Lo que nunca esperábamos se ha producido. Un simple virus, que ni siquiera es un ser vivo, ha conseguido sumir en una gran crisis a una buena parte de los humanos del planeta. Un virus que ha producido una gran crisis en todos los aspectos, sanitarios, económicos, sociales y políticos.
La mayoría de los gobiernos, con formas jurídicas diversas, decretaron el confinamiento en casa de la población. Para conseguir que aceptáramos encerrarnos en casa tuvieron que desplegar una campaña comunicativa impresionante. Las metáforas utilizadas eran bélicas: estamos en guerra, guerra al virus, todos somos soldados, venceremos, los héroes, etcétera. Las metáforas comunicativas dan sentido a las restricciones o medidas que los gobiernos implantarían. Las medidas han sido las de parar la economía, confinar a las personas y restringir diversos derechos. Durante la crisis económica de 2008 las metáforas eran sanitarias y las medidas fueron las de inyectar fondos públicos para salvar el sistema financiero.
En Europa no se han producido respuestas militarizadas, el ejército ha tenido un papel secundario, se ha dedicado a desinfectar espacios públicos y residencias de ancianos. Pero en algunos países de América Latina han aprovechado esta crisis para sacar el ejército a la calle para que realice funciones de patrullaje y proteger ciertas actividades comerciales. En Perú hubo reformas legislativas, que dotaron al ejército de funciones policiales y capacidad de usar las armas en la calle contra la población.
Estos derechos sabemos que lentamente los iremos recuperando, como ya estamos viendo, pero mi gran preocupación está en anticipar qué parte de esto derechos no recuperaremos.
En Europa se han puesto en marcha medidas securitarias con restricciones de derechos fundamentales, así se nos ha quitado el derecho de movilidad (no podíamos salir de casa salvo para comprar comida o medicamento), el derecho de manifestación, el derecho de reunión o el derecho de ocupar el espacio público. La policía tenía la tarea de impedir, bajo coacciones, que saliéramos de casa y ejerciéramos cualquiera de estos derechos. Estos derechos sabemos que lentamente los iremos recuperando, como ya estamos viendo, pero mi gran preocupación está en anticipar qué parte de esto derechos no recuperaremos. La experiencia de los atentados del 11-S (crisis terrorista) nos mostró que algunas medidas restrictivas aplicadas durante la crisis no se han revertido, tales como la de no llevar más de 100 mililitros en el equipaje de mano cuando se accede a un aeropuerto. Tampoco ha sido clausurada la prisión de Guantánamo y el nivel de alerta 5 decretado en París que confiere poderes especiales a la policía, está vigente.
Otra medida securitaria puesta en marcha, con diferentes intensidades, ha sido el control de población mediante aplicaciones en los móviles. Unas aplicaciones que de manera voluntaria (Europa) o de manera obligada (China, Corea del Sur) permiten saber si tienes o no el virus, rastrea los movimientos de los ciudadanos y en caso de que se descubra que una persona está infectada puedan aislar a quienes han tendido contacto con ella.
En Europa, muchas personas fascinadas por la tecnología aceptan voluntariamente la instalación de este tipo de aplicaciones, lo cual es una contribución voluntaria a perder el derecho a la privacidad. Recordemos las palabras de Hannah Arendt: un gobierno autoritario lo primero que elimina es el derecho a la privacidad. Es necesario que no cedamos derechos al Estado, que no nos dejemos fascinar por la tecnología y no aceptemos que el Estado genere tecnología de control social. No es el Estado el que tiene que controlar a la sociedad, es la sociedad la que tiene que controlar al Estado.
En una crisis sanitaria como la actual es importante que reflexionemos sobre el concepto de seguridad, que nos formulemos preguntas como: ¿La seguridad de quién? ¿Quién es el objeto de la seguridad? ¿La seguridad frente a qué? ¿De qué nos tenemos que proteger? Esta epidemia nos muestra que la seguridad como absoluto no existe, que somos vulnerables, que no tenemos que obsesionarnos con el virus. Debemos tenerle respeto, ser prudentes, pero no podemos dejarnos vencer por el miedo. En el lenguaje bélico de estos días el enemigo es el vecino, las personas que nos rodean y que son capaces de transmitirnos el virus. No tenemos que caer en estos razonamientos y miedos, nuestra seguridad no pasa por una aplicación que nos diga si a nuestro alrededor hay alguien con virus; nuestra seguridad estriba en tener un sistema sanitario que pueda atendernos, cuidarnos y curarnos en caso de contraer el virus. Cuando las personas piensan que el enemigo es el vecino que puede contagiarnos surgen actuaciones racistas contra chinos y gitanos, por ejemplo, gestos aporofóbicos o rechazo al personal sanitario. No nos tenemos que dejar dominar por el miedo, un virus no es un peligro, es un riesgo que hay que gestionar.
En términos de gobernanza, será preocupante el balance que hagamos cuando pase la crisis. ¿Qué gobierno ha sido más eficaz para gestionar una crisis de este tipo? ¿Un gobierno autocrático como el chino o una democracia como Europa/España? Esta crisis incrementará el número de personas que apoyen formas políticas autoritarias y reportará más aliento a las agrupaciones de extrema derecha que defienden formas autoritarias de gobierno. En España, creo, esta clase de agrupaciones apostarán por re centralizar competencias y disminuir el grado de competencias de las Comunidades Autónomas.
A pesar de las medidas de confinamiento hay que volver al activismo social, no aceptar la pérdida de derechos en aras de la seguridad, no aceptar visiones securitarias de problemas como las epidemias, terrorismo, cambio climático o migraciones. La Revolución, en definitiva, no puede quedarse en cuarentena.