Hace pocos días se dio a conocer por parte de Mohamed VI, rey de Marruecos, una carta enviada por Pedro Sánchez, Presidente del Gobierno español, a través de la cual se reconoce que la antigua potencia colonizadora está a favor de la solución autonomista propuesta por el gobierno de Rabat. Esto implica un giro de 180 grados respecto a la posición que históricamente ha mantenido Madrid frente a las posibles soluciones de este conflicto que ya está próximo a cumplir medio siglo. Al respecto, sorprende, por un lado, que tal postura haya cambiado bajo el gobierno de un partido que en teoría se autodenomina “socialista” y por otro lado, el momento en que se da, plena guerra entre Rusia y Ucrania y por consiguiente, crisis frente al abastecimiento de gas por parte de Europa. Estos últimos dos factores en teoría deberían haber hecho poco probable que tal cambio de postura se produjese, como se explicará a lo largo de este texto, empero, el cambio de postura se dio.
El conflicto en el Sahara es una de las tantas heridas que produjo la colonización europea que aún no han podido sanar. Cuando en 1884 se reunieron en Berlín los delegados de las principales potencias del viejo continente se repartieron África sin importarles en absoluto el destino de los pueblos que incorporarían a sus dominios. La crisis económica que había empezado en la década anterior hizo que el capital financiero y el capital industrial se uniesen y formasen grandes monopolios que necesitaban extenderse más allá de las fronteras nacionales. Los mercados en el continente americano y una parte del asiático ya estaban en gran parte repartidos, sin que fuese suficiente para detener el voraz apetito de los nuevos monopolios.
África, por el contrario, aunque era rica en materias primas, se dificultaba su explotación al no existir la figura de los “Estados” ya existente en América y Europa. En esa Conferencia, la decadente España encontró una oportunidad para compensar en algo la debacle que desde el inicio del siglo había vivido en América, donde las únicas posiciones que aún mantenía eran Cuba y Puerto Rico. Para ello, se le otorgó como “premio de consolación” —aparte de los territorios circundantes a Ceuta y Melilla— el territorio desértico localizado al frente de las Islas Canarias, una región que para ese momento aparte de ser poco poblada, excepto por algunas tribus nómadas, carecía aparentemente de recursos naturales. Ese territorio es lo que hoy se conoce como el Sahara Occidental.
Para el momento en que inicia la colonización del Sahara Occidental, al no existir en la mayor parte de África la figura de “Estados” ni el concepto de “Estado Nación” en el sentido moderno (europeo) del término, es difícil determinar si realmente ese territorio hacía parte de Marruecos —como ellos lo han afirmado— o no. Para empezar, hay que mencionar que hasta ese momento jamás había existido bajo el criterio moderno de lo que es “Estado” algo denominado “Marruecos” como tampoco algo denominado “Sahara Occidental”.
El Sultanato de Marruecos antes del reparto de África nunca fue un “Estado” en el sentido moderno del término, ya que el elemento esencial de la soberanía interna no existió dado que el poder estaba descentralizado y no existía un monopolio único de la fuerza sino un sistema de alianzas. Por otro lado, la organización de las tribus saharauis, dado su estilo de vida nómada, tampoco estaba centralizada y muchas veces giró alrededor de alianzas internas y externas, muchas veces superpuestas. Esa realidad tan compleja llevó a que a medida que el proceso colonizador avanzaba, tanto en Marruecos como en el Sahara, y el resto de África, se buscara también la edificación del concepto de “Estado Nación” a partir de las tribus locales. Bajo esa realidad, cuando el proceso de descolonización era inevitable, Marruecos empezó a reclamar el territorio del Sahara como parte de su Estado, —ocupado por España—, en tanto que la población local saharaui no se identificó como marroquí, sino como una nación aparte.
En ese contexto y bajo la bandera del anticolonialismo, los saharauis fundan en 1973 el Frente Popular por la Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro (las tres provincias en que España dividió al Sahara Occidental), más conocido como el Frente Polisario, e inician la lucha armada contra España. Dos años después cuando el dictador Franco agonizaba y la independencia del Sahara parecía próxima, Marruecos realiza la marcha verde: 350.000 civiles avanzan desde el norte para “recuperar el territorio ocupado por el colonizador español”. Los españoles huyen, abandonando el territorio, que pronto es anexado por Marruecos y por Mauritania.
En ese contexto, el Frente Polisario a la vez que proclama la República Árabe Saharaui Democrática, inicia una guerra en dos frentes, contra Marruecos y Mauritania. A estos últimos logra derrotarlos por la vía armada en 1979, pero el territorio liberado es nuevamente anexado por Marruecos. Ese resultado militar es entendible, ya que el conflicto no escapó a la dinámica de la Guerra Fría y dado que el Frente Polisario recibió apoyo de Argelia, para entonces cercana a la Unión Soviética, Marruecos lo obtuvo de Estados Unidos y de sus aliados de Europa Occidental.
Tras la anexión de casi la totalidad del territorio saharaui por Marruecos, solo una pequeña franja de terreno en la frontera con Argelia continuó bajo control de las tropas del Frente Polisario. El gobierno de Rabat procedió a construir un muro y a sembrar millones de minas, bajo el argumento de impedir ataques guerrilleros. Esto llevó a que miles de refugiados que habían huido a la vecina Argelia quedaran aislados de sus hogares. Simultáneamente, Marruecos procedió a trasladar población del norte del país a los nuevos territorios incorporados. El conflicto armado es pausado en 1991 tras la suscripción de un alto al fuego y acordar que una misión de las Naciones Unidad celebraría un referéndum de autodeterminación en febrero de 1992. La misión de las Naciones Unidas (MINURSO) efectivamente llegó al terreno ese mismo año desplegando cerca de medio millar de funcionarios. No obstante, 32 años después, a pesar de la presencia permanente de la MINURSO, el referéndum no se ha realizado. Esa situación llevó a que en el 2020 se rompiera el alto al fuego y el Ejército de Liberación Popular Saharaui adscrito al Frente Polisario reanudase sus ataques contra los militares de Marruecos.
En ese contexto de confrontación es que aparece la carta de Pedro Sánchez. Sorprende que venga de un Jefe de Estado cuyo partido se autodenomina “socialista”, dado que tal agrupación política era partidaria del principio de autodeterminación por parte del pueblo saharaui. Sería difícil pensar en este cambio de postura si realmente el gobierno español tuviese plena soberanía sobre sus decisiones. Esto no es así. Al pertenecer España a la Unión Europea, gran parte de las materias que tradicionalmente un Estado maneja, están en cabeza de la organización supranacional dirigida desde Bruselas. Una de esas es la pesca, que de acuerdo a los Tratados de Lisboa del año 2007 son dirigidos desde Bruselas. Desde tiempo atrás, marruecos ha manejado la llamada “diplomacia pesquera” a través de la cual por medio de concesiones a Europa ha logrado ciertas ventajas en el plano diplomático. El último de esos acuerdos se suscribió en el año 2019 y vence el próximo 2023. A través de éste, a cambio de 52 millones de euros anuales pagados con fondos comunitarios, Europa mantiene 128 barcos pesqueros en aguas de los cuales 92 son españoles. En tal acuerdo se incluyó al Sahara Occidental, a pesar de que el Tribunal Europeo de Justicia desde el 2016 había advertido que tales acuerdos no podrían incluir a dicho territorio al no ser parte de Marruecos. No obstante, las aguas atlánticas del Sahara son ricas no solo en pescado, sino también en pulpo, el cual es sabido su alto valor económico.
Otro renglón que pueda explicar una presión por parte de Bruselas al cambio de postura de Madrid con respecto a la cuestión saharaui puede estar en los fosfatos. Este mineral que es empleado para toda una variedad industrial que va desde fertilizantes hasta elaboración de jabones y productos de limpieza. Es un mineral relativamente raro, siendo encontrado solo en cinco países. Uno de estos lugares está en el Sahara Occidental y representa grandes ingresos a Marruecos. No obstante, ha tenido dificultades para comercializar este producto con algunos países, sobre todo, por la posibilidad de que sus cargamentos y/o sus recursos provenientes de estos pagos, puedan ser embargados por tribunales de países que no reconocen soberanía del gobierno de Rabat sobre territorios saharauis. En el contexto de la Guerra en Ucrania, en la cual éste país es junto a Rusia y Bielorrusia los principales productores de fertilizantes, levantar cualquier posible restricción a la importación de fosfato desde el Sahara para producir fertilizantes beneficiaría a Europa Occidental y en especial a España, además de los posibles intereses que puedan haber para que sus empresas hagan negocios con OCPl la empresa estatal marroquí que controla la extracción del mineral.
El cambio de postura español parecería absurdo a pesar de lo anterior, si se tiene en cuenta que en el contexto de crisis energética que padece Europa, ante el recorte de suministros de gas por parte de Rusia, la única alternativa es Argelia, aliado histórico del Frente Polisario. Vale destacar que casi la totalidad de gas que consume España viene de Argelia, a través del gasoducto Medgaz construido entre el puerto argelino de Beni Saf hasta el puerto español de Almería. Sorprende aún más, cuando hasta hace unos años se había propuesto la construcción de un gasoducto a través de Cataluña (Midcat) para extender el Medgaz hasta Francia y así, convertir a Argelia en uno suministrador alternativo de gas al resto de Europa a través de España. El Midcat se empezó a proyectar en el 2010, pero en 2019 se había dado por muerto. En estos días, a raíz del conflicto en Ucrania, no solo ha habido reuniones de alto nivel para resucitarlo, sino que, además, se ha planteado la construcción de otro posible gasoducto desde costas españolas hasta Italia. ¿por qué entonces España desafía a Argelia cambiando de postura respecto a la cuestión Saharaui?
La respuesta puede ser que, ante la posibilidad de aumentar las compras de gas al país norafricano, Madrid haya subestimado la reacción argelina al respecto, creyendo que al ofrecerle aumentar sus negocios, no reaccionaría frente al tema saharaui. Por ahora parece que el calculo no salió bien, ya que de inmediato fue llamado a consultas el embajador en Madrid. No obstante, no se sabe si esta posición continúe en el tiempo o si esto termine afectando el negocio del gas. Es de reconocer que la economía de Argelia depende en gran parte de la exportación de gas y de petróleo y que por más solidaridad que tenga con el pueblo saharaui, difícilmente podrá resistirse ante los miles de millones de euros que implicaría aumentar sus exportaciones gasíferas a Europa.
Cabe también la posibilidad que Estados Unidos y Francia hayan ejercido presión sobre Madrid para que cambiara su postura respecto al tema Saharaui. Una afectación de las relaciones entre España y Argelia favorecería tanto a Washington como a Paris. Estados unidos se convertiría en el surtidor monopolístico de gas a Europa a través de GLP, del que ha obtenido grandes ventajas dada la guerra en Ucrania. Abortando la posibilidad de interconectar el gas argelino con el resto de Europa, se incrementarían esas ventajas, ya que entre otras cosas no solo podría fijar precio a su antojo, sino incrementar aún más la dependencia europea hacia Estados Unidos. Por ahora, la única manera viable de llevar ese gas tanto argelino como africano en general, es a través de España, ya que es el único país que tiene la infraestructura suficiente para almacenarlo. En cuanto a Francia, este país a mediano plazo obtendría ventajas, porque tendría una razón suficiente para reactivar las nucleares. Empresas como Total Energy, de capital francés, se quedaría con cuantiosos contratos para el descongelamiento del gas vendido por Estados Unidos.