Nadie discute que el mundo está en crisis. Verdad evidente. Algunos piensan que es sólo debido al coronavirus, pero, si nos referimos a la crisis económica, es necesario decir que los síntomas que anunciaban una recesión mundial ya estaban presentes desde mucho antes que la epidemia comenzara en Wuhan.
Primero, lo que Keynes hace 90 años llamó “trampa de la liquidez”, el miedo de las personas y de las empresas a endeudarse ante la posibilidad de no poder pagar, a tal punto que nadie quiere préstamos, aunque no se cobre intereses. Este miedo ya afectó y estancó la economía japonesa desde los años 90 hasta 2011 y obligó al Banco Central Europeo desde 2014 a ofrecer tasas de interés negativas, es decir, a regalar algo así como 0,1% del préstamo. Japón recayó en la enfermedad y aplicó tasas negativas en 2016.
Segundo, el desperdicio de capacidad instalada de la industria, que ya estuvo detrás de la crisis del 2008 en Estados Unidos como lo demostró Krugman, era evidente en Europa donde en 2016 la capacidad instalada no utilizada era del 20%. Esto, como el miedo a endeudarse, tiene como causa la caída de la rentabilidad, la baja de la tasa de lucro.
Porque por una parte el capitalismo aprovecha las crisis y las tragedias para imponer a la gente las peores medidas, y para reprimir o evitar la movilización popular (…)
Tercero, la sobreproducción de petróleo, una verdadera bomba que ha hecho explosión en la economía de Estados Unidos y de los países exportadores de petróleo. Ha sido denominada la burbuja del fracking, porque Estados Unidos en el intento estratégico de acercarse al autoabastecimiento, aumentó la producción de 5 millones de barriles diarios en 2009, a 13,1 millones en febrero de 2020.
Los planes de Estados Unidos de llegar a los 15 millones de barriles diarios se derrumban, porque no tuvo en cuenta el comportamiento cíclico de la economía, del consumo, los precios y la rentabilidad. Con precios de menos de 40 dólares barril las empresas de fracking se quiebran e inician una reacción en cadena que afecta al empleo, a los proveedores y a los bancos acreedores. Países como Colombia son muy afectados.
Pero ni pensemos que la recesión gigante que comienza destruirá el capitalismo, al menos no lo hará por ella misma. Porque por una parte el capitalismo aprovecha las crisis y las tragedias para imponer a la gente las peores medidas, y para reprimir o evitar la movilización popular, tal y como lo demostró Naomi Klein en La doctrina del Shock, “tanquetas para el Esmad en vez de respiradores”. Por otra parte, el capital corporativo ha tenido y tiene su propia “solución” para las crisis cíclicas graves: la guerra imperialista. Y para completar, la misma crisis permite que la desesperación de la clase media y los desempleados se convierta en movimientos fascistas que imponen la represión y la guerra.
La crisis de 2001 causó la guerra y se “solucionó” hasta después de 2003 con la guerra de destrucción de Iraq. El movimiento popular protestó por la guerra contra Iraq en casi todos los países. Pero las guerras contra Libia y Siria “solucionaron” la crisis económica que comenzó en 2008 sin que hubiera protestas de masas y con la claudicación frente a la política por parte de los sectores progresistas e inclusive de buena parte de la izquierda. Cuando la crueldad guerrera de la señora Clinton destruyendo a Libia no se quedaba atrás de la frialdad sanguinaria de Trump condenando a Irán o a Venezuela.
Las “sanciones” contra Irán y Venezuela, el bloqueo y la guerra económica contra Venezuela, el secuestro de sus propiedades y cuentas en el exterior y el envío de paramilitares y mercenarios desde Colombia, además de los objetivos económicos buscan, y en el caso de Venezuela, han logrado destruir su capacidad exportadora de petróleo para que no se derrumbe en Estados Unidos el negocio del fracking, que está en dificultades desde 2016. Como quedó demostrado, la causa del desplome de los precios del petróleo no era la falta de un acuerdo entre Arabia y Rusia o entre la OPEP y los exportadores de la OPEP, sino el hecho de que Estados Unidos no estaba en ese acuerdo, siendo que ahora es el primer productor.
La crisis actual no es sólo económica, sino política, social, ideológica, ecológica… Las huelgas de masas demostraron la crisis social y política en varios países de América latina en 2019. También registramos algo mayor, una crisis civilizatoria. Pero el capitalismo del desastre puede obtener lucro de toda tragedia y por el lucro se niega a evitar lo peor, como puede ser el calentamiento global irreversible por medios humanos si el hielo de los polos se sigue derritiendo. Miles de millones necesitamos un cambio de sistema. Pero nos falta construir una estrategia local e internacional para enfrentar al capital transnacional. Nos falta mucha elaboración teórica, coordinación y capacidad táctica para resistir y avanzar en el día.