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El simple derecho a ser

La mayoría de los jóvenes del Pacífico que nos abríamos paso contra todos los obstáculos por ir a la universidad terminamos en el distrito de Aguablanca en Cali.

Niños en Guapi, Colombia

Niños en Guapi, Colombia. Foto de Harrinson Cuero

Racismo, la pandemia contra el ser negr@ afrocolombian@.

Mientras seguía perplejo la conversación que sostenía mi sobrino por Facebook con otros jóvenes, en su mayoría negros, sobre el brutal asesinato de cinco niños negros, recordaba lo señalado por los biólogos chilenos Maturana y Varela: “No vemos el ‘espacio’ del mundo, vivimos nuestro campo visual; no vemos los ‘colores’ del mundo, vivimos nuestro espacio cromático”. Algunos jóvenes negros, junto al grueso de los colombianos, han sido educados en un mundo que les permite justificar las masacres si estas tienen un sentido social. 

La contundencia de la sentencia de Maturana nos debe llevar a pensar que ninguna visión de nuestra realidad, por muy clara que parezca, nos puede siquiera llevar a pensar que tenemos el derecho o podemos, citando a Jaime Garzón, llevarnos por encima del corazón a otros. 

El derecho a ser de las personas negras se disuelve día a día entre el racismo estatal, la apatía social y la violencia armada 

El racismo es precisamente esa pandemia real por su extensión en todo el planeta, y por el número de muertes que genera a diario, nos nubla el pensamiento y el corazón hasta el punto de empujarnos a niveles de barbarie como la que cometieron quienes asesinaron vilmente a esos niños, o quienes acribillaron a los jóvenes de Samaniego. Pero también el racismo se expresa en quienes pudieran estar intelectualmente detrás, y en todos aquellos que lo justifican de alguna manera. Pero sobre todo, el racismo está en todos aquellos que miran para otro lado, pues soportan con ello el mensaje extendido socialmente de que esas vidas no importan.

Sueños y pesadillas

En mis últimos años de bachillerato en Guapi ir a la universidad era el tema común entre los estudiantes. Unos pocos compañeros tenían claro que irían y a dónde, los demás solo nos imaginábamos con entusiasmo como sería. Cali estaba de primera en la lista. 

La mayoría de los jóvenes del Pacífico que nos abríamos paso contra todos los obstáculos por ir a la universidad terminamos en el distrito de Aguablanca en Cali. Algunos con el tiempo se mueven hacia otras zonas de la ciudad o del país, otros nunca lo hacen y la gran mayoría nunca regresa al litoral.

La violencia ejercida contra estos cinco niños en Cali es el resultado de un largo proceso de sedimentación espacial de las desigualdades que tienen como base el racismo

Los caminos eran inciertos para los jóvenes del litoral, como mi padre, que a finales del siglo pasado y con tan solo 18 años se aventuraron a viajar por el país en busca de nuevos proyectos de vida. En la actualidad los caminos son más claros, tenemos que decidir entre el olvido y la violencia en el litoral o el racismo y la violencia en el interior del país.  Son pocos lo que logran el sueño de la gran ciudad y son muchas las historias de frustraciones, desdichas y últimamente pesadillas, como las de las familias de los cinco chicos asesinados en Cali. Pero son muchas y menos conocidas las pesadillas de los padres de jóvenes negros que mueren a diario en medio del conflicto por pertenecer a los paras, las guerrillas o los escuadrones militares o de policía o simplemente por estar en el lugar y en el momento equivocado.

El futuro será negro y bonito

Esto dicen muchos líderes sociales del Pacífico, aunque la realidad les golpee en la boca a diario. Pero el derecho a ser de los jóvenes no puede seguir siendo negado. El país debe entender que la violencia ejercida contra estos cinco niños en Cali es el resultado de un largo proceso de sedimentación espacial de las desigualdades que tienen como base el racismo.

Debemos hacernos consciente que estos chicos no tenían oportunidad y que como otros son llevados paso a paso a una trampa que conduce a la muerte y tristemente a manos de otro joven negro y/o pobre racializado, igualmente atrapado.

Esta trampa ha diezmado paulatinamente la economía local del Pacífico imponiendo el modelo de economía de enclave, liderada por las élites criollas del eje Andino-Caribe, que transforman los manglares en puerto y malecones, los bosques en monocultivos de palma, coca y caña y los ríos en cloacas mineras.

Poco pueden hacer los jóvenes del Pacífico frente a esto, con un sistema educativo débil y con altas limitaciones de acceso a formación universitaria pertinente y de calidad, siendo obligados de este modo a engrosar como alternativa más cercana los escalones más bajos del ejercito, la policía, los grupos armados ilegales, las bandas delincuenciales, las organizaciones de narcos y las agrupaciones políticas corruptas.

El derecho a ser de las personas negras se disuelve día a día entre el racismo estatal, la apatía social y la violencia armada. 

Natural de Guapi, Cauca. Ecólogo, especialista en derecho ambiental, master en Planificación Territorial y Gestión Ambiental de la Universidad de Barcelona, y Doctorando en Sostenibilidad de la Universidad Politécnica de Cataluña. Investigador y consultor en temas territoriales, de derechos humanos y derechos étnicos.

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