El crimen organizado ha actuado en algún momento de la historia como líder social o proveedor de servicios comunitarios. Desde las bandas criminales colombianas, las milicias urbanas brasileñas, los carteles mexicanos, hasta la mafia italiana o la rusa, son organizaciones que han desarrollado un comportamiento bondadoso y colaborativo que coexiste con su nivel de violencia; ambos empleados para mantener sus negocios ilícitos.
Sin embargo, en medio de dos pandemias, la del virus y la del hambre, estos grupos criminales han encontrado la oportunidad en la catástrofe. La catástrofe para las mafias y pandillas -al igual que para las empresas en todo el mundo- es haber tenido que parar la producción y la operación de la cadena de suministros de sus negocios, los cuales generan ganancias de entre uno y dos billones de dólares al año, según estimaciones de Naciones Unidas y el Foro Económico Mundial (Davos), cifra que representa cerca del 3% del PIB mundial.
La diferencia con las empresas legales radica en que la empresa criminal no responde a las lógicas de crédito y endeudamiento bajo las que operan las economías en el mundo. Las empresas criminales no están bancarizadas; cuentan con liquidez inmediata para proveer recursos a sus negocios, conseguir alimentos, agua, transporte, insumos médicos (legales o de contrabando, no importa) y entregarlos a las comunidades en las que operan y que en muchos casos controlan. Sus estructuras están en capacidad de ofrecer rescates financieros a las pequeñas y medianas empresas, ansiosas de obtener liquidez y financiamiento para no quebrar y perderlo todo.
Mientras los Estados necesitan un largo y tedioso trámite burocrático, el crimen tiene recursos y medios de financiación inmediatos para reaccionar ante la crisis.
En este sentido, cuando las organizaciones criminales como las mafias entregan alimentos, implementos de salud o préstamos a bajo costo en medio de la pandemia, están haciendo una inversión, no un gasto. Invierten en capital social y en apoyo comunitario, lo que en términos empresariales se denomina relación con los stakeholders (partes interesadas). Mientras los Estados necesitan un largo y tedioso trámite burocrático, el crimen tiene recursos y medios de financiación inmediatos para reaccionar ante la crisis. Es ahora, cuando los Estados débiles no pueden llegar siquiera con lo mínimo necesario para estas comunidades, que el rápido apoyo a las comunidades, con flujo de dineros ilícitos, traerá beneficios futuros al crimen. Como diría Darwin, “no es el más fuerte ni el más inteligente el que sobrevive, sino el que más se adapta a los cambios”.
Esta estrategia la empleó Pablo Escobar en la década de los 80´s, ganándose así la lealtad social de las comunidades menos favorecidas, evitando ser entregado por éstas a las autoridades. Tanto así que series como Narcos o Escobar, el Patrón del mal han inmortalizado el imaginario de un supuesto hombre que combatió un Estado corrupto y ayudó a los pobres, entregando casas, mercados y empleando a jóvenes que estaban condenados a la pobreza absoluta en Medellín.
Esta figura idealizada de personajes sombríos ha tenido un público receptivo y un espacio cultivado por las plataformas digitales, las cuales, en los últimos tres años, han romantizado a peligrosos criminales y asesinos en serie, a través de costosas y muy bien producidas miniseries como You, Ted Bundy, White Collar e incluso La Casa de papel. Mostrar a personajes sensibles, vulnerables, estilizados, con problemas y dificultades cotidianas, y una narrativa sobrecogedora con la cual todos nos podemos sentir identificados, producen un enamoramiento que distorsiona la oscura realidad de sus actos.
En medio de esta cultura criminal romantizada, llega una pandemia que las mafias han aprovechado para lavar su imagen y demostrar que, así como lo han hecho las grandes corporaciones, ellos también desarrollan estrategias para adaptar su producción y modelo de negocio en beneficio de la comunidad: mantienen el aislamiento, entregan ayudas para los sistemas de salud, evitan despidos masivos y crean alianzas para repartir mercados e insumos médicos. Es la demostración de que las empresas criminales también pueden adaptarse y volcarse hacia una especie de responsabilidad social criminal, muy al estilo de la narco-cultura colombiana de los 80’s.
Y no necesariamente son las mafias o capos de las drogas únicamente los que han incursionado en esta estrategia, los caudillos y corruptos han visto esta crisis como la oportunidad de ser recordados por sus buenas acciones y no por sus delitos. La pandemia ha desnudado todos los males de la sociedad (pobreza, hambre, desigualdad, desempleo, corrupción, violencia intrafamiliar) y nos ha recordado lo frágil que es la especie humana; pero más aún, ha puesto el foco con más claridad sobre una confusa y agrietada cultura occidental, distorsionada bajo héroes e ídolos creados a partir de las grandes estrategias de mercadeo y publicidad: youtubers que ganan miles de dólares al mes, futbolistas con ingresos diarios millonarios o un narco con ingresos de más de mil millones de dólares anuales. Se ha creado tanto ruido y distorsión que llegamos al punto de desconocer lo que es fundamental para la supervivencia de la especie: salud, educación, un medio ambiente sano e instrumentos tecnológicos al servicio del desarrollo social.
Es el momento de repensar entonces en estrategias diferentes como, por ejemplo, la forma como el mercadeo y la publicidad aportan a la construcción de imaginarios colectivos y, sobre todo, pensar cómo estos influirán en la reconstrucción de una sociedad pos-pandemia. Al final debemos preguntarnos: ¿Queremos un modelo de sociedad que romantice y se deje cautivar por una mafia con responsabilidad social criminal? ¿O preferimos tener una sociedad ordenada en la que el Estado y las instituciones provean los servicios y sea el imperio de la ley, los acuerdos colectivos, los que primen?