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De golpes blandos y guerrillas virtuales en Latinoamérica

Los indígenas que migraban hacia los centros urbanos, ya no iban en busca de un puesto de trabajo en el servicio doméstico y la albañilería. Ahora, una vez preparados, podían ser ministros, jefes de organismos gubernamentales y empresas, rectores de universidades, profesionales en todos los campos.

Foto de Milo Hajder en Unsplash

Foto de Milo Hajder en Unsplash

Al adjudicarse un triunfo internacional por ser el país con más casos de coronavirus en el mundo, el presidente estadounidense Donald Trump hace gala de ser el comandante en jefe de las guerrillas virtuales que derrocan gobiernos, atemorizan a poblaciones enteras, imponen sanciones extranacionales y aplican bloqueos económicos a los países y gobiernos que no siguen sus reglas; es decir, sigue a raja tabla el manual de “esta nueva estirpe de activistas virtuales que saben comunicar con éxito lo que es correcto como incorrecto y como incorrecto lo correcto”, dice Olivia Muñoz Roca (El País de España, viernes 9 -11-18).

Pues bien, América Latina ha sido uno de los laboratorios más eficaces para poner en marcha esta nueva estrategia virtual cuyas consecuencias hicieron retroceder dos décadas de gobiernos progresistas. La clave está en “generar desequilibrio a nivel individual y social, segar las mentes del adversario a través de la programación de elementos de ambigüedad que atacan, engañan y confunden a las personas y producen distracción masiva tanto física como no física”, como lo apunta el exmilitar y analista estadounidense Stefan J. Banach, citado por Olivia Muñoz.

Sólo esto explica el triunfo del NO en un plebiscito en Colombia por la paz del país y el encarcelamiento de Ignacio Lula Da Silva, expresidente de Brasil. A Lula lo acusaban de haber aceptado dineros de Odebrecht con que se había comprado un apartamento. Nunca se ha podido comprobar. Lula Da Silva sacó al Brasil del subdesarrollo y lo puso a la vanguardia de los países emergentes junto a China, Rusia, Sudáfrica y la India. En los dos casos, hicieron que pareciera incorrecto lo correcto. Luego vino, en el mismo Brasil, la destitución de Dilma Rousseff, el enjuiciamiento y condena a Rafael Correa en Ecuador, el intento de encarcelar a Cristina Fernández de Kirchner y lo que es peor, los golpes de Estado en Honduras, Bolivia, también en Brasil, claro, y otros tantos casos que tienen un común denominador: el uso de las redes sociales para engañar a la población, desviar su atención y orientar su opinión.

Y es lo que está ocurriendo en Venezuela. Desde hace muchos años, Estados Unidos intenta derrocar al gobierno bolivariano para apoderarse de sus recursos naturales y para ello aplica la fórmula del “Golpe Blando” preparando grupos de agitadores a nivel interno y ejerciendo un bloqueo económico que está asfixiando al pueblo venezolano.

El gobierno de Evo Morales había permanecido inmune a esta política mercenaria virtual, que se materializa con la actuación de grupos financieros y políticos nacionales e internacionales, hasta que se pusieron en serio y lograron el golpe.

Estos grupos de agitadores internos son financiados con dinero confiscado por Donald Trump al Gobierno Venezolano a través de la petrolera PDVSA (120 mil millones de dólares), dinero que también sirve para mantener un gobierno títere dirigido por el auto proclamado presidente Juan Guaidó y para asumir el control de millones y millones de usuarios de las redes sociales, conocer sus gustos y predilecciones y elaborar mensajes personalizados a favor de sus intereses; métodos que actúan como auténticas guerrillas en ciberespacio, sin cuya actuación no hubiera sido posible el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, Iván Duque en Colombia, el Brexit en Inglaterra y la propia victoria de Trump en Estados Unidos. Con las nuevas tecnologías, estos grupos penetran hasta en el bolsillo de los millones de seres humanos que siempre andan en busca de su destino.

Tanto a nivel interno de la América Latina como en su entorno, estas guerrillas están causando estragos. No hay una estrategia contraguerrillera en todo el continente contra este nuevo modelo bélico. Quizás uno de los métodos más eficaces contra esta propaganda, es la realidad concreta: el caso boliviano. Allí hubo un golpe de Estado el 10 de noviembre del año pasado. El gobierno de Evo Morales había permanecido inmune a esta política mercenaria virtual, que se materializa con la actuación de grupos financieros y políticos nacionales e internacionales, hasta que se pusieron en serio y lograron el golpe.

Tampoco en Bolivia comprendieron el problema. Estaban seguros de que su política económica y social lograría detener cualquier intento golpista. Pero no fue así.

A pesar del esfuerzo de sus autores virtuales y reales, el golpe no ha podido ser legitimado a nivel nacional ni internacional. Es más, el modelo económico de Luis Arce, el Ministro de Economía de Evo Morales, se vuelve cada vez más interesante para los estudiosos y políticos del mundo entero. El mismo Bernie Sanders, postulante a la candidatura de los Estados Unidos de América, y que dimitió para apoyar a Joe Biden, argumentando que el alegato ideológico socialista lo había ganado, se refirió al modelo boliviano como factible de aplicarse en suelo norteamericano.

Álvaro García Linera, expuso en Madrid el modelo económico que hizo de Bolivia uno de los países más prósperos de América Latina en los últimos años. Las causas del Golpe Militar no fueron económicas ni menos por estallidos sociales. La revuelta fue causada por el “pánico de Status” generado por el ascenso del 30% de bolivianos pobres hacia las clase media y media alta. Cuando vieron que un indígena tenía el poder económico y social para comprarse una casa de dos plantas en un barrio residencial donde antes sólo vivían gentes de apellidos ilustres, el pánico se apoderó de esas clases poderosas y saltaron las alarmas. Era el pánico de los agraviados de la igualdad. Esa compra era posible porque ahora había capacidad de ahorro y, sobre todo, estabilidad monetaria. El precio del Boliviano, la moneda de ese país, se estabilizó durante la última década, de tal manera que daba lo mismo ahorrar en Bs. o en dólares.

Sanders era consciente de lo sucedido en el país suramericano. Bolivia había crecido a un promedio de 4.75 anual, cuando el promedio del continente era del 1%. De ser el pobre de América Latina, sólo después de Haití, se estaba encaminando hacia el club de los países más prósperos. De ser el país más desigual, sólo después de Brasil, ahora la brecha entre ricos y pobres, que antes era de 149 puntos de diferencia, se había bajado a 30. El salario mínimo subió de 50 dólares mensuales en 2006, a 310 en 2019. El PIB subió de 9 mil millones a 42 mil millones en los últimos 14 años, algo nunca visto en Bolivia en los últimos 200 años. La espantada de la inversión extranjera pronosticada por los organismos internacionales, si Bolivia nacionalizaba sus recursos naturales, las industrias y las empresas claves del país, no ocurrió.

Los indígenas que migraban hacia los centros urbanos, ya no iban en busca de un puesto de trabajo en el servicio doméstico y la albañilería. Ahora, una vez preparados, podían ser ministros, jefes de organismos gubernamentales y empresas, rectores de universidades, profesionales en todos los campos.

Los pobres, que antes vivían en un rancho donde se cocinaba, dormía y se hacía vida común en una sola sala, adquirieron una vivienda en condiciones, con agua potable y electricidad incluida, y los labriegos, que llevaban 500 años con el arado y los bueyes como únicas herramientas para sus cultivos, y el burro y el caballo como sistema de trasporte, tenían ahora acceso a un pequeño tractor y un “camioncito”.

Y la tierra. El Gobierno de Evo Morales y García Linera, entregó el 49% de las tierras cultivables a las mujeres. Antaño sólo tenían el 9%. Sus hijos, tenían dónde estudiar. Colegios nuevos y profesores capacitados. Bolivia es el país de toda América Latina que más invierte en educación después de Cuba. El 6.9% del PIB es para educación.

El 52% de los integrantes del Parlamento Boliviano eran mujeres, indígenas, campesinas y el 75% del total, pertenecía al MAS, (Movimiento al Socialismo), donde se habían aprobado sendas leyes para ir cerrando la brecha entre ricos y pobres, el avance imparable que iba logrando Bolivia hacia una sociedad más justa y libre. Que los servicios públicos sean un derecho humano inalienable y por tanto nadie pueda hacer empresa con ellos, y que las empresas extranjeras dejen el 82% de las ganancias al gobierno y se lleven un 18%. “Y funcionó”, dice García Lineras. Antes de Evo Morales esto era al contrario: se llevaban el 82% y nos dejaban el 18%.

Pues bien. Todo este cambio estructural terminó empoderando a los indígenas, devolviéndoles su dignidad y su orgullo como pueblo, que en los Estados Unidos sería homologable a esos 40 millones de pobres y otros tantos medio pobres en peligro de saltar al umbral de la pobreza. El modelo boliviano que quieren los demócratas para Estados Unidos incluye la ayuda a las empresas que generan empleo y pagan impuestos justos.

Aunque los nuevos reconquistadores han querido ocultar los logros económicos, sociales y culturales del Gobierno de Evo Morales, quien dio ejemplo al mundo de que se puede gobernar al margen de las políticas neoliberales, la experiencia boliviana se extiende rápidamente, no solo entre políticos y analistas, sino también en las aulas universitarias. El solo hecho de que un candidato demócrata haya puesto el ojo en la era política de Evo Morales, García Linera y Luis Arce es ya de por sí un símbolo de victoria internacional del Movimiento al Socialismo Boliviano.

Quizás, emprender unas reformas como éstas, junto a la puesta en marcha de contraguerrillas virtuales sea la fórmula para impedir la reconquista del continente por parte de los Estados Unidos de América.

Periodista y escritor colombiano. Residenciado en Madrid, colabora con medios escritos y digitales de Latinoamérica y Europa. Autor de dos novelas, cuatro poemarios y dos libros de relatos. Conferencista en el Ateneo de Madrid.

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