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Derechos para todas, todos los días, en todos los lugares del mundo

La apuesta de las mujeres y disidentes, sujetas políticas organizadas en todos los lugares del mundo tienen como punto de partida los cuidados, la vida en comunidad, el rechazo indiscutible de todas las formas de violencia en todos los ámbitos.

Protesta en Sao Paulo

Protesta en Sao Paulo. Imagen de Pedro Céu en Unsplash

Por Katherine M. Tirano*

El pasado 8 de marzo salíamos a las calles a reivindicar los derechos de las mujeres bajo la consigna “Derechos para todas, todos los días”. Las diferentes organizaciones que hacen parte de la Iniciativa Legislativa Popular ¡Regularización Ya! hicieron un llamado para recoger firmas y hacer pedagogía antirracista en las calles. Me animé, como tantas otras, a llevar los pliegos y a acercarme a cientos de personas que marchábamos alegres de poder pisar las calles nuevamente, sin el miedo a ser juzgadas como causantes de una nueva ola de la pandemia.

Me acerqué a un grupo para explicar la iniciativa y pedir las firmas, pero con la respuesta que obtuve me hervía la sangre. Una mujer puso su mano en mi hombro y me calló la boca con la mirada. Me dijo que no entendía qué tiene que ver la regularización de quinientos mil sin papeles con la marcha del 8M. “Es que me parece que está muy fuera de lugar lo que estás haciendo. Hoy es un día para defender los derechos de las mujeres trabajadoras”, dijo. En medio de los gritos de “Madrid será la tumba del machismo”, le expliqué, con paciencia, que las mujeres migrantes y racializadas también somos mujeres trabajadoras, como las que más. ¿En serio te parece que “Derechos para todas, ¿todos los días” no nos incluye? 

La ILP de ¡Regularización Ya! es liderada por varios colectivos de personas migrantes y racializadas, y cuenta con el apoyo de organizaciones y ONG en todo el Estado español. Éstas últimas procuran explicar la iniciativa desde muy diferentes lugares; tan necesarios y tan diferentes, que no voy a decir que me sorprenda. En la mayoría de ocasiones, desde dónde se explican las “buenas” razones de la iniciativa de tipo económico, demográfico y desde un cierto “buenísmo” que recalca que esta iniciativa que arropa a quinientas mil personas en situación irregular, es “lo decente”no lo democrático, lo ético y legal. 

Este tipo de argumentos se sustentan, por un lado, en que debemos acercar las razones a aquel espectro de la sociedad que es de “centro” y que no tiene muy claras las cosas, y a quienes hay que atraer con un discurso que les importe, porque parece que el que las vidas de las personas estén en juego, no importa lo suficiente: “al debate de la regularización no se entra por la izquierda sino por el centro se dice. Entonces yo me pregunto ¿qué es eso del centro?, ¿qué entendemos por el centro? Por otro lado, parte de una mirada que infantiliza a la sociedad española y que la imposibilita para comprender cuál es el lugar que ocupa en Europa y en el mundo. Un complejo de inferioridad anclado hace cuarenta años, que provoca reacciones violentas ante la posibilidad de un cambio de paradigmas. Por supuesto, estos dos sustratos -que son más pero que hoy no me da lugar a despellejarlos todos- constituyen ese suelo de opresiones racistas, clasistas, patriarcales, capitalistas y neocolonialistas que se entretejen y sobre el cual se desarrollan nuestras vidas.

Se pretende convencer a una mayoría social de la necesidad y pertinencia de la regularización de las personas migrantes y refugiadas en los mismos términos que lo hace la derecha, o el centro derecha, o la gente del bar, que para el caso viene a ser lo mismo. Hablar en los términos del enemigo porque la sociedad “aún no está preparada” y no podemos entender que a quien tenemos delante no es un enemigo, sino un ser con miedo, infundado, pero histórico, a quien se le ha prometido el progreso; que creció pensando que España fue un imperio colonial, basto y rico, y seguimos reproduciendo ese imaginario cuando concebimos que solo así va a entender que regularizar es una necesidad o una urgencia y no el deber ser de una sociedad democrática.

Cuando el argumentario pasa a describir que somos necesarias para tributar, para que la vejez española de mañana pueda tener una pensión digna, para que tengamos los hijos e hijas que el sistema necesita para continuar siendo productivo (si es que lo ha sido alguna vez); cuando aceptamos como válido que la sociedad española no puede construir pilares éticos diferentes, modelos relacionales que cobijen la diversidad de lenguas, de cuerpos y de sentires, sino solamente puede aspirar a ser una rueda más del engranaje capitalista, racista, colonial y patriarcal, entonces, hemos perdido el debate. Y lo peor, el peso de esa pérdida recae sobre los cuerpos de las mujeres migrantes, sobre las identidades y corporalidades disidentes, sobre las personas racializadas que vivimos en el Estado español; y sobre aquellos cuerpos y territorios del resto del mundo que se siguen explotando sin compasión.

La apuesta de las mujeres y disidentes, sujetas políticas organizadas en todos los lugares del mundo tienen como punto de partida los cuidados, la vida en comunidad, el rechazo indiscutible de todas las formas de violencia en todos los ámbitos. Desde la construcción de la memoria histórica y la defensa de los territorios afectados por las políticas neoliberales extractivistas -en la que se han embarcado cientos de colectivos en América Latina y pueblos en Abya Yala- las estructuras del poder supremacista blanco, masculino y capitalista son justamente la razón principal por la que las mujeres y disidentes que hacemos parte de la construcción de un relato “otro” de la historia, insistimos en incluir nuestras experiencias y saberes, en una apuesta de largo aliento que busca no hablar más en los mismos términos del sistema sino en los propios. Esta tarea pasa también por repensar las maneras de comunicarnos y de tejer redes de confianza y afectos que nos permitan construir puentes. Y es, bajo las premisas del antipatriarcado, el anticolonialismo y el antirracismo que forjamos argumentos que no hablan en los términos del opresor, que nos han definido históricamente por debajo la línea de lo humano, en calidad de no seres.

Cuando se nos reitera una y otra vez, por ejemplo, que es necesario regularizar a las personas migrantes porque “su estructura demográfica es mucho más joven (… y) la presencia de inmigrantes de primera y segunda generación está ligada con una tasa de fertilidad más elevada, no es que no sea cierto, y no es que España no necesite empezar a tomar medidas urgentes para ampliar la base de la pirámide demográfica; es que quizá, en lugar de contar con nuestros úteros habría que empezar por plantearse por qué las familias no quieren o no pueden tener hijes. Asumir que hay que regularizar por este motivo importantísimo, porque nos jugamos la supervivencia, es lo mismo que aceptar que este país no es capaz de profundizar su estado de bienestar garantizando los derechos fundamentales y prefiere seguir manteniendo un falso equilibrio que ni a los españoles, muy españoles, les termina de cuajar, y que nosotras nos negamos a sostener. Porque las mujeres migrantes paren aquí, y sus hijas paren aquí a sus hijas e hijos que serán denominados como dispositivos móviles: de segunda generación, de tercera generación, de cuarta generación, nunca como españoles. Siempre como mercancías baratas de importación. En este equilibrio perverso, resulta que cuando España avala mediante sus tratados de libre comercio a las empresas multinacionales de energía, telefonía o planificación urbana, con altísimas subvenciones y un aparataje burocrático robusto, y se imponen en nuestros territorios de origen, pasando por encima de las comunidades, de cientos de defensores y defensoras de DD.HH. que cada día son asesinadas, desaparecidas, amenazadas, violadas y exiliadas, y de millones de personas que se ven obligadas a desplazarse y migrar trasnacionalmente; la forma de pensamiento es la misma: ¡les necesitamos! “necesitaremos traer inmigrantes de otros sitios, porque les necesitamos (…) son ellos quienes nos están salvando, no al revés

Sí, claro. Igual que desde hace más de quinientos años cuando en medio de las barbaries que se estaban cometiendo en el Reino de España, y el reino se veía a las puertas del fracaso más estrepitoso, decidió poner en marcha una maquinaria de explotación de los territorios y los saberes que les vino muy bien para pagar sus deudas y para sostener la mentira de la hegemonía de su identidad ibérica. Convirtiendo nuestros territorios, nuestros cuerpos y conocimientos en objetos exportables, carentes de agencia.

Entonces, ¿por qué seguir hablando en los mismos términos del opresor? Nosotras, las mujeres y disidentes migrantes, refugiadas y racializadas, y aquellas que en nuestros territorios de origen se dejan la vida y los sueños construyendo formas alternativas a los dispositivos de opresión, ya no hablamos más en los términos de la subordinación que el entramado de sistemas de opresión desarrolla, tan hábilmente, convirtiéndonos en la cuota necesaria para que el español medio siga soñando con dejar de ser el patio trasero de la Europa desarrollada y pueda convertirse de una vez por todas en una sociedad civilizada. 

La urgencia no radica únicamente en la necesidad de la sociedad española en incorporar mano de obra barata, en que la pirámide poblacional se amplíe, en que sea posible la gobernabilidad del Estado o en que las energías renovables se implanten hasta en el último cerro de nuestras montañas. La urgencia es que el cambio climático ya no da más chance, y la prioridad es profundizar los derechos democráticos porque tenemos a más de quinientas mil personas sufriendo las consecuencias de un sistema injusto y desigual que vulnera y excluye a las personas que en los países fuera de su órbita son tratados como nadies.

Y es que no somos los nadies ni estamos en los márgenes, estamos y somos el centro. Las economías de los estados de bienestar europeos y norteamericanos tienen su centro de acción y reproducción en nuestros lugares de origen y en las cientos de mujeres que sostenemos la vida con nuestros cuidados, afectos y con una implicación política que supera todas las expectativas. Tanto así, que estamos hoy aquí y ayer y mañana en tantos otros espacios exponiendo desde la ética del cuidado de la vida que nuestra memoria no se pisa más y que exigimos nuestros derechos legítimamente porque son, sin discusión alguna, para todas todos los días, en todos los lugares del mundo.

Negamos hablar la lengua del opresor pues es seguir admitiendo sus postulados, sus formas relacionales exclusorias y sus carencias. Desde el centro de las opresiones nos situamos miles de mujeres y disidentes que hartas de hablar la lengua del opresor construimos redes de apoyo, porque como dirían las hermanas de la Iniciativa Mesoamericana de Defensoras de Derechos Humanos, “cuidar es transgresor, un acto de justicia histórica y una forma de construir vidas que merezcan ser vividas”.

* Katherine Muñoz Tirano. Graduada en Antropología social y cultural con énfasis en estudios de género y feminista; editora y dinamizadora teatral intercultural. Su trayectoria profesional y como activista la han llevado a compartir sus conocimientos e inquietudes con mujeres refugiadas, exiliadas y migradas latinoamericanas, especialmente colombianas, con quienes ha trabajado en torno a la construcción de memoria histórica y la paz; desde el teatro, la escritura creativa y la investigación acción participativa desde un enfoque de los derechos humanos, respeto y defensa de las diversidades.

Equipo de redacción El Comején.

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