Los productos de exportación de América Latina no siempre han sido bienes tangibles como el petróleo, el carbón o la trasferencia de capitales hacia los países ricos. Lo han sido también intangibles. Y en gran abundancia. Durante muchos años México exportó lágrimas, y nadie duda que fue, y quizás siga siendo, una fuente inagotable de divisas. Lo hizo a través de sus novelas que pulverizaron el corazón del mundo.
Colombia ha exportado siempre una increíble capacidad de producir alegría hasta en situaciones límite de calamidad, y la destreza necesaria para sobrevivir en condiciones adversas, ya sea en el Japón, Turquía, Miami o la Sierra Nevada de Santa Marta. Ecuador exporta, además de mano de obra barata, una humildad digna de toda admiración. Argentina su genio futbolístico y su egocentrismo descrestador.
Esta es la primera “mercancía” donde el consumidor no invierte en las fuentes de producción, en este caso, los hombres y mujeres latinoamericanos y de otros países pobres del mundo.
Son algunos ejemplos al azar. Pero lo que hoy está en boga es la exportación de amor y ternura por parte de los países pobres y que Latinoamérica produce en abundancia. Las naciones europeas envejecidas, como España, demandan este “producto” para cuidar a sus ancianos y a sus niños. Cientos, miles de mujeres y hombres de Ecuador, Colombia, Perú, Guatemala, etc., llegan a Europa todos los días cargados de la preciosa “mercancía”, sin antes cumplir los requisitos de trámite exigible a toda mercadería: pago de aranceles y restricciones propias del mercado global.
A diferencia de las mercancías tangibles, el amor y la ternura no necesitan altas tecnologías para producirse. Tampoco inversión de grandes capitales. Y lo que es más rentable: llega sola. Los demandantes no necesitan invertir en transporte o trámites comerciales. La mercancía llega fácil, metida en los seres humanos, que son los mimos que la producen. Hasta ahora, los comerciantes no han encontrado la fórmula para envasar estos frutos, aunque ya ensayan con robots que son capaces de amar y ser amados.
El déficit de amor y ternura en España y Europa es colosal, sobre todo en estos tiempos de pandemia donde sus mayores mueren sin consuelo alguno, reclamando a gritos una mínima dosis de ese producto sentimental que escasea sin cesar. En una sociedad donde el consumismo es muy desarrollado y estas elementales pasiones no pueden producirse. Sí hay que importar estas emociones con categoría de mercancía. Y Latinoamérica es productor por excelencia.
Pero, ¿quién controla sus atributos esenciales? Nadie. Lo único cierto es que se exige que el amor y la ternura sean de gran calidad. Eso sí, con la menor inversión posible. Esta es la primera “mercancía” donde el consumidor no invierte en las fuentes de producción, en este caso, los hombres y mujeres latinoamericanos y de otros países pobres del mundo.
Nadie se da por enterado, o enterada, de que esos productos los produce una máquina viva que, igual que los ancianos y los niños que cuidan, aman y necesitan ser amados. También necesitan de un techo para vivir y soñar, de comida, de ropa; es decir, de unas condiciones mínimas para vivir como seres humanos. Y esto implica también amor y ternura.
Estas máquinas humanas son importadas por los países europeos bajo sus normas, según los contingentes que necesiten en un periodo determinado. Hoy el coronavirus ha reducido su importación a 0. La gran mayoría ingresa de contrabando. En Europa se consume mucha mercancía humana. Son estas personas que vienen de contrabando las que surten el mercado laboral en las peores condiciones, pero cuidado, que el producto tiene que ser óptimo. De lo contrario, las máquinas defectuosas se pueden repatriar.
Es bueno ir tomando conciencia de estos fenómenos si Europa va a seguir envejeciendo. Y los latinos también.
Estas asombrosas máquinas humanas que han huido de la miseria o de las guerras, son seres que producen amor y ternura al natural. No los amedrenta el maltrato de las sociedades opulentas, ni quienes piensan que el sueño de los latinoamericanos se agota en las construcciones, en las cocinas o el cuidado de niños y ancianos. Para los europeos el amor y la ternura que importan de Latinoamérica no es, en consecuencia, amor y ternura. Son simples servicios. Y los servicios están sujetos a las fluctuaciones de la oferta y la demanda del mercado globalizado, y ahora del proteccionismo nacional.
Es bueno ir tomando conciencia de estos fenómenos si Europa va a seguir envejeciendo. Y los latinos también. Ya no son tiempos en que se venía a Europa a vender sueños, como el inolvidable personaje de un cuento de García Márquez. Entre otras cosas, porque los sueños se desbaratan buscando donde soñar.
Parece mentira que una sociedad donde las vacas escuchan música de cámara para producir leche de mejor calidad, no se preocupe por mantener en óptimas condiciones a esos hombres y mujeres que diariamente producen amor y ternura para el cuidado de los suyos.