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Cuando el presente se caga sobre el pasado

Se equivocan los que desde la izquierda intentan justificar a un hombre como Putin que lidera una cruzada anticomunista y retrograda dentro y fuera de Rusia.

Antibelicismo

Oscuridad. Imagen de Hilary Clark en Pixabay

En El frio verano del 53, el filme de Alexander Proshkin realizado por la productora soviética Mosfilm, dos purgados por el estalinismo se ven envueltos en un acontecimiento irónico. La trama ocurre en un remoto caserío de la URSS. Año 1953. Stalin ha muerto. Lavrenti Beria, el jefe de la policía secreta, ha sido detenido y ejecutado con un balazo en la frente. La nueva dirigencia del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) concede una amnistía general a los represaliados por el estalinismo. Entre estos hay un científico y un oficial del Ejército Rojo. Entretanto un puñado de delincuentes comunes ha huido de prisión, tomado el caserío y reducido con facilidad a los dos miembros del Partido que lo defendían sin convicción. El pueblo y el Partido está en manos de los bandidos. Los dos disidentes logran esconderse, desarmar y matar a los forajidos. El final es trágico: muere una chica del pueblo y uno de los disidentes. El Partido sobrevive gracias a los disidentes. El pueblo se queda con el dolor. 

La Unión Soviética dejó de existir, los principales dirigentes del PCUS se volvieron millonarios, pero el pueblo siguió allí, existiendo. Existiendo, por ejemplo, en Rusia y Ucrania. Dos gajos de una misma naranja. Dos pueblos sometidos, castigados, explotados por minorías plutocráticas, corruptas y despiadadas. El capitalismo mafioso ha impuesto una guerra a los dos pueblos. Una guerra que desde afuera se mira como una final de futbol o una partida de póker. Una guerra que tiene confundida a buena parte de la izquierda. No es la primera vez que ocurre. La Primera Guerra Mundial confundió a la izquierda. La mayoría se volvió socialchovinista y unos pocos, como Lenin y Rosa Luxemburgo, se mantuvieron en el internacionalismo (Lease La bancarrota de la II Internacional de V.I.Lenin). Los trabajadores, como ahora en Ucrania, se matan en las trincheras mientras los dueños del capital hacen negocios: armas y prestamos onerosos. El pueblo paga con sus impuestos y su vida. La izquierda debe estar al lado del sufrimiento. 

“Pinte usted las ilustraciones que yo haré la guerra”, ordenó el magnate de los medios William Randolph Hearst al corresponsal Frederick Remington durante la guerra hispano-estadounidense (Ver telegrama). El relato de la prensa occidental y de la mayoría de políticos occidentales sobre la ocupación de Ucrania está levantado sobre mentiras. Occidente tiene varios frentes de guerra abiertos. Esplendorosas y milenarias ciudades como Basora en Irak o Alepo en Siria fueron reducidas a escombros por cazabombarderos de Estados Unidos y Gran Bretaña. La fuerzas de la OTAN volvieron a Libia territorio de nadie y en Afganistán desencadenaron fuerzas que están fuera de control. En el Sahel hay más de 25 mil soldados internacionales de los cuales 4.300 son franceses. Según los aparatos de propaganda de Occidente el mundo era un paraíso que bruscamente fue asaltado por Putin y sus demonios. No hay tal paraíso. Hay guerra en Siria, Yemen, Etiopía, Mozambique. Hubo golpes de Estado recientes en Chad, Guinea-Conakry, Mali, Niger, Sudan y Myanmar. Conflictos y coup d’Etat, en los que Occidente ha metido las narices. Situaciones bélicas que han ocasionado miles de muertos, millones de desplazados, hambrunas y sufrimiento. Nada de esto es nuevo. Espeluznantes escenas de guerra fueron descritas por escritores antibelicistas como Shólojov, Babel, Zweig, Remarque, Steinbeck, Dos Pasos, Hemingway, Tolstoi, Simon y un largo etcétera. “La escritura del desastre”, la llamó el escritor maldito Maurice Blanchot. 

El portal Nevvtral muestra aquí la manera como la guerra se puede hacer desde los despachos: inventando, manipulando.  

Vladimir Putin responsabilizó a Lenin y los bolcheviques de haber creado de manera ficticia a Ucrania.  Un relato distorsionado para justificar el ataque a Ucrania. Lo que no cuenta Putin es que Lenin fue el único político de relevancia en el siglo XX que se opuso a la guerra. No sólo se opuso sino que consiguió que el primer decreto expedido por la Revolución de Octubre fuera sobre la paz, ordenando el retiro de Rusia de la Primera Guerra Mundial con el fin de aliviar la suerte de los obreros y campesinos obligados a luchar contra sus propios intereses. Se equivocan los que desde la izquierda intentan justificar a un hombre como Putin que lidera una cruzada anticomunista y retrograda dentro y fuera de Rusia. En un reciente capítulo de La Base, programa que pilotea Pablo Iglesias, se prueban los vínculos de Putin y los plutócratas rusos con las agrupaciones y lideres de la extrema derecha europea.(Ver programa). Una cosa es sentir nostalgia por la Unión Soviética y otra es creer en pájaros preñados. La nostalgia ayuda a sobrellevar la derrota pero la credulidad per se sólo lleva al engaño.

Un militante, activista o simpatizante de izquierda debe ponerse en la piel del resistente ucraniano que se ve forzado a defender su casa; en la del labriego que deja su huerta y sus animales tirados para no morir acribillado; en el de la niña que, aferrada a su gatito, tiembla y llora dentro de un lóbrego refugio; en la del abuelo que ha muerto aplastado por las paredes de su casa; en la del maestro que protege a los alumnos con su cuerpo; en el de la sanitaria que trata de salvar la vida de un pobre hombre alcanzado por un balazo; en el de la madre rusa que le han devuelto a su hijo soldado dentro de un ataud; en la piel de los millones que sufren en primera persona el drama de la guerra. 

Rosa Luxemburgo, la marxista más lucida del siglo XX, fue una pacifista a ultranza que hizo de la democracia dentro de la revolución un principio innegociable. Su oposición a la guerra la convirtió en blanco de sus propios camaradas y del militarismo. El 15 de enero de 1919 Rosa fue arrestada en Berlin junto con el espartaquista Karl Liebknecht. Ese mismo día un soldado llamado Otto Runge le destrozó la cabeza con la culata de su fusil y luego el teniente Kurt Vogel la remató con un disparo en la nuca. El cadáver de la revolucionaria espartaquista fue arrojado al rio Spree.

En esta guerra, Comején, estoy con Rosa Luxemburgo. No tengo la menor duda. El antibelicismo no es un capricho de frikis. He disparado y me han disparado. He visto correr la sangre ajena y la mía. Entiendo el marco geopolítico, pero no quiero que mi voz aliente una nueva matanza.

Escritor y analista político. Blog: En el puente: a las seis es la cita.

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