“El único consuelo de un cuerpo enfermo: la fortaleza de quien pronto lo relevará, su principal legado, su vida futura, su propia sangre”.
Tiempo de vida
Marcos Giralt Torrente
Quise ver la película cuando vi el anuncio en Facebook. Alejandro González, el chico que estudió en el mismo colegio que yo, tiene en su foto de perfil el cartel de Lázaro, una película sobre su padre.
A mí me encantan las películas y los libros que hablan sobre el padre, la madre y la familia en general. Me gustan todavía más cuando sé que hay drama, reproches, preguntas sin responder, miserias y dolores que todos tenemos, pero que no todos nos atrevemos a enfrentar.
Vi la película y me conmovió hasta las lágrimas, no solo porque es una historia triste y hermosa a la vez; también porque está despojada de todo eso que esperaba encontrar. No hay reclamos, no hay secretos, y lo que estaba pendiente por resolver entre un padre y un hijo queda entre ellos dos.
No hay prueba más clara de que se es completamente adulto que ese momento en que debemos cuidar de padre o madre como si fueran bebés, incapaces de controlar sus emociones.
Paciente con demencia frontotemporal. Sin lenguaje, postrado en cama. Necesita atención y cuidado permanente. En resumidas palabras ese es el diagnóstico de Lázaro, quien un día llamó a su hijo, que se encontraba en cualquier lugar del mundo, para contarle que estaba enfermo, que le quedaba poco tiempo para ser él mismo, para ejercer como padre, para avisarle que su mente había entrado en el laberinto infinito de la desmemoria.
Alejandro atendió al llamado y volvió a Colombia para encontrarse con su padre, su madre y su hermano. También para encontrarse con él mismo, aunque al principio no lo supiera. Volvió para grabar esta película documental en la que la enfermedad es un vehículo para recomponer la familia deshecha hace tantos años.
En una entrevista que escuché hace un rato, Alejandro dice que hacer esta película fue un trabajo casero, con la cámara al hombro, sin ninguna otra pretensión que registrar los últimos diez años de vida de su padre, como un juego simple. Me pareció curioso que lo viera así, porque no hay nada más serio en la vida que un juego en el que cada uno de los participantes adquiere un rol y debe cumplir un propósito. Y hay muchos propósitos para cometer detrás de una película documental tan íntima.
Lázaro es un ejemplo de cómo invertir el cauce del río, algo que solo es posible hacer a través de memorias ajenas y recuerdos prestados.
Reconstruir la vida del primer héroe que conocemos en la vida no es tarea fácil. Como tampoco lo es volver al hogar para levantarlo a partir de las ruinas. Alejandro creció en una familia disfuncional, según sus propias palabras en la entrevista, pero la enfermedad del padre le brindó a él, a su madre y a su hermano, la oportunidad de reunirse y formar de nuevo la familia que dejaron de ser hace tanto tiempo.
Lázaro es la historia de los últimos años de vida del padre enfermo, y también la historia de Pilar, la esposa que después de 18 años de haberse separado vuelve a casarse con el mismo hombre para cuidarlo. En la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separe, un mandato al que ya nadie se le mide. Es una historia de amor, de reconciliación con el pasado convulso, una forma de enfrentar la muerte, la única certeza que tenemos en la vida.
Lázaro es un ejemplo de cómo invertir el cauce del río, algo que solo es posible hacer a través de memorias ajenas y recuerdos prestados. Cuando se tiene que rehacer la vida mirando hacia atrás con recursos ajenos, se descubre la estructura invisible de la identidad. Con el relato de los otros, los que nos muestran lo que no vivimos, pero que también nos pertenece, vemos el brillo de lo que somos y al mismo tiempo reconocemos las zonas grises del alma, esas que tenemos que aprender a integrar y aceptarlas como son porque vienen impresas en la esencia del ser humano desde el nacimiento.
Hay que ser fuerte, valiente y tener el corazón en paz para mostrar la vulnerabilidad del héroe enfermo, dependiente, reducido al estado mínimo de la humanidad. No hay prueba más clara de que se es completamente adulto que ese momento en que debemos cuidar de padre o madre como si fueran bebés, incapaces de controlar sus emociones. Hay que acunarlos para que se tranquilicen, cantarles, enseñarles a lavar su propio cuerpo, entretenerlos y atender su llanto como alguna vez ellos hicieron con nosotros.
Lázaro me recordó el temor que le tengo a la vejez. A la mía y a la de mi madre, pilar de mi memoria.
Viendo la película recordé a mi abuelo Rafael, la única persona que conozco que ha muerto de vejez. Mi abuelo estuvo mucho tiempo en cama, había que cambiarle los pañales y darle de comer, como a un recién nacido. Una tarde lo encontré sentado en la cama con la intención de levantarse para ir a la gobernación del Cesar porque el alcalde lo estaba esperando.
Movía las manos esforzándose por ponerse una corbata y un cinturón que solo él podía ver. Mi madre y mi tía Margarita le decían que se acostara, que no debía moverse. Papá, quédese quieto que se puede caer. Yo les dije que lo dejaran, que se fueran y me dejaran a mí ayudarlo a ponerse el cinturón y la corbata que no existían más que en su mente. Mientras intentaba llevarle la corriente, me pregunté cómo será vivir en un mundo sin luz, donde solo se escucha el eco de la risa, del llanto, donde los recuerdos rebotan desordenados, perdidos.
Lázaro me recordó el temor que le tengo a la vejez. A la mía y a la de mi madre, pilar de mi memoria. Me hizo pensar en cómo será ver la vida con los ojos grises, desteñidos por el tiempo. Supongo que será como un sueño intenso en el que al despertar las imágenes se desvanecen, imposibles de retener en la memoria. Me hizo pensar en cómo seré yo cuando esté vieja, convertida nuevamente en una niña. Si ha de ser así, solo espero estar rodeada de amor, como Lázaro.
Para ver Lázaro, la película, entra en este enlace: https://www.mowies.com/creation/doccolombia/lazaro-pre-venta/8bGYRnjnz