Hay tan poco por escribir cuando se tiene tanto que decir. Las palabras se quedan cortas ante el gozo o la tristeza profunda. Ante la desidia exacerbada de quienes conjuran maleficios contra el cambio. Paros armados, balas, llantos, madres, elecciones… “decisiones, cada día. Alguien pierde, alguien gana, Ave María…”.
Rubencito me acompaña en esta mañana lluviosa de mayo. Un café amargo es cómplice de estas letras que amenazan con profanar la extraña tranquilidad de mi barrio. Si fumara, seguro tendría un cigarrillo yendo y viniendo entre la boca y los dedos, ahuyentando de bocanada en bocanada la desesperanza que se cuela entre mis pensamientos ante las imágenes desgarradoras que rebozan en redes y medios, ante el insulto a la justicia, a la poca democracia y decencia que nos queda.
Soy la protagonista de esta elegía en prosa al desespero, la rabia y la sabrosura y, como en una película de Jarmusch, me siento extraña en este “paraíso” llamado Colombia. Es que esta patria duele tanto que lo que quiero es huir, olvidarla, dejarla atrás, no recordar jamás que aquí soy feliz. Condenada mi risa porque no la tienen 6402. Mi alegría es una cachetada para cada desplazado, para cada mujer asesinada, para cada joven violentado, cada niño abandonado. Ahora es Silvio quien susurra, “al final de este viaje quedamos los que puedan sonreír”, entonces sonrío, porque la esperanza es un privilegio; con lágrimas en los ojos, escribo y sueño.
Sueño con ser periodista y artista, de esas que no callan, que no se arrodillan, que no venden su pluma, su voz por el cobijo y protección del clan familiar de esta charquilla en la que no me falta nada, pero que tiene una extraña forma de hacerme sentir vacía, culpable, mala. Mala mujer, hija, mala, porque “quién no quiere a su patria, no quiere a su madre”. Pero yo no, yo no quiero ser madre. Me duele el vientre, me desangro, me arde el corazón, se me calienta la cabeza y reviento con el dolor de las hijas e hijos que no he parido pero que son tan míos. ¿Quién las protege en las calles? ¿Quién las escucha? ¿Quién los arrulla en las noches oscuras?
Sueño con ser una profesora que haga la diferencia ante la indiferencia a las que nos someten los filtros, las mentiras, las horas que gastamos pegados de una pantalla que nos miente con cada scroll. Dale click, me gusta, comparte, sígueme, anhelo más followers. Vengan a mi Elon y Zuckerberg, engañen mis sentidos, evítenme la ardua tarea de pensar, de sentir, de razonar. Confúndanme en el montón y solo muéstrenme lo que quiero ver, no me cuestionen, no me hagan dudar, solo permítanme mostrar mi vida ante la mirada aguijoneante de otros que fingen felicidad.
Contengo la respiración, miro el vacío, el cursor titila… pienso en el 29 de mayo, en el futuro inmediato, en cumplir con mi parte. ¿Cuál? ¿Votar? ¿Solo votar? ¿Hay algo más que pueda hacer? ¡La dignidad no se vende, carajo! Me repito cómodamente desde el 904. En lo alto, observando a quien busca entre la basura el sustento del día; a la madre que llora en un rincón de su nido vacío la ausencia, la soledad; al bachiller que guarda sus sueños de estudiar en la universidad en el baúl profundo del hambre. Y me veo a mí, viendo la lluvia de mayo caer, transmutando lágrimas en palabra viva, recorriendo las sendas de la esperanza, desandando batallas, hurgando en los anhelos, imaginando el despertar de esta horrible noche con un sol que alumbre a todos, gritando como Núñez, el bien germina ya.