La clase de Comunicación para el Desarrollo era una de las que más me gustaba cuando estaba en la universidad. Recuerdo especialmente el día en que el profesor explicaba el sistema de estratos en Colombia y lo importante que era la clase media, a la que definía como colchón o sostén de la sociedad.
Si la clase media es amplia y sólida, el rico no se descalabra si se empobrece, y el pobre puede aspirar a mejorar sus condiciones de vida, aunque no sea un candidato para acumular riqueza; o algo así decía el profesor cuando Estrato tres hizo un chiste que interrumpía la explicación, lo que molestó a Estrato seis que respondió: “Cállate, que tú no conoces el mar”. Un bofetón mucho más fuerte que el que le dio Will Smith al presentador de los premios Oscar. El tufo clasista del comentario podía olerse en toda la universidad, pero nos reímos todos porque en el 99 ese tipo de crueldades todavía eran graciosas.
En ese entonces todavía me faltaban experiencia y madurez para comprender lo que encerraba una frase como esa en Colombia, donde la estratificación no solo determina el valor de un terreno o inmueble. También la forma en la que nos vemos unos a otros, y cómo y con quién nos relacionamos. Dime en qué estrato vives y te diré quién eres.
Colombia tiene un sistema único en el mundo en el que estrato uno, dos y tres reciben subsidios del estrato cinco y seis para pagar los servicios básicos. El estrato cuatro, que según mi profesor debería ser más amplio y sólido no subsidia, pero tampoco recibe ningún tipo de ayuda. Se ahoga en deudas de forma independiente.
La clasificación por estratos, que en su momento se presentó como un sistema solidario para sacar de la pobreza a millones de colombianos, resulta perversa porque se creó para ayudar a los pobres; pero no porque el país sea pobre, sino porque unos cuantos ricos se roban el dinero a manos llenas y la plata no alcanza para salir de la eterna aspiración al desarrollo de la que hablaba mi profesor.
Cuando llegué a España comprendí mejor el exacerbado clasismo colombiano. Me bastó apenas un pequeño ejemplo cercano para comprender la diferencia entre el país que dejaba y el país que me recibía. La abuela de mi hijo, una gallega que llegó a Francia muy joven y sin saber nada de francés, trabajó como empleada doméstica durante 45 años en París. Trabajó duro, durísimo, pero gracias a un sueldo digno, y a que era vista como una trabajadora y no como una sirvienta personal, mandó a sus dos hijos a la universidad en Londres, y compró una casa en Galicia en la que vive disfrutando su pensión.
Para la celebración de sus bodas de oro invitó especialmente a Chantal, una señora para la que trabajó durante varios años, y que fue recibida en la fiesta como una amiga más. Entonces sí entendí que el clasismo colombiano no es solo cuestión de estratos sino de una forma de ver, vivir y sentir la sociedad.
Después de la votación que obtuvo Francia Márquez en las elecciones del pasado 13 de marzo, al estrato seis se le pararon los pelos; o mejor, se le erizó el vello cuando ella habló de “vivir sabroso”. ¡Ay, señor! la clase que ha gobernado toda la vida en Colombia quedó espantada con esa expresión tan de pueblo, tan de poco gusto, tan corroncha, tan de todo. Sagrado rostro, ¿qué será eso de vivir sabroso? Suena a fritanga, a paseo de olla en el parque. Suena a que tal vez, algún día, la empleada doméstica pueda sentarse en la misma mesa en la que come la patrona.
A mí me dio risa leer a la intelectualidad bogotana pelando el cobre en Twitter, porque la clase no se puede negar. Son muchos los que están aterrorizados porque una mujer negra pueda ser la vicepresidenta de un ex guerrillero. A esa clase dirigente que lleva una eternidad en el poder le da pánico que le hablen de salud pública y educación gratuita. Les da urticaria cada vez que recuerdan a Petro con zapatos Ferragamo, pero ni se despeinaron cuando uno de los paramilitares más grandes que ha parido Colombia se plantó vestido de Gucci en el Congreso. Es más, lo aplaudieron.
Las cifras dicen que la votación que obtuvo Francia Márquez es histórica. Y es verdad; nunca antes hubo una bancada tan roja en el Congreso, pero sí hay antecedentes que sirven de referencia para entender porqué los reclamos del pasado son los mismos del presente. La votación que tuvo la Unión Patriótica en su momento también fue histórica, y sus propuestas de gobierno iban en la misma línea de lo que propone el Pacto Histórico hoy. Derechos humanos, cuidado del medio ambiente, reforma agraria y cosas que al estrato diez le huelen a comunismo.
“Vivir sabroso implica tener unas condiciones de dignidad y eso implica que el Estado llegue con presencia a cumplir con su mandato constitucional donde nunca lo ha hecho (…) Acceso a la educación, a un empleo, al arte, a la cultura, a la ciencia, a la tecnología, al deporte”, dijo Francia Márquez cuando le preguntaron qué significaba vivir sabroso. Tuvo que ser enfática en su explicación porque la intelectualidad tuitera se paralizó con la semántica, y pensó que se trataba de una horterada propia del estrato uno.
Yo no soy partidaria de endiosar a los políticos. Son servidores públicos a los que se les debe pedir cuentas y se les debe exigir que cumplan con lo que prometen. Creo, además, que ser mujer, indígena, negro, o víctima es una condición que legitima la reivindicación, pero no es sello de garantía. Si Petro y Francia Márquez llegan a ocupar el poder, tendrán que demostrar que pueden con el reto al que se enfrentan. Tienen una historia, una trayectoria profesional y política que les avala, y por eso creo que representan una oportunidad de oro para componer ese país.
Preferiría, eso sí, que algunos dejen de llamar a Petro “mi presidente” porque esta también es una oportunidad de acabar con ese lenguaje militarista y servil de mi coronel y mi general que tanto complace al estrato seis. Yo quiero que Petro sea el presidente de Colombia y Francia la vicepresidenta para que le demuestren a la clase dirigente y rancia que gobierna la finca, que sí es posible dejar de tratarnos como sirvientas y patrones. Que sí es posible sentarnos en la misma mesa.