Casi siempre el proceso de migración está idealizado cuando se trata de un contexto entre países europeos, al estar en una situación más o menos similar. Sin embargo, todo proceso siempre consiste en renuncias, aceptaciones, sentimientos encontrados y distancias. Muchos españoles y españolas migramos a Alemania tras la crisis del 2008 y después por diversos motivos. Parece que, tras esta nueva crisis mundial, vendrá otra oleada migratoria hacia el país germano. Muchos de los rasgos que se pueden identificar con este fenómeno, como la aceptación, adaptación y sensaciones contradictorias, son compartidos con cualquier persona migrada. Una de ellas es la distancia que puede ser, por supuesto, física, pero también emocional. La primera es la obvia y la que se siente en el día a día de lo que echamos de menos de nuestros países, nuestra familia y amigos. La segunda es más profunda e íntima. Estas distancias las vinculamos con las motivaciones que nos llevaron a migrar, tanto las que explicamos como las que guardamos para nosotros, si es que las hemos descubierto.
Para hablar de este tema hay una película catalana, Les distànciesque nos muestra estas dobles distancias con las personas que pensamos que jamás nos separaríamos. La película del 2018 está dirigida por la directora Elena Trapé. Recorrió varios festivales como el BCN Film Festival Sant Jordi de Barcelona; ganó los premios más importantes del Festival de Málaga y obtuvo el premio a mejor película catalana en los Gaudí 2019 (Premios de cine en Cataluña, España).
En otros casos, como muchos que leemos EL COMEJÉN lejos de nuestros países, vemos claramente lo que afecta la distancia física.
La obra cuenta un fin de semana de reencuentro de viejos amigos de la universidad que visitan por sorpresa, para su treinta y cinco cumpleaños, a uno de ellos, Alex Comas, que vive en Berlín. El fin de semana, que prometía ser de celebración, muestra la distancia que hay entre el grupo de amigos y la distancia entre las expectativas, los sueños y la realidad. Es una película dura y cómo gran película dura, tanto como si lo sientes o rechazas, es porque remueve por dentro. Pero además de la trama, la película es un reflejo generacional de una parte de los migrantes españoles y españolas en el norte de Europa.
¿Por dónde empezar?
Esta película está bien valorada por los migrantes en Berlín y también por quienes no han salido de España. Quizá depende de si has migrado o no, el análisis puede ser diferente. La propia vida te distancia de tus amigos inseparables en su momento y de los sueños y expectativas que teníamos de nosotros mismos hace diez o quince años. En otros casos, como muchos que leemos EL COMEJÉN lejos de nuestros países, vemos claramente lo que afecta la distancia física. Ahí está el proceso de migración, de un pueblo a la ciudad pero más de un país a otro. También hay que decir que es un placer reconocer una ciudad en la pantalla y en mi caso, es doble, porque los personajes de Les distàncies vienen de mi casa, Barcelona.
Empecemos a desmenuzar la película de Trapé con algunos comentarios técnicos, sin entrar en profundidad porque lo que llega a la patata (al corazón) es el fondo. Lo técnico es importante, por supuesto, pero aquí no va ocupar más que este párrafo. La fotografía es puramente realista y oscura. Es la sensación o la imagen que se muestra y tenemos de una ciudad como Berlín: gris, oscura y siempre fría. Quienes vivimos aquí sabemos que se refleja muy bien, en especial si venimos del sur, pero también podemos afirmar que no siempre es gris. Hay días de sueño, con mucho sol y una naturaleza espectacular. Sin embargo, sí es un acierto la fotografía porque acompaña, evidentemente, a la estación en la que transcurre la historia, pero, sobre todo, porque la película es bastante cruda (que no por ello mala).
Es curiosa la conexión que tiene Berlín y Barcelona, ciudades que aparentemente no tienen nada que ver, así a primera vista.
Ese ambiente es muy deprimente y tiene toda su lógica. La cámara en mano ayuda a integrarnos en ese fin de semana con este grupo de amigos y ser uno de ellos o ellas. Muchas personas, al leer la palabra “deprimente”, “dura” o “pesimista”, se echarán para atrás. Pero invito a que veáis la película, y como adultos aceptar que a veces en las crisis se pueden sacar las mejores cosas. Viendo la película se puede llegar a comprender muchos de nuestros miedos y a entender muchas cosas que no entendemos de nuestros amigos de aquí y de allí. Esta ambientación, los ruidos, los colores y la realidad que transpira el largometraje suma a la historia y te hace valorarla más en su conjunto.
Berlín y Barcelona, ciudades de sueños y pesadillas
Es curiosa la conexión que tiene Berlín y Barcelona, ciudades que aparentemente no tienen nada que ver, así a primera vista. Las dos empiezan por “B”, sería el primer y efímero parentesco. A nivel histórico, poco, diría yo. Aunque fueron dos ciudades bombardeadas, una por aviones fascistas y otras por aviones aliados. Sin embargo, sí hay cierta semejanza en cuanto a lo que conocemos como “moderneo”, “hipsters”, “gente cool” y por supuesto “culturetas” y profesionales liberales “guays” que nos dedicamos al cine, al arte, al audiovisual y a la música.
Las dos ciudades también comparten un pasado industrial importante. Berlín y Barcelona también son paradigmas de libertades, ciudades cosmopolitas, vanguardistas y alternativas. Sin embargo, Barcelona se adelantó en los años 90 para convertirse en un parque de atracciones para turistas y poco más de quince años después, Berlín empezó su proceso de “barcelonización”. Pasaron de ser ciudades de luchas sociales y obreras, grises, industriales y de casas okupas a ser “niñas bonitas” y arregladas como Barcelona y modernas y hedonistas como Berlín. Otro apunte realista, respecto a la ciudad, es lo que se vive cuando uno viene por primera vez a Berlín, tal cual son los primeros minutos de la película. Con todo esto, los personajes de Les Distàncies reflejan muy bien este perfil de ciudad y por eso nos la creemos.
¿qué pasa si tras años sigues trabajando en precario y en minijobs?, ¿si tienes que aparentar o vender otra vida para no enfrentarte a la realidad?
El protagonista, Álex Comas, vive hace años en Berlín y vino a dedicarse al mundo del diseño. Aspecto desaliñado y ropa muy casual. Muchos nos podemos identificar con sus anhelos, aunque todos y todas, por supuesto, tenemos nuestras propias particularidades y nuestras propias razones del por qué estamos en Berlín. Podemos entenderlo y en cierto modo ser como él. Estos son a grandes rasgos algunos perfiles de migrados de personas que vienen del sur de Europa en búsqueda de un futuro mejor que no ofrecen países como España. La desigualdad norte-sur ya se ha afincado dentro de Europa. Tras la crisis estructural del 2008, el aumento de la precariedad, la desigualdad y pobreza, así como el grave problema de la deuda, donde países como Alemania y Países Bajos han salido beneficiados, han provocado que miles de españoles y españolas salgamos del país para buscar mejores condiciones de vida.
No se puede obviar que en ciudades como Berlín o Barcelona los perfiles son múltiples. En esta película, el perfil corresponde a la llamada generación perdida; los que habíamos sido educados para comernos el mundo y ahora viviremos peor que las últimas generaciones en España. Aún quienes tenemos el privilegio de sufrir el proceso de migración (¡sufrir y privilegio en la misma frase!) tenemos rasgos comunes. En el caso del perfil que estamos hablando, pertenecemos a esa burbuja de universitarios inconformistas con una gran variedad de razones e inquietudes, que no nos sobra el dinero, somos currelas (trabajadores e hijos e hijas de trabajadores) y escapamos a Berlín por una crisis económica o una búsqueda personal y/o profesional. Y ese es Comas en la película.
Precariedad y distancia con nuestros sueños
Cualquiera pensaría que recibir la sorpresa de tus amigos que vienen a celebrar tu cumpleaños es ideal. Pero ¿qué pasa si tras años sigues trabajando en precario y en minijobs?, ¿si tienes que aparentar o vender otra vida para no enfrentarte a la realidad? y explicar ¿por qué ya no contamos muchas de nuestras miserias a nuestra gente en nuestro país? ¿Es mejor escapar y dejar a tus amigos o lo que queda de ellos? o ¿escapamos de lo que queda de uno mismo con tanto cambio y tanta búsqueda? Muchas veces se piden psicólogos, aunque lo que de verdad se necesita son condiciones dignas de trabajo y vida.
Comas ya no es el mismo de Barcelona y su propio proceso de migración y personal lo ha hecho distanciarse de sus grandes amigos e incluso de sí mismo, con sueños frustrados, porque está más perdido que todos. Y Berlín es una ciudad donde te puedes perder, aunque también encontrar. En realidad, da igual donde estés porque la mochila te las llevas a todas partes y los miedos (provocados por la constante precariedad y vivencias personales) te los llevas a cualquier ciudad. A ello podemos sumar toda la carga emocional con la que crecimos unas generaciones en España: éramos de las generaciones más formadas de la historia, hablamos idiomas, viviríamos mejor que nuestros padres y madres y estábamos en la “Champions League de la economía mundial”. Esto refleja muy bien el perfil de una parte de esta generación contextualizada en una ciudad pobre pero sexy, como se denomina a la capital alemana.
Reflejo generacional y nuestro pasado
Los amigos de Comas representan ese grupo de amigos que queremos mucho pero que, en cierta medida, forman parte de un momento pasado. De hecho, lo que se comparte es más pasado que presente. La vida nos separa físicamente de amigos que vemos inseparables y muchas veces en las pocas quedadas sólo recordamos batallitas (quizás nos reímos de las batallitas de los abuelos, pero para ahí vamos todos y todas). Olivia es una Peter Pan que no quiere dejar atrás el grupo y que debe dar el paso a esa madurez que no acepta, incluso en su estado vital tan importante como es el embarazo. Ella representa ese amigo o amiga que es el ombligo del grupo y que no acepta que las cosas puedan cambiar. Su perfil de mujer, poco visto en la pantalla, es el de madre “inconsciente”. Así también rompe con ese papel de la mujer que nuestra sociedad ha marcado como la que primero madura y a la que todo le cambia cuando se queda embarazada. Interesante personaje, tierno, algo patético y perdido.
Se habla del momento vital y socio-económico de una generación que en España “se ha comido con patatas” dos crisis.
Anna es un personaje más maduro, pero algo frustrada porque no logra salir de su crisis profesional ni encontrar trabajo. Lo bueno es que en ese fin de semana de catarsis se da cuenta quién es realmente su novio y decide cosas importantes. Eloy es el personaje más castigado por la crisis. Tras perder su trabajo, la hipoteca y regresar a la casa de sus padres, también se da con la realidad en la cara de que su mejor amigo ya no lo es. No es culpa de nadie y de todos, pero todos tienen sus procesos y su digestión. Guille es el machito que oculta sus miedos y debilidades bajo el paraguas de triunfador. Es el amigo más conservador, que posiblemente no lo fuese tanto en su juventud. Los caminos vitales y las propias circunstancias lo llevan a mostrar esa cara para protegerse de sus fantasmas.
Todos pueden ser el claro retrato social y generacional de un grupo de amigos; y aunque la directora asegura una y otra vez que no es así, sí lo es, porque la película se funde en nuestra sociedad. Se habla del momento vital y socio-económico de una generación que en España “se ha comido con patatas” dos crisis. Y encima la crisis de los 30 y la de madurar y abandonar una parte del pasado. Por tanto, es generacional pero también, como afirma la propia creadora, son momentos vitales que puede entender cualquier persona que reconozca esos momentos de fragilidad. Las interpretaciones son magistrales porque los actores y actrices son de primer nivel. No puedo dejar escapar el apunte tan realista de cómo y qué idiomas hablan. El cambio entre el castellano y el catalán da mucha verdad a cómo se vive en Barcelona, un bilingüismo normalizado. Pero aquí, quienes vivimos fuera, entenderemos incluso cuando son tres o cuatro sino más idiomas que podemos usar en un mismo espacio.
La película de Elena Trapé nos arrolla y nos conmueve, sin poner más drama ni rechazarlo por ello, sino todo lo contrario, podemos aprender a gestionar la vida y entender que muchas de nuestras reacciones se deben a la presión social y a la precariedad.
Como conclusión, cerramos con el protagonista y sus distancias. El papel de Comas lo podemos entender muy bien quienes hemos migrado. Quizás hay un punto de decepción y frustración. No somos lo que imaginábamos cuando éramos universitarios. Entendemos perfectamente que pueda vivir de minijobs o trabajos precarios hasta ahora en una ciudad como Berlín. Aunque desde nuestro país de origen se nos vea como los “cool” porque estamos en Berlín y hacemos “cosas modernas”. Quizás es la imagen que quiso dar Comas a sus amigos y lo vemos al empezar la película.
Él, como nosotros y nosotras, puede entender que la distancia física también crea una brecha emocional y si le añadimos el proceso de migración es un camino muy complejo. Quizá lo podemos juzgar como soso al recibir a sus amigos ¿pero quién no ha tenido la sensación de desaparecer tumbado en la cama, mirando la ventana y el paisaje gris berlinés; o mirando los techos altos y oyendo, en medio del más absoluto silencio, el rugido de los suelos de madera vieja de Berlín?
Imaginemos esos momentos donde no queremos estar con nadie y llegan tus amigos de hace mil años a montar el fiestón en tu casa. Puede ser un respiro, pero también impacta y si no es el momento, te puede incomodar. Quizás la reacción de Comas es inmadura porque no está preparado, o es la única reacción valiente por hacer lo que hace y no miente con sus acciones frente a sus amigos. Ahí está ese debate y lo bueno es que personajes con estos matices y a la vez tan representativos podemos adaptarlos a nuestras vivencias y a nuestros contexto socio-económico.
La película de Elena Trapé nos arrolla y nos conmueve, sin poner más drama ni rechazarlo por ello, sino todo lo contrario, podemos aprender a gestionar la vida y entender que muchas de nuestras reacciones se deben a la presión social y a la precariedad. Gracias al cine por existir.