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Plan Nacional de desarrollo y digitalización

Una alternativa democrática a las locuras digi-capitalistas y autoritarias. Un cambio estructural al terreno donde las ultraderechas se hacen fuertes.

Ilustración de Cami Marín

Ilustración de Cami Marín

La digitalización de la economía o automatización, cuyo rol protagónico está asignado a la inteligencia artificial, es la revolución industrial de nuestro tiempo. Cambiará por completo la forma de generar valor (producir), de trabajar y, por tanto, la forma como las sociedades se organizan. Se trata de una transformación disruptiva, como todos los grandes avances tecnológicos en la historia desde la invención del fuego. Implica la reconfiguración de las relaciones entre seres humanos y la forma como nos percibimos a nosotros mismos. Cambia hasta nuestra psique, como lo viene advirtiendo desde hace varios años el filósofo Byung-Chul Han. La digitalización es mucho más que un conjunto de nuevas, más cómodas y más eficaces herramientas de comunicación, de transporte, de trabajo y hasta de conseguir pareja. La digitalización es la nueva fase del capitalismo, de la humanidad, y es al mismo tiempo el más claro ejemplo de todo lo que está mal con ese modelo económico.

El modelo de negocio de lo digital se basa en tres pilares que representan el sueño húmedo de cualquier devoto neoliberal. La apropiación salvaje y privatización absoluta de la materia prima (los datos), un control monopólico del mercado por parte de los más grandes actores, y la vigilancia constante y milimétrica de los consumidores, es decir, de usted y yo, de todos. Todo esto sin importar las fronteras.

Los datos son la principal materia prima, así como el carbón y el petróleo lo han sido hasta ahora para la fase actual del capitalismo. Lo que te pones, lo que comes, como navegas por la ciudad, a donde vas de vacaciones, lo que ves en el cine y en la TV, absolutamente todo son datos, y esos datos son la nueva base de la economía. El punto crítico del asunto está en definir a quien pertenecen esos datos, como son cosechados y quien tiene el derecho de su uso, explotación económica y administración.

Para los ingenuos (o malintencionados), todo esto se reduce a un problema de privacidad. Los datos le pertenecen a cada individuo y basta con desarrollar reglas claras bajo las cuales usted y yo decidamos si permitimos que empresarios de la tecnología accedan a ellos. Eso son los pequeños avisos que usted no lee y acepta cada vez que entra a una página web o descarga una aplicación. Trasladar la responsabilidad de la adjudicación y administración de los datos al individuo, cuyo poder frente a las empresas tecnológicas no existe, es la proyección irreflexiva de la fracasada idea neoliberal de que el mercado lo resuelve todo.

Son las grandes empresas tecnológicas, gracias a su monopolio casi absoluto, quienes se están apoderando de los datos de manera salvaje gracias a la ausencia de controles democráticos que prioricen el bien común sobre el afán de ganancia. Los datos deben ser vistos como un bien común de valor estratégico para el futuro de las sociedades. Serán la principal fuente de valor. 

Imaginen si los Estados, una vez descubierto el petróleo, en lugar de entender su valor estratégico y social, y desarrollar sistemas de concesiones de exploración y explotación, y asegurar el pago de impuestos, hubieran permitido que cualquier aventurero cavara un hoyo y sacara el crudo de la tierra mediante acuerdo particular con el respectivo dueño del terreno. Ante la aparición de un bien de semejante magnitud los Estados han modificado sus leyes para asegurar el beneficio común. El modelo actual es todo lo contrario, está más cerca de lo que hicieron los españoles en la conquista, que del ideal de de derechos de nuestro tiempo.

Una vez los datos son cosechados se convierten en propiedad privada de las empresas, quienes los ofrecen al mejor postor, porque los principales ingresos de la industria tecnológica provienen de la propaganda, esa es la verdadera gallina de los huevos de oro de la nueva economía. En Noruega, donde resido, se hacen casi 300 subastas diarias con fines meramente comerciales por los datos de cada ciudadano. Los datos son recolectados y vendidos. Mientras que un estudiante de maestría, o cualquier científico, tiene que pasar por numerosos controles y solicitudes de permisos para acceder a los datos necesarios para su investigación, los gigantes tecnológicos, cuyo único afán son las ganancias, pueden recolectar nuestros datos casi sin restricciones.

Para acceder a esos datos las compañías emplean un modelo de vigilancia y perfilamiento de cada usuario. La aplicación que monitorea tu sueño, con la que escuchas música, con la que supervisas tu ciclo menstrual, con la que controlas la luz de tu apartamento, o con la que haces tus transacciones bancarias o pagos en las tiendas. Todo, desde las tareas más sencillas hasta las más complicadas en nuestra vida privada o laboral están hoy asociadas a lo digital. Mientras que las sociedades democráticas han tardado décadas para limitar que la policía pueda entrar a tu casa y revisarlo todo sin orden judicial, y estableciendo un sistema de normas que aseguran tu privacidad, las grandes compañías tecnológicas se escapan de casi cualquier control.

Finalmente, los gigantes de la tecnología (Alphabet, Amazon, Apple, Meta, Microsoft y unos pocos más), están por fuera de las leyes antimonopolio. Es decir, ni siquiera las mismas reglas de juego limpio aceptadas ampliamente por los capitalistas para controlarse a ellos mismos aplican a las grandes compañías del sector digital. Trabajan activamente para impedir que surjan nuevos competidores. Se niegan por principio a que su infraestructura, es decir, sus aplicaciones (programas) y dispositivos, puedan interactuar con elementos que están por fuera de su ecosistema. Esto resulta en que una vez el usuario hace uso de ellos queda atrapado, encarcelado. Además, y si por algún azar de la fortuna surge una nueva aplicación o dispositivo que pueda plantarles competencia, pues sencillamente lo compran de manera hostil, es decir, con o sin el consentimiento de sus creadores. El cacareado cuento de la innovación es real siempre que innoves usando sus sistemas.

El sábado pasado tuve la fortuna de participar en un ejercicio preparatorio para una de las audiencias públicas incluyentes, las asambleas donde se están recolectando las propuestas de los ciudadanos para la construcción del Plan Nacional de desarrollo del gobierno del Pacto Histórico. En la metodología propuesta no vi un tema que pusiera la digitalización democrática como una meta de la sociedad colombiana. Si logramos salirnos de la idea de que en lo tecnológico lo único que tenemos que hacer es cerrar el gap, ponernos al día, y asumimos una aproximación crítica y propositiva sobre el tema, haríamos un cambio Comején. Se puede proponer una alternativa democrática a las locuras digi-capitalistas y autoritarias de Nayib Bukele, y dar un cambio estructural al terreno donde las ultraderechas han cosechado sus más recientes victorias.

Desde la popa del Titanic. Historiador colombiano residente en Noruega.

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