En medio de un padre nuestro y sin confesar su culpa el matador le disparó. Así relata Ruben Blades la muerte de un sacerdote. Lo hace en El padre Antonio y el monaguillo Andrés, canción que hace parte de Buscando América, el álbum que trae historias de gente despertando bajo dictadura (GDBD), estudiantes a los que desaparecen y dramas de latinoamericanos que cruzan fronteras, huyendo del feroz destino que le han impuesto las oligarquías que dominan y expolian al continente.
El ex coronel y ex viceministro Inocente Orlando Montano fue un matador. No era inocente como su nombre de pila. El pasado 11 de septiembre fue condenado a 133 años por asesinato múltiple. Un terrorista de Estado. Los hechos por los que fue condenado Montano ocurrieron en 1989. En el claustro de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Un grupo de militares, recibiendo ordenes del coronel Montano, mataron al jesuita Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad, cinco miembros más de la Compañía de Jesús, a una empleada domestica y su hija. Seis españoles y dos salvadoreñas. Una masacre en toda regla, como las que ocurren a menudo en Colombia. Los perpetradores eran agentes del Estado. La Audiencia Nacional española hizo justicia. Los Estados Unidos cumplió con su parte al extraditar a Montano para que fuera juzgado en España. El matador trabajaba de obrero en una fabrica de caramelos en Massachusetts. Llevaba una vida encubierta.
La parte retrograda del establecimiento colombiano, al que se le han sumado los grandes medios, sólo le pasan la cuenta de cobro a la ex guerrilla y contemporizan con quienes hicieron el trabajo sucio con el uniforme y las armas de la república.
La noticia que, acaparó las primeras páginas de la prensa internacional, pasó desapercibida en Colombia, un país en que la desaparición forzosa, el asesinato múltiple y selectivo fue practicado por agentes estatales y paraestatales. La guerrilla colombiana, que también tiene deudas de sangre, está poniendo la cara ante la jurisdicción especial creada en el marco de los acuerdos de paz firmados en La Habana. Los matadores estatales de Colombia, en cambio, son renuentes a poner la cara ante las víctimas. La parte retrograda del establecimiento colombiano, al que se le han sumado los grandes medios, sólo le pasan la cuenta de cobro a la ex guerrilla y contemporizan con quienes hicieron el trabajo sucio con el uniforme y las armas de la república. Se puede engañar al país y al mundo por algunos años, tal como lo hizo el matador Inocente Montano, pero no indefinidamente. Hay jueces regados por el mundo con los ojos abiertos, siguiendo las andanzas de los matadores.
Tribunales de Francia, España, Alemania y Suecia estuvieron durante años tras el capitán de corbeta Alfredo Astiz más conocido como “el Ángel de la Muerte”. El más cínico e insensible exponente del terrorismo de Estado argentino fue condenado en 2017 por un tribunal de su país a cadena perpetua. Creía Astiz que el tiempo correría a su favor. Se equivocó. Como se equivocan los matadores estatales de Colombia. Una situación similar a la de “el Ángel de la Muerte” ocurrió con Adolfo Francisco Scilingo Manzorro, el capitán de corbeta argentino detenido y condenado en España a 1084 años por su participación en los llamados “vuelos de la muerte”. El ex militar confesó ante el Juez Baltasar Garzón y el periodista Horacio Verbitsky, su participación en al menos dos vuelos desde los que arrojaron al océano a una treintena de opositores políticos.
Las víctimas del terrorismo de Estado en Colombia no reclaman venganza, sólo verdad, alguna forma de justicia y reparación. Se equivoca el actual gobierno colombiano cuando pasa de puntillas sobre los crímenes ejecutados por los agentes del Estado. Se equivoca el partido de gobierno cuando sólo mira los crímenes de la guerrilla. Se equivocan los medios colombianos que han creado un relato unidimensional sobre el conflicto. Se equivocan los gobiernos del mundo que no toman ninguna acción diplomática contra un gobierno como el colombiano que le da la espalda a las víctimas y contemporiza con los victimarios. Los que no se equivocan son los jueces que se ponen del lado de la justicia. El tiempo corre pero la memoria sigue allí, a la espera.