevistas a los autores de la serie: el guionista Nicolás Entel y el director Picky Talarico, y de a poco fui empatizando con ellos. Somos más o menos de la misma edad, yo también nací en Argentina, tengo hijes y vivo hace 20 años fuera de América Latina. 

Frené mi indignación, mirando el documental de Jorge Bidault sobre El Personal. Después junté las notas que había tomado mientras veía la serie, y de ahí, desarrollé algunas ideas centradas en el sentido latinoamericano del Rompan Todo. Escribí esto dejando afuera las polémicas estrictamente argentinas, y me gustaría pensar que las bolsas con mierda que surcaron el espacio celeste contra la casa con arbolitos, de Gustavo Santaolalla pueden servir de abono un año después.

2. La corporación y los amigos  

Aunque en casa no tenemos Netflix, el debate está instalado y se reinicia cada vez con más fuerza. Mis hijas dicen que no pueden hablar con sus amigas de las series y películas que pasan ahí. Dicen que tienen buena pinta y que molan más. Entonces tengo que justificar nuestra fidelidad a la plataforma Filmin con malabares forzados que no se sostienen ni dos minutos, y acabo vestido con el traje de un tipo tan incomprendido como autoritario.

Después me pongo a buscar algunas películas para su edad, que no sean demasiado lentas, ni demasiado aburridas, o busco un documental para que vean algo del mundo en el que me crié. Lina dice que en los documentales “no pasan tantas cosas como en las pelis” y, salvo algunas excepciones, estas películas les cuestan por el ritmo. En América Latina no todo es Nueve Reinas. Sara dice que estas películas le aburren porque casi no hablan. Ella lo explica así: “Una persona va paseando por la playa, se agacha, toca el agua, luego vuelve a su casa, coge una taza de té, se sienta en el sofá. Y no hablan. Casi no hablan”

Tengo la sensación de que lo que hago es como llevarlas al cine, comprarles la bolsa más grande de palomitas con azúcar y después leerles a Onetti. Ellas sentadas en la butaca y yo empiezo, como dice Edgardo Dobry, con la ondulación de los adjetivos: «Risa blanca, silenciosa, siempre exasperada y pronta»; «Iba vigilante, inquieto, implacable y paternal, disimuladamente majestuoso»; un despacho «ahora menos polvoriento y sucio, definitivamente sordo y mudo». Me miro en un espejo parecido al del guionista Nicolás Entel, pero no me reconozco en la misma convicción: “Queremos hacer proyectos inteligentes pero masivos”.

En casa tenemos este dilema mientras Netflix busca proyectos para sembrar en América Latina y darle una jerarquía al formato docuserie en castellano. Algo pensado para todo el continente y no sólo para un país. ¿Qué temas podrían tener interés en un espacio tan amplio y diverso? Según Nicolás Entel, había tres opciones: música, deporte y el dúo crimen y política. Entel, afincado en Nueva York desde hace 20 años, ya había escrito el exitoso documental sobre Pablo Escobar, y no me lo imagino proponiendo una serie sobre la historia del ping pong o la zarzuela en América Latina. Es decir, que en realidad las opciones no eran tan amplias como música y deporte, sino más bien: rock, fútbol y crimen y política. 

En alguna entrevista el productor periodístico Manu Buscalia cuenta que Entel tenía ganas de contarles a sus hijos en Estados Unidos la historia del rock de acá. Y a esto se le suma cierta voluntad americanista que Entel ha ido cultivando desde la distancia. En entrevista para la web de los egresados de su escuela, el reputado Colegio Nacional de Buenos Aires cuenta que en Estados Unidos no lo llaman para hacer “cosas gringas, ni argentinas, ni mexicanas, sino para proyectos que están “en el medio”. Es que es más fácil pensarse a uno mismo como latinoamericano de toda la región, o construir un vínculo cultural, laboral y de afecto con toda América Latina desde Nueva York que desde Buenos Aires. (…) Por eso, lo que propuse no era solamente contar la historia del rock en América Latina, sino contar la historia de América Latina a través del rock. Tiene algo de Galeano”. Así que, en algún lugar germinal y encriptado de la serie, podríamos estar hablando de las venas rockeras de América Latina.

Pero volvamos al trío temático de fútbol, rock y crimen y política, porque Rompan Todo mantiene algo en el aire de estos tres ejes de principio a fin. La política y el crimen funcionan como un fondo escénico, donde dictaduras, guerrillas, narcotráfico y gobiernos totalitarios pasan como los vagones de un mismo tren. El rock es la columna de todos los testimonios, y la pasión futbolera se filtra en la forma de mostrar la música como un fenómeno masivo, exitoso y varonil. Con esta perspectiva, el espacio de las mujeres queda relegado a un cierre justiciero en forma de powerpoint políticamente correcto, donde se les promete lo mismo que a los buenos católicos: el futuro.

Bueno hubiera sido que el núcleo creativo, formado por tres varones argentinos (dos de ellos muy amigos), incluyera también a mujeres con una conciencia de género e interseccionalidad. De haber sido así, quizá la serie hubiera arrancado con Gloria Ríos, y no con Richi Valens (después volvemos con esto). Y cuando la serie aborda la relación del rock y los reclamos políticos de la juventud hubieran tenido lugar las acciones de ‘Un violador en tu camino’ del Colectivo Lastesis. Para cuando se termina la serie, la revista Time ya las había incluido en el Time 100 de las personas más influyentes del 2020 a nivel global, y seguro que el mismo Galeano, desde donde esté, hubiera aplaudido esa muestra vital del rock en la región. Pero los mecanismos del patriarcado se cuelan incluso entre un grupo de varones bienintencionados.

En un momento de la serie alguien dice: “No se trataba sólo de brincar”, y eso me hizo recordar los slams de las fiestas de la secundaria que en México DF llamábamos “reventones”. Recordé también a dos compañeras del bachillerato, Meche y Mayra, que una mañana se dedicaron a someter a los que entrábamos al aula, a tomar partido por La Maldita Vecindad o Café Tacvba. Nunca supe quién ganó en esa encuesta, pero lo que sí puedo decir es que, treinta años más tarde, Mayra y Meche, cada una por su lado, son comadronas en México y acompañan a las familias en la experiencia de tener partos con menos intervención quirúrgica, sean en su casa o en el hospital. Incluso Meche hizo un video, en tiempos de confinamiento, para que las mujeres embarazadas pudieran estar acompañadas en todos esos meses previos al parto. Y resulta que un día la contactaron de un hospital público para contarle que circulaban unas fotocopias pegadas en las farolas y las paredes cercanas al hospital difundiendo su video de YouTube: ABC del parto.

3. La voz oculta 

Por momentos parece que la serie tiene más ganas de explicar que de entender. En un video promocional de Netflix, un dibujo animado de Santaolalla habla del deseo por llevarnos de viaje y mostrarnos su mapa musical. Pero al mismo tiempo la serie evita la presencia de un narrador. No hay una voz en off que ajuste las distancias entre nosotros y los hechos documentados. Quizá por temor a que todas esas ganas se conviertan en un relato demasiado restrictivo, confían en un trazo invisible que pase por detrás de las entrevistas. No hay periodistas, ni historiadores, ni fans. Hablan sólo músicos y promotores, como si el encadenamiento de estos testimonios, cargados de algún privilegio, fuera capaz de conformar la voz que cuenta una historia de sentido. Pero esta aspiración busca armonía donde no hay ni paz, sino puro conflicto.

Según me cuenta Entel respondiendo a esta cuestión, “Nunca hubo debate sobre si incluir periodistas. No lo había usado en ‘Pecados de mi padre’, que está contada exclusivamente desde el punto de vista de los hijos de Pablo Escobar y los hijos de las víctimas, además del expresidente de Colombia y la viuda, y tampoco me lo plantee para esta serie”. Y tampoco lo utilizó en su otro documental musical Orquesta Típica de 2006. 

Yo me pregunto sobre las diferencias entre presentar procesos históricos colectivos tan extensos, como en Rompan Todo, y trabajar sobre un ángulo más biográfico y acotado, como el caso de Pablo Escobar y Orquesta Típica. Pero frente a este debate sobre los límites de esta “suficiencia testimonial”, Entel no tiene ninguna duda: “Teníamos la oportunidad única de juntar a las 100 más grandes estrellas del rock de América Latina. ¿Para qué perder el tiempo con gente que no son los protagonistas?”.

Son muy pocos los momentos en que la serie se aparta de la convicción rockera y abre preguntas para exponer las contradicciones internas del rock y su historia de esos años. Dicho de otra manera, quizá sólo los espectadores que ya tienen clara la forma en que se ha institucionalizado la rebeldía del rock dialogan con la breve frase de Pedro Aznar sobre el asunto, o pueden sonreír cuando Fabián “El zorrito” von Quintiero habla del momento en que Sony decidió lanzar a Soda Stereo como si fuera la perrita Laika al espacio latinoamericano.

En este sentido me parece importante poner en conflicto la decisión de contar la historia sólo con la voz de los protagonistas en ámbitos tan amplios y complejos. No necesariamente quien «estuvo ahí» o incluso quien «hizo algo, estando ahí» puede aportar sustancia a la historia de ese momento. Es necesario que en algún punto la autoría tome el micrófono, y manifieste desde donde nos cuenta la historia. Hace dos días volví a leer el perfil de Leila Guerriero a Fito Paez para la revista Gatopardo, y agradecí enormemente la solidez que aporta una voz que te habla de frente.

4. Territorio sin historia 

Desde los primeros días en que salió la serie se repiten los reclamos nacionales por una cuota de presencia. Las voces son variadas, pero reclaman lo mismo: ¡Es inconcebible que no se hable de Brasil! ¡En Colombia hay mucho más que Aterciopelados! ¡De Uruguay faltó Eduardo Mateo! El gancho del subtítulo: La historia del Rock en América Latina funcionó con la misma perfección que cualquier promesa electoral en la región. Sinceramente, ¿Quién creía que en seis capítulos de menos de una hora se podría contar todo eso? Música de Lalo Schifrin: Misión imposible.

En casa tenemos una amiga que trabajó mucho tiempo en el festival de documentales de música In-Edit de Chile y ahora vive en Barcelona. Su hijo, Román, de 10 años, quiso ser delegado de clase y tuvo que competir con otro alumno, David. Román se comprometió a escuchar a sus compañeros y llevar sus problemas al consejo escolar, y ganó. Según llegó a contarnos después, David perdió porque prometió demasiado. Prometió acabar con el cambio climático. Me parece que casi todos los que vimos la serie hubiéramos votado al niño del cambio climático, y por eso hemos quedado lanzando puteadas entre la frustración y la expectativa. Bienvenidos a América Latina. Queremos escuchar esa historia, aunque sea imposible de contar en seis o en sesenta episodios.

En México hay una heroica serie de entrevistas a músicos y periodistas de rock llamada Buscando el rock mexicano, dirigida por Ricardo Rico, que suma tan sólo 225 episodios, y sigue buscándolo. En el episodio 119, Poncho Figueroa, de Santa Sabina, dice: “No sabemos reconocer quiénes son nuestros antecesores porque de alguna manera la idiosincrasia norteamericana nos obliga a olvidarnos de nuestra propia historia”. De alguna manera la aparición del subtítulo: La historia del rock en América Latina despertó la expectativa de que esta historia es posible.

Pero al margen de utopías americanistas, me pregunto cuántos mexicanos que exigimos en Rompan Todo la presencia de El Personal, Cecilia Toussaint, Jaime López o Real de Catorce, tenemos alguna noción de cómo suenan las bandas de rock de Venezuela a excepción de Los amigos invisibles o Desorden Público. ¿Y las de Ecuador, Bolivia, Panamá, Cuba? Gustavo Santaolalla nos mostró su mapa y Netflix lo vendió como El Mapa. Sin embargo, hay una pregunta invisible que persiste: ¿Por qué en tiempo de internet seguimos teniendo una conciencia tan débil de ese conjunto que es América Latina?, ¿Es realmente un anhelo acceder a esta imagen de conjunto? 

Por ejemplo, ahora mismo escribo en google: “Rock Ecuador” y ya estoy escuchando a un grupo llamado L.E.G.O., y veo que desde 2007 ha frecuentado las listas de MTV Latino. Lo acaba de contar el mismo Genaro Me Cachas, desde su canal de YouTube en un video llamado “Las 40 Mejores bandas de Rock Ecuatoriano Parte 1 de 3”, donde además habla de Sobrepeso, El retorno de Exxon Valdéz, Guardarraya, Contravía, Curare, Björn Born, Esto es eso, Los corrientes, Tercer mundo, Trifullka, La Grupa, Verde 70, Chulpi tostado, La máquina camaleón, Blaze, Tanque, Alkaloides, Madbrain, Can Can, Da Pawn, Rocola Bacalao, Mamá Vudú entre otras.

Pienso en las profundas desconexiones históricas que sostenemos en América Latina y recuerdo un reciente seminario de historiadores, llamado Repensar la conquista. Se trata de un grupo de académicos y estudiantes de posgrado, coordinados por Guy Rozat desde Veracruz, que se dedica a cuestionar las versiones oficiales de los procesos de la Conquista de América Latina en diferentes escalas. Cuestionan los textos que se han tomado por fuentes primarias durante mucho tiempo y, sólo por poner un ejemplo mexicano, llegan a cuestionar la existencia de hechos fundantes de la historia nacional como ‘La noche triste’, ‘El tesoro de Moctezuma’, e incluso el encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma. 

Las “cartas de relación” de los conquistadores se tomaron por mucho tiempo como informes técnicos de los hechos, pero aquí plantean que estos textos escritos como narraciones de gestas heroicas quizá tenían un formato más cercano a los romances medievales. De la misma manera, Rompan Todo podría ser entendida como una colección de videocasetes caseros, hechos por un grupo de argentinos nacidos a finales del siglo XX como legado para sus hijos. Cargados de amor y emoción y usando la colección de cintas producidas por el abuelo. Y en ambos casos había detrás una importante corporación económica, sea Netflix o la corona española. 

La frustración viene de esperar aquí la llegada de una historia que sabemos necesaria, pero, igual que la llegada de Quetzalcoatl para los aztecas, acaba en conflicto. Nicolás Entel reconoce en entrevista con Andrés Araujo en la revista Purgante: “Quizá le pudimos haber puesto otro título a la serie. Cuando en la universidad analizas textos, el título es lo último que miras; acá se convirtió en lo primero”.

El propio Entel, en un intercambio de mensajes, amplió un poco más este punto diciendo: “Esta serie no se hizo por Netflix América Latina sino por la parte de documentales de Estados Unidos, y funcionan con mucha independencia. El subtítulo está pensado para Estados Unidos. No imaginábamos la exposición que iba a tener en América Latina. Nunca nos imaginamos que iban a hacer esta cantidad de promoción en la vía pública en Buenos Aires y Ciudad de México. En la plataforma de películas, no sabíamos cómo nos iba a encontrar la gente. Ibas a ser un cuadradito entre 32 en la pantalla”.

5. Diálogo bajo licencia  

En relación a los cuestionamientos sobre la selección de los grupos incluidos, los autores de la serie argumentan que centraron su atención en las bandas que han dialogado en el ámbito latinoamericano, hablan de los músicos que encontraron un público más allá de sus contextos nacionales. Cuando Talarico explica que “no hubo bandas en Ecuador que dialoguen” con otros países. 

Pero existió también otro límite muy importante para la selección de contenidos en esta mega producción: las licencias. No es tan fácil incluir una música sin las autorizaciones necesarias, y según Nicolás Entel: “la gente tiene que entender que el rock latinoamericano está muy flojo de papeles.” Al parecer la gestión de licencias de los contenidos fue hecha por un equipo de casi 20 personas. “Estoy seguro de que nunca nadie gastó lo que gastamos nosotros en derechos: fueron entre 130 y 140 canciones”. Y de hecho muchas músicas que no tenían papeles los tienen a partir de este trabajo. “Te encontrás con cosas insólitas 

—cuenta Entel—, músicos que te mienten diciendo que los derechos son suyos y después te das cuenta que no.” 

Las peripecias pueden llegar a límites tan extremos como este: “El tema de ´El relojito´ de Bill Halley que canta la mexicana Gloria Ríos. Es la primera grabación de rock en español, es una efeméride que podía dar una nota de color. Pero te piden una fortuna por ‘Rock around the clock’, mucho más de lo que pagamos por las composiciones de Gustavo Cerati o Spinetta, pero con eso no alcanza, porque hay alguien que nadie se acuerda quién es que adaptó esa versión al español, y también debería cobrar por los derechos, y es inencontrable y, por último, que esa versión está en una película que también está floja de papeles.” 

Este es otro de los malabares que cuenta Nicolás Entel: “Algo que sí hicimos fue usar algunas cosas sin derechos, pero que son “riesgos calculados”. Por ejemplo, fotos que nadie sabe quién sacó. Una donde aparecen tres personas, revolvimos cielo y tierra para encontrar a una de las tres, que está viva; buscamos la firma de los hijos de la segunda, que está muerta; y para la tercera declaramos un registro de la búsqueda que hicimos y nos amparamos en un “fair use” al tener a dos de las tres personas.”

Habrá criterios de afinidad musical que pueden ir más hacia el pop que hacia el heavy, o más hacia la fusión latina de la huerta californiana de Santaolalla que a la enredadera neoyorquina y del balcón de David Byrne, o incluso al macetero roto y mediterráneo de Manu Chao; pero desde luego, es un problema estructural querer contar la historia del rock, que nace y crece con una esencia marginal, con el freno legal de no poder incluir materiales sin licencia. 

Entel mismo reconoce en una charla con Pedro Psicosis del Perú, “fue el segundo desafío más importante al hacer la serie. “El tema de conseguir los derechos, en una canción de hace 30 años que compusieron cuatro músicos, es encontrar a 17 personas que se llevan mal entre sí, hoy en día”. En todo caso, el “diálogo” continental del que la serie está hablando es un diálogo bajo licencia, entendido como la entrada de ciertos lenguajes rockeros en una industria global.

Son muchas las reseñas críticas que le exigen a la serie no haber dado voz a los marginados, al rock periférico y esencial, pero desde un principio esta historia se planteó desde otro lugar. En este sentido es interesante rescatar, por poner un ejemplo del contexto chileno, lo que cuenta David Ponce en el capítulo ‘Rabioso rocanrol proletario’ dentro del libro ‘Contra Sonido’ (Cuaderno y pauta, 2020). Entre los años 1994 y 2016, las ‘Escuelas del Rock’ permitieron que 219 grupos y solistas grabaran sus canciones, de ahí 75 grupos se mantuvieron durante seis años en el programa y sólo uno logró grabar con una compañía discográfica. Es posible escuchar en las plataformas digitales, al menos 18 de los discos recopilatorios editados en ese periodo. 

Otra experiencia documentada por Ponce es la de la Asociación de Trabajadores de Rock (ATR), un sindicato que entre 1993 y 1994 publicó dos discos, el primero de ellos doble, titulados ‘Con el corazón aquí’, con canciones de cuarenta y cuatro grupos que se movían en los barrios del área metropolitana de Santiago.

Estas bandas chilenas eran estigmatizadas como bandas marginales, pero en realidad actuaban colocando el centro en sus propios barrios. Según explica Ponce, “Para cualquiera que viviera entonces en San Bernardo, comuna metropolitana de la zona sur, “el centro” iba a ser el centro de San Bernardo, ahí Santiago no es el centro: Santiago es otra ciudad. Aun así, esas denominaciones de lo periférico o lo marginal se instalan y algo quieren decir.”

Para la historia del rock en un territorio tan extenso como América Latina, con urbes tan expandidas, sería interesante replantear esa idea de diálogo a las condiciones de estas sociedades. Probablemente el inabarcable legado del continente está hecho más por la suma de las particularidades locales, por las pequeñas muestras de vida puntual, cada una quizá incomunicada, o comunicada sólo por un río subterráneo.

6. La parábola del bosque 

Si un grupo de rock latinoamericano toca en medio de un bosque y esa música no llega a ser escuchada por un productor de Los Ángeles para ser colocado en el mercado latinoamericano, ¿existe ese grupo de rock? 

Es innegable que puedan desarrollarse manifestaciones culturales similares en regiones distantes sin formar parte de un mismo mercado, y una historia de conjunto de alguna manera tiene que resolver este dilema. Pero parece que en Rompan Todo no es tan importante contar los procesos históricos compartidos, sino explicar los mecanismos que les hacen formar parte de un mercado común, con cierto sesgo autoral. Y digo esto del sesgo autoral porque ante la parábola del “aserradero musical”, podemos insistir que esta serie no sólo destaca los grupos que superaron su contexto nacional, sino que opera también, un narcisismo de la pequeña (y rockera) diferencia.

El padre de mi amigo Pancho fue un político del Gobierno de Salvador Allende en Chile y se exilió con su familia en la ciudad de México. Eran los años noventa y como a Pancho y a su hermano les prestaban el auto para ir al colegio, algunos vecinos de la Villa Olímpica nos poníamos de acuerdo para ir con ellos. Eran 10 minutos por la avenida Insurgentes hacia el sur y recuerdo que había una curva muy pronunciada donde Pancho aceleraba demostrando que a esa hora de la mañana ya estaba bien despierto, y los demás, que íbamos medio dormidos en ese momento despertábamos del todo abriendo los ojotes. 

Lo que buscábamos no era ir en auto, sino ir en auto con la música a todo volumen, escuchando Depeche Mode, Alejandra Guzmán, Caifanes, Police, Los amantes de Lola o The Cure como en una cápsula sónica. Para esa clase media alta donde crecí, no había diferencia ni conflicto entre el rock comercial en inglés y rock comercial en español. Lo importante está en ese auto a esa velocidad, y esa música a ese volumen. Eso nos separaba de una realidad que iba en transporte público y escuchando a Marco Antonio Solis y (su majestad) Los Bukis y de otra realidad, también rockera, que iba en metro y escuchaba, y tocaba otro rock en español. Algo de este conflicto lo explican los miembros del grupo Pescado Rabioso aquí

En este sentido, el musicólogo mexicano Rubén López Cano, argumentó en su perfil de Facebook tras ver Rompan Todo, que “eso que llaman rock no es un estilo o género musical. Es un artilugio para dar forma a un imaginario específico que ciertas clases medias han edificado para comprenderse a sí mismas y distinguirse de otros sectores sociales muy cercanos, pero a los cuales no se quieren parecer. Es el sonido de determinada clase media aspiracional… o quizá, es el sonido mismo de su aspiración.

Sin embargo, esa tensión entre distinción y reconocimiento ha ido teniendo muy diferentes manifestaciones en el rock mexicano. Una paradoja de esta contradicción la encarna el grupo Maná cuando apuesta a un apego popular cantando en sus conciertos (no lo incluye en Spotify) la canción de Marco Antonio Solis del estribillo: “No hay nada más difícil que vivir sin ti”. En la misma dirección Café Tacvba versiona “Cómo te extraño mi amor” de Leo Dan. Y según cuenta un querido amigo, que convivió con gente cercana a la Maldita Vecindad en sus inicios, en alguna noche de bohemia se abrió la pregunta ¿Qué hace que Juan Gabriel sea Juan Gabriel? Y es esa noche, como respuesta a este asunto trascendental que nace la canción Kumbala. Comparemos los primeros versos de Kumbala con el éxito de Juan Gabriel, el Noa noa.

KUMBALA EL NOA NOA

Luz, roja es la luz Cuándo quieras tú, divertirte más

Luz de neón que anuncia el lugar Y bailar sin fin, yo sé de un lugar

Baile kumbala bar Que te llevaré

Y adentro la noche es música y pasión y disfrutarás

Sol, no entiendes lo que pasa aquí De una noche que nunca olvidarás

Esto es la noche ¿Quieres bailar esta noche?

Y de la noche son las cosas del amor Vamos al noa, noa, noa

El corazón a media luz, siempre se entregará Noa, noa, noa, noa, noa

En realidad, esta pregunta acompaña al rock mexicano desde sus inicios. Botellita de Jeréz insistió ya en los ochenta en que “Todo lo naco es chido” (adaptando el Black is beautiful) y su “Guacarock” era un guacamole donde se incorporaba con humor todo el universo de la cultura popular como Germán Valdés “Tintán”, Sonia López, la lucha libre y el gran Chava Flores.

Un domingo del año 2006, en la ciudad de México, tuve que ser atendido por un pequeño corte en la cabeza. Me había despertado en casa de un amigo rockero (que no figura en el documental) después de un fandango jarocho, y al salir al patio para encender el calentador de agua, me di un golpe con el marco metálico de la puerta. Acabé en el Centro Médico de Xoco que es uno de los centros de salud del sur de la capital que tienen la peor reputación. Ahí mandan a los accidentados sin identificar o a quien no tiene cobertura médica. Después de seis horas de avanzar por un pasillo repleto, entré en la salita de traumatismos donde atendía un joven médico de guardia. Ni bien me vio aparecer en la puerta, dijo: ¿argentino? Y a continuación asistí a una master class sobre un grupo de heavy metal de mi país natal, y del que nunca había escuchado nada. Rata Blanca canta la verdad, decía mientras iba desinfectando la herida y haciendo el informe en una máquina de escribir que tenía pegado un dibujo de un cerebro, hecho a mano y una estampita de un elefante.

En este sentido, me parece que a pesar de que casi ¾ partes del rock que muestra Rompan Todo es argentino, es notoria la ausencia de grupos de gran éxito, como Rata Blanca o La Renga. Picky Talarico afirma que incluyeron los grupos para ilustrar determinados procesos históricos de América Latina, no porque unos tuvieran más valor que otros. Pero quizá estos no aparecen porque no tienen un mensaje elaborado para distanciarse de ese perfil barrial. En entrevista con Cristian Vitale, el cantante de Rata Blanca, Adrián Barilari, se refirió al desprecio recibido por tocar en barrios marginales y no sólo espacios con pedigrí rockero. “Fuimos porque a esa gente le cuesta un huevo venir a la ópera. No sé por qué usaron eso en nuestra contra, de una manera muy sucia. ¿Por qué no ir a tocar para la gente humilde? Se llegó a decir que tocábamos cumbia”.

7. Tango or death 

Cuando era adolescente, mi viejo escribió y dirigió un documental sobre tango y psicoanálisis. Tenía el estudio de edición en casa, y durante unos meses nos rodeó toda una corriente de versos, música, escenas de película, frases, imposturas, mezcladas con reflexiones sobre el inconsciente. Así fue que recibí el legado tanguero de mi padre y sin esa experiencia estoy seguro de que no escucharía el tango como lo escucho ahora. Será lindo saber qué huella dejó en los hijos de Entel el trabajo de meses y meses sobre el rock del Rompan Todo.

Pero en 2006, cuando quizá no tenía hijos o eran muy chiquitos, Nicolás Entel escribió y dirigió Orquesta típica, tango or death, un documental que empieza con 6 chicos empujando un piano de pared por las calles empedradas del barrio de San Telmo y termina con los mismos chicos tirando el mismo piano desde un puente peatonal. Me gustaría pensar en este documental, mucho más precario en su producción, cómo el germen de lo mejor de Rompan Todo. Si la docuserie del rock es una secuencia de señores sentados contando lo que pasó cuando eran jóvenes, en el film sobre el tango, unos músicos jóvenes y sin nombre están siempre buscando algo, llegar a un sitio donde dormir, conseguir comida, encontrará un piano, explican, balbucean, dudan, cuelgan de un ganchito una tela roja escrita a mano, que dice: Orquesta Típica Fernández Fierro y se lanzan a tocar en la calle. Walter “Chino” Laborde canta: Pena, vieja angustia de mis venas / frase trunca de tu voz / que me encadena Y yo pienso: Entel, ¿a dónde fue tu amor? / tal vez tu corazón audiovisual tenía que perderse

Desde el balcón saluda el tío. El policía pasa entre la gente, la cámara hace planos bien cortos, pone la ñata contra el vidrio musical. La gente está muy atenta mientras el cantor va a negociar con un policía que gesticula con las manos. Después llega otro, un joven y pulcro policía (y abogado) que habla de cumplir la normativa y la legislación de la vía pública. Los músicos paran de tocar, pero la gente entra a discutir y pide que siga el tango. Un señor que se presenta como Héctor Daniel Roterio, «Pichi», enfrenta al policía con un discurso político sobre la intervención del estado y la confrontación: tango vs cumbia villera, cultura contra farlopa. La gente corea cultura, cultura, cultura. El policía cede y dice que a él le gusta el tango, que ese no es el problema; que si la gente se adelanta a lo que él va a decir, el país nunca va a avanzar. ¿Pueden tocar? -le pregunta uno. -Si, claro-, acaba diciendo. Y la señora del cascabelito celebra el resultado con un carnavalesco: ¡Se asustó el policía! A la serie de Netflix le faltó tiempo para acercarse de esta manera al rock. Orquesta típica no corre, avanza. Después de este arranque musical callejero, se abre una vista de las torres de oficinas del microcentro porteño desde el Río de la Plata y el pianista, Julián Peralta, ironiza: “Acá parece que Buenos Aires estuviera todo bien, están los edificios caros, se construye y la economía avanza. Buen invento los edificios de vidrio, porque siempre parecen limpios. Qué mentirosos, es medio trucho todo”. Esta frase parece una broma lanzada desde el pasado sobre los planos de ubicación de Rompan Todo, que son eso, lo más parecido al primer mundo de cada una de las ciudades del tercer mundo.

En Orquesta Típica, la cámara en seguida pone la mirada en las villas desde la autopista y suena un coro que dice: cartoneando, cartoneando, y vemos gente durmiendo en la calle, noches desenfocadas, todo huele y suena a calle, a comida y el grupo, que de cuarteto se convirtió en una orquesta, tiene su primera gira a Europa. Los vemos perdidos en las autopistas suizas, cocinando la “typical olla of Amsterdam”, meando en el muro de Berlín, hojeando con inocencia los libros eróticos en la casa de sus huéspedes en Austria, y entre bromas desafían al espejo deformado de una feria europea. Lo que acá es juego en Rompan Todo es solemnidad. Paradójico contraste entre lo que algunos esperarían al confrontar rock y tango.

En Orquesta Típica los testimonios son una herramienta de intimidad. La declarada esencia rockera de Yuri Venturín: “La orquesta de D’Arienzo era lo más parecido a Los Ramones.” Uno dejó su carrera de música contemporánea, otro dice que supedita su vida a la organización de la Orquesta: “La orquesta tiene una función humana cooperativa que es difícil de entender“, Fernando es hijo de exiliados y va a ser papá: “Uno arrastra el orgullo y la vergüenza de los padres”. Los testimonios personales nos acercan a una historia vital. Los personajes están comiendo todo el tiempo, y también ahí está la necesidad y la joda del “Chino” Laborde cantando flamenco cuando no encuentra como prender el calentador de agua para bañarse. El caos y la voluntad, la vida, el futuro, las limitaciones, incertidumbres y conflictos, y además no hay plata. La escena contraria es la de Santaolalla en un espacio vacío y blanco con ventanales que miran a una ciudad que está a sus pies. Difícil no pensar en Matrix.

De alguna manera, Entel pasó de contar la historia de los tangueros victoriosos a la de los rockeros ganadores. El subtítulo de Orquesta Típica es tango o muerte, y no hay duda que gana el tango. Del mismo modo, en Rompan Todo el subtítulo invisible podría haber ser rock o vida, y gana el rock, como construcción legendaria despojada de presente.

8. Chau 

Hay una frase de Picky Talarico que resumen las mejores intenciones de los responsables de la serie: Mientras vamos explicando esta historia del rock y voy mencionando algunas bandas que había, nuestra fantasía, nuestro sueño, es que la gente vaya a internet y busque quién es esa banda, y eso ya está ocurriendo, sobretodo con las generaciones más jóvenes. De hecho, sólo un mes después de haber lanzado la serie, se abrió desde Lima y en formato online, un curso de 6 sesiones llamado ‘No rompan todo: La historia del Rock peruano’, impartido por Fernando Pinzás en el Círculo de lectores de Perú. 

Ahora bien, si yo tuviera que contarles a mis hijas algo sobre Argentina y México del siglo XX, relacionando terrorismo de Estado, represión, iniciativas revolucionarias y música, les hablaría de la vida de sus abuelos, de militancia, cárcel y exilio. De sus pérdidas y sus esperanzas, y no podría ocultar que para ellos los rockeros, en general, estuvieron en una posición bastante cómoda, política y musicalmente. Los abuelos estaban en la música coral del siglo XVI y también del siglo XX, ahí sí rompían todo.

Y aunque en los meses inmediatos al estreno de Rompan Todo les dije a mis hijas que el rock de América Latina es muy importante, les canté algunas canciones, les conté historias y les puse algunos videos, un día Sara (de 13) me preguntó: Si dices que es tan importante el Rock para ti, ¿Porqué cuando lavas platos cantas boleros?

* Pedro Strukelj. Dibujante, cronista ilustrado, gestor cultural y divulgador de músicas de América Latina. Nació en la frontera entre Argentina y México, creció en Xalapa y vive en Barcelona. Trabaja en Casa América Catalunya, ha ilustrado varios libros, tapas de discos y realiza el programa Radio Pájaros.

Equipo de redacción El Comején.

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